Heme aquí, envuelto en pinceladas de mar color carmesí. Un agua de colores va vistiendo mi cuerpo en este momento de confesión. En otro tiempo he sido el famoso pintor. Ahora, sólo acuarela poblada por la condena de un desgarrante dolor que me agobia; no el dolor físico, sino el que bifurca mis sentidos, el dolor que me coloca al borde de un estadio involuntariamente necesario donde un bemol de opacidad es precedido por uno de lucidez y ambos son el reflejo de una inaprovechable oportunidad de milésima de segundo. Heme aquí de nuevo, habitando mi otra estancia (la de la lucidez), ¿lucidez?, sospechándome apenas yo; sin ni siquiera hallarme todavía, con dolores como de parto vomitando mi triste condición, cual volcán de encendida cresta. Mi único consuelo es que al retroceder habré de encontrar el punto de partida, el origen de la bifurcación. Asido aún, a este retazo de carne que con firme insistencia me convida a palpar el único punto existente, no abstracto: la síntesis que empuña un remo, que reverentemente abraza una filosa cimitarra presta para mostrarme el único y posible pasadizo que habrá de llevarme al pleno goce de esta obra maestra.
Heme aquí, envuelto en pinceladas de mar color carmesí. Un agua de colores va vistiendo mi cuerpo en este momento de confesión. En otro tiempo he sido el famoso pintor. Ahora, sólo acuarela poblada por la condena de un desgarrante dolor que me agobia; no el dolor físico, sino el que bifurca mis sentidos, el dolor que me coloca al borde de un estadio involuntariamente necesario donde un bemol de opacidad es precedido por uno de lucidez y ambos son el reflejo de una inaprovechable oportunidad de milésima de segundo. Heme aquí de nuevo, habitando mi otra estancia (la de la lucidez), ¿lucidez?, sospechándome apenas yo; sin ni siquiera hallarme todavía, con dolores como de parto vomitando mi triste condición, cual volcán de encendida cresta. Mi único consuelo es que al retroceder habré de encontrar el punto de partida, el origen de la bifurcación. Asido aún, a este retazo de carne que con firme insistencia me convida a palpar el único punto existente, no abstracto: la síntesis que empuña un remo, que reverentemente abraza una filosa cimitarra presta para mostrarme el único y posible pasadizo que habrá de llevarme al pleno goce de esta obra maestra.