Carnival Noctis. Cuentos cortos fantásticos


Carnival Noctis

Autor: Edgar F.S.

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Cuento publicado el 29 de Enero de 2012


El carnaval había comenzado. En mitad del bosque, multitud de ninfas, al son de la música de las arpas, bailaban alrededor de un lago. Este estaba durante toda la noche iluminado por la luz de la luna, por deseo de Artemisa. Todas llevaban antifaces de animales, como marca la tradición de este carnaval celebrado cada solsticio de verano en el bosque de T…, al que todas las deidades deseaban ser convidadas. Las ninfas acababan siempre desprendiéndose de sus disfraces para mostrar su piel fina y sensual que solo los más afortunados de los invitados podían llegar a gozar en un torbellino de vino, baile, y las más grotescas orgías y bacanales jamás celebradas.


Denes, por su fama de invencible guerrero y devoción a los dioses, junto a su origen divino, consiguió ser invitado. Se quedó maravillado con la primera impresión, al igual que todos aquellos héroes que como él habían sido invitados. Las divinidades femeninas bailaban de manera provocativa, tanto que todos se quedaban petrificados unos instantes al llegar. Denes fue el que más se impresionó, y una imponente sensación de deseo por aquellas féminas se desató en su corazón y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para soportarlo. Sus ojos se perdían en los movimientos de las voluptuosas curvas de las ninfas. Además, sus disfraces, les daban un toque extraño de misterio y sensualidad. Había desde disfraces de león hasta de pájaro o lobo. Se limitaban a un antifaz, bastante sobresaliente del rostro y de gran tamaño, y el resto del cuerpo lo llevaban envuelto en hojas de árbol adheridas a su piel, dejando grandes espacios sin cubrir revelando así sus provocativas formas.

Alysa, la ninfa mayor, y por tanto, organizadora del carnival noctis, guiaba al estupefacto Denes y lo presentaba a los invitados.
—Ella es Evanthe, y ella Dasha—dijo señalando primero a una ninfa con antifaz de águila y después a una con antifaz de toro.
—Es un verdadero honor—dijo Denes. Como contestación, las mujeres asintieron. — Así que el águila y el toro, dos animales muy nobles, ¿verdad?—dijo con un cierto tartamudeo, nervioso por la presencia de tanta belleza.
—Al igual que nosotras—contestó Evanthe con cierta arrogancia. — Un disfraz, aunque parezca que oculte la apariencia de una persona, no hace sino mostrar en realidad lo más arraigado de su ser, ¿no crees? Es por ello por lo que tú, Alysa, la ninfa mayor, llevas un antifaz de leona, la reina del reino animal, y tú, joven héroe, uno de caballo, una noble e impetuosa bestia, y a veces, incluso…incauta. ¿Verdad?
Denes, sin saber qué contestar, asintió lentamente. Alysa, en cambio, rio.

—Sabias palabras, Evanthe. Ahora disculpadnos, voy a enseñarle a nuestro valeroso invitado el resto de nuestro carnaval.

Siguieron avanzando entre aquellas gentes, alrededor del lago. Entonces Denes vislumbró algo que le llamó enormemente la atención. Nunca creyó ver mayor belleza y perfección que aquello que se encontraba a escasos metros de él. A sus ojos pareció el más divino de los seres de aquella fiesta, y la sensación que oprimió su pecho esta vez apenas pudo soportarla. Alysa estaba al lado de Denes, pero se veía absorta en una conversación con un par de héroes menores invitados al carnaval.

—Alysa…la…la dama del antifaz de…parece… un pájaro negro… ¿quién es?
Alysa no le hacía mucho caso, pero contestó apresuradamente para no perder el hilo de su paralela conversación—: ¿Un pájaro negro? Ninguna de mis ninfas lleva tal disfraz. Espérate unos segundos, enseguida estaré contigo—y volvió a su conversación.

No lo pudo evitar. Dejó a Alysa en sus superficiales conversaciones y se dirigió directamente hacia lo que le cautivó con una fuerza tal como aquella que ejercen las cadenas al estrangular al prisionero. Ella observaba cómo venía, con una sonrisa. Entonces, cuando Denes estuvo a punto de alcanzarla, la ninfa le dio la espalda y empezó a caminar. Denes, siguiéndola, le decía que por favor se detuviese, pero ella, riendo, empezó a correr a gran velocidad. Denes, sediento de ella, la persiguió lo más rápidamente que pudo. A su alrededor, la fiesta ya empezaba a ir a mayores y la lascivia de las ninfas, que se arrojaban el vino sobre su piel ahora desnuda, hipnotizaba a los héroes, que lujuriosamente lamían el preciado líquido de la suave piel divina.

Denes y su deseo se adentraron en el bosque. Lo persiguió durante mucho tiempo. Entonces empezó a escuchar gritos de mujer. Algunas ninfas, de manera muy dispersa, corrían desnudas, huyendo ante la aparición repentina de algunos sátiros. Algunos héroes, alejados también del carnaval como Denes, entrechocaban espadas con estos seres en defensa de las mujeres del bosque. Pero Denes no. Denes seguía persiguiendo a aquello que deseaba, pareciendo así uno más de los sátiros. No obstante su víctima reía, y parecía disfrutar de la persecución. Se alejaron más y más. Entonces, vio como la ninfa se acercaba a un enorme espejo plantado en mitad de los árboles, sin parar de correr, y cuando debiera alcanzarlo, este la absorbió. Denes, que ni se detuvo a mirar el sorprendentemente artificial espejo en medio de la naturaleza, totalmente encadenado a su deseo, corrió tras la ninfa siendo también así absorbido. Cuando lo atravesó, se paró y miró a su alrededor. El cielo era negro rojizo, el enfurecido viento era abrasador y una planicie gris se extendía hasta donde la vista podía alcanzar. A escasos metros de él, la ninfa se quitó el antifaz de buitre y con un rostro bello, unos ojos en blanco, y una voz más grave que la de diez hombres juntos gritó riendo:
— ¡Bienvenido al inframundo!

//alex


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