Día de San Juan. Cuentos cortos fantásticos


Día de San Juan

Autor: Alfredo Luqueño

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Cuento publicado el 13 de Febrero de 2012


No había forma de salir a las calles había amanecido bajo un impetuoso aguacero, todos permanecían en sus casas aguardando que cesara el interminable diluvio, constantemente atisbaba a través de la ventana y ahí seguía desde muy temprano, estoico, Enrique jugando con un barco ingeniosamente creado con nopal seco en un arroyuelo que escurría al costado de la calle, nadie más, hasta los perros callejeros empapados trataban de resguardarse bajo los tejados salientes de las casas.


Durante los últimos 130 años no había dejado de llover el día de San Juan, que era el patrono del pueblo, por lo que ese día era particularmente importante, se le celebraba con misas y una feria instalada en las calles principales. El éxito de las festividades dependía de la cantidad de agua que caía, fórmula matemática exacta, a mayor lluvia menor recaudación de dinero.

Año con año se repetía la misma historia: se adornaba la calle principal con alternadas líneas de luces y banderolas de colores y a la hora de inaugurar la feria puntual la lluvia se presentaba, el orador se esforzaba por apurar su discurso pero el agua con mayor prisa empapaba las banderolas. Como siempre tenía observaba las rojas que se me figuran como los cortes finos de carne que Mateo Ortegón colgaba en su carnicería para que escurriera la sangre y después ahumarlos, las banderolas también destilaban su líquido rojo sobre las personas encaramadas en la plataforma dispuesta para la inauguración.

Lo mejor estaba por venir, lo anterior sólo era el preámbulo de lo más divertido de la noche, de las calientes bombillas colgadas se desprendía en forma de vapor las gotas de agua que les caía formando una gruesa capa neblinosa y la combinación de penumbra, vapor y manchas rojas sobre los rostros y las ropas de los oradores proyectaba una imagen fantasmagóricas, mientras más se teñían sus ropas y sus caras más se aterrorizaban los niños pequeños, pero la ruidosa explosión de las bombillas hacia surgir coordinadamente llanto y risa, lagrimas de los más chicos y carcajadas de nosotros que habíamos visto en ocasiones anteriores esa escena.

Ese año de 1974 era crucial para las festividades del pueblo, los organizadores cansados de los fracasos de fiestas pasadas por agua, esperaban lo inusual: que no lloviera, de lo contrario se reunieran para tomar una decisión y cambiar de fecha o de plano de Santo para el pueblo, pero no fue posible ni fiesta ni reunión por tanta lluvia y durante los siguientes no daba señal de disminuir, y tampoco las reuniones de prosperar, a veces porque no asistían algunos y en otras por el cansancio provocado por presidente que le gustaba pronunciar elaborados y aburridos discursos .

A mi me gustaba que la fiesta se celebrara en esa fecha, era el mejor día del año, por la mañana ver las primeras gotas del día levantando polvo y olores y por la noche los fantasmas de la apertura, también ese día mi bisabuela nos regalaba huevos de gallina para reventarlos cuidadosamente dentro de un vaso con agua y a la espera de alrededor de cinco minutos se formaba frente a nuestra impaciente y curiosa vista, sendos barcos, no hacía falta mucha imaginación para reconocer los mástiles y velas entre el agua, mi bisabuela decía que sólo el 24 de junio era posible obtener los veleros en los vasos. En definitiva no quería que cambiaran la fecha, así que escribí una carta anónima en la que decía a los organizadores que si cambiaban de Santo se enojaría tanto que no pararía de llover, corrí hasta el lugar donde se reunían sin importar el mojarme y la deslicé por la parte de abajo del desgastado portón de madera de la vieja casona cuyo nombre “El siglo que viene” presagiaba su destino, el edificio fue demolido para finales de los 90’s.

Sabía que la nota tendría su impacto, mi abuela que era la más devota de la comunidad nos traía las noticias de la reunión y según ellos en los hogares se hacia referencia al contenido de la nota, para mi beneficio había llovido durante 16 días seguidos, así que atrevido me aventuré a una segunda nota en la que escribí que pararan sus intensiones si no querían perder la protección de San Juan. Varias familias desdeñaban la nota aduciendo una posible broma, pero no pocos se inquietaron, a pesar de ello los obstinados organizadores no dejaron de reunirse.


El caudal de agua se abría paso por la calle que daba acceso al pueblo convirtiéndose en un río, Enrique, que pasó todos los días lluviosos jugando en la calle, fue el primero en ver a los peces y ranas que eran arrastrados por la corriente, el alborotó del pueblo no logró calmarse con las explicaciones de un niño de 10 años, pero él tenía razón, los arroyuelos que salían del lago de Almoloya se llenaban de peces y ranas cuando llovía copiosamente, ahora el exceso de agua arrastraba lodo, cántaros, peces, ranas y ranacuajos hacia el pueblo, los más afectados se ocupaban por remediar sus desgracias, sus patios y hasta dentro de sus hogares se inundaban de peces, se podía ver a las señoras corriendo de un lado para otro para esquivar las saltarinas ranas.

Con toda seguridad los menos ocupados fueron los que dieron rienda suelta a las imaginarias versiones que circulaban por el pueblo, le atribuían a la carta la maldición del pueblo y hasta revivieron la vieja leyenda que el diablo regresaba a su casa en el “Cerro del Yolo”. Tomasito, que siempre vestía un elegante bombín inglés, que nos contaba historias fantasiosas a los niños del barrio, aseguraba que el reloj de la plaza central señalaba la hora con un par de pescados como manecillas y el croar de una rana anunciaba las doce en punto, debió darme risa, pero todo eso me rebasaba y también empezaba asustarme.

En el 20avo día de aguaceros salí a llevar mi tercera nota, mientras yo luchaba abriéndome paso corriente arriba, Enrique navegaba plácidamente montado sobre una vaca muerta que empujaba el caudal, el día anterior lo vi bajar surfeando sobre unos tablones, la primera vez que descendió la pendiente de la calle fue dentro de una bañera de bebe que le servía de kayak y una pata de palo como remo, que después de usarla Don Fidel, el cantinero, lo recompensó por devolvérsela, llegué al portón de la casona y deslice mi lapidaria nota en la que pedía que de una vez por todas dejaran de reunirse para intentar sus cambios, de no obedecer el pueblo sería invadido. Debía arriesgarme porque en cualquier momento dejaría de llover y las primeras misivas perderían su credibilidad.

Por la desesperación de los 25 días lluviosos o espantados por los rumores esparcidos de que el pueblo “de abajo”, lo habían tomado seres verdes que se llevaban a las personas en grandes camiones, salimos todos, con excepción de los más viejos y enfermos, bajo la pertinaz lluvia para pedir que se mantuviera como patrono del pueblo a San Juan y el 24 de junio para festejarlo, Tomasito trató de explicar que los supuestos seres verdes en realidad eran soldados que llegaban a ayudar, pero nadie le creyó, la mayoría, obnubilados por el terror, creía que la sentencia de la tercera nota se estaba cumpliendo.

La caminata fue una desorganización al mejor estilo de la “Torre de Babel, los jóvenes, irreverentes y anárquicos, con sus cabellos largos muy a la moda de los 70’s, encabezaron la marcha, entrelazando sus brazos para formar el frente cantando sus himnos estudiantiles, le seguían los obreros de la fabrica textil, enarbolando una manta alusiva a su sindicato y al pasar frente a la factoría empezaron a gritar consignas de incrementos a sus sueldos, el tercer grupo era el de las señoras que rezaban bajo sus paraguas abiertos que juntos formaban un toldo multicolor, aunque las sombrillas cubrían sus cabezas escurría agua mojando los hombros de las que iban alrededor, el último grupo lo conformaba los señores mayores que caminaban callados, su silencio expresaba más la angustia que los demás grupos, en ese grupo iba mi abuelo con su sombrero de ala ancha para proteger de las gruesas gotas su eterno cigarro. En cambio los niños nos divertíamos a lo largo de toda la línea, a veces al frente del pelotón imitando marciales desfiles y en ocasiones en la retaguardia tratando de pescar los peces que hábiles esquivaban tantas piernas.

No faltó, como nunca ha faltado los oportunistas, el candidato a diputado con su sonrisa ensayada, para ocultar su verdadero rostro, repartía papeletas promocionales. Hubo dos momentos de coincidencia, de tácito acuerdo, el primero cuando Tomasito cruzó en sentido contrario a nuestra dirección y alguien del grupo de señores le gritó, - ándale Tomasito, cuéntanos una mentira-, indignado todavía porque no le creyeron lo de los soldados cubrió su rostro con su bombín y respondió, -No me entretengas, hoy no puedo tengo una emergencia, mi milpa se quema-, y al unísono estallaron escandalosas carcajadas, en ese entonces yo ignoraba que Tomasito nunca había sembrado en su vida. El segundo fue un respetuoso silencio generalizado cuando cruzamos frente a la casa de la viuda de Mambrú, quien velaba un ataúd vacío por más de cinco años esperando recuperar los restos de su esposo acaecido en guerra; nadie sin justificación aparente se atrevía decirle que teníamos más de 50 años sin guerra.

Al llegar al portón de “El siglo que viene” nadie sabía que decir, así que todos empezaron a gritar lo mismo que durante todo el camino, ahora podría asegurar que muchos no sabían a que iban a ese lugar, afortunadamente por el griterío salieron de la casona con aire de orgullo como si ahí adentro hubieran salvado al pueblo de una catástrofe mayor, el presidente se plantó frente a todos y con frenesí empezó su discurso: “Coterráneos…la adversidad nos sublima y nos solidariza…”, los gritos y chiflidos opacaron su voz, el párroco lo rescató y anunció sin rodeos su decisión: las fiestas iniciarían el 12 de junio y concluirían el día de San Juan, todos alegres empezamos a dispersarnos. De camino a casa ya sea por un capricho de la naturaleza o por simple coincidencia dejó de llover.

Ese año se canceló la fiesta y el siguiente no hubo mucho éxito, debido a que muchas mujeres amamantaban a sus bebes y no podían exponerlos a las inclemencias climáticas. Ese año de 1975 de acuerdo al registro civil fue el de mayor crecimiento de población en Cerro Arbolado, mi familia también creció, mi hermana María Inundación nació ese año. Han pasado muchos años y sigue lloviendo durante las fiestas, ahora los más jóvenes aseguran que el santo del pueblo es San Antonio y no San Juan, yo espero que al regresar algún día a mi pueblo pueda ver las banderolas rojas como filetes colgados.

//alex


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