Un Viaje en Taxi
Autor: Agustin
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A mí me gusta mucho estar con él porque los dos somos de Belgrano y juntos hacemos fuerza para que no se vaya al descenso. Y también porque siempre después del tercer o cuarto viaje paramos en el Parque Sarmiento a comer choripanes.
El sábado, justo a la hora de cenar, mi tío Manolo llegó a casa.
- ¡Hola! –dijo mi mamá que estaba preparando la mesa- ¿Te pongo un plato?
- No, Choli. Estoy con el taxi afuera. ¿Me lo prestás a Felipe, así no me aburro?
Yo pegué un salto para irme con él.
- Les preparo unos sánguches –insistió mi mamá, que siempre tiene miedo que me muera de hambre.
- No, dejá. Más tarde comemos algo por ahí.
Y nos fuimos.
Dije que me gusta mucho estar con él. Cuando anda sin pasajeros, me deja manejar un rato o hacemos carreritas por la costanera del río. Si hay partido enciende la radio. Y cuando nos tocan viajes en el centro, me da dos billetes para comprar praliné.
También jugamos a adivinar adónde viajan los pasajeros.
El que gana siempre es él porque sabe un montón de cosas de la gente y se da cuenta de todo antes de que abran la boca.
Después cuando se bajan, me dice desparramándome el pelo:
- ¿Qué te dije, Felipe?
- ¿Y cómo te diste cuenta?
- ¡Es la calle! ¿Sabés los kilómetros que tengo arriba del tacho?
Y la verdad es que debe ser nomás, porque anda subido ahí arriba todo el santo día.
- ¡A que esos que nos hacen señas van para el lado del aeropuerto!
Y cuando suben, el hombre que tiene abrazada a la mujer, ordena:
- Tome el camino del aeropuerto, jefe.
- ¡A que éstos van a algún boliche de Argüello!
Y uno de los muchachos abre la puerta y pregunta:
- ¿Nos lleva a los cinco a Argüello?
Por eso me extrañó que no dijera nada cuando la mujer nos hizo señas.
Estaba parada en Humberto Primo, casi llegando al puente. Y eso de por sí era raro, porque a esa hora, en la calle Humberto Primo no hay más que perros sueltos hurgando los tachos de basura.
Yo la vi de lejos. Como si hubiera sido una estatua iluminada al costado de la calle. Tenía un vestido blanco con volados y un sombrero del mismo color, pero lo que más me llamó la atención fue el ramo de flores rojas que sostenía con el brazo caído al costado del cuerpo y que apoyado contra el vestido me hizo pensar en una mancha de sangre.
De repente levantó la mano como quien levanta una barrera y nos detuvo.
Cuando el taxi paró, algo me hizo abrirle la puerta.
Ella subió y dijo:
- A San Vicente –con una orden suave que nadie hubiera dejado de cumplir.
Yo me puse de costado en el asiento para mirarla con disimulo, pero el sombrero hacía sombra y no me dejaba verle la cara. Así, en la penumbra del auto, me parecía que no tenía rostro.
San Vicente es un barrio grande, de casas bajas, que está cerca del centro. Yo lo conozco bien porque ahí viven mi abuela Tota y mis primos y sé que una mujer con vestido blanco no anda de noche por ahí
Mi tío dio un rodeo y entró por el puente Maldonado.
Cuando pasó frente a la fábrica de bicicletas de Tomaselli, le preguntó:
- ¿A qué calle va?
Pero ella no contestó el nombre de ninguna calle. En cambio fue indicando con voz medio extraña:
- Doble a la izquierda.
- A la derecha.
- Siga dos cuadras más.
- Doble a su izquierda.
- Entre en el pasaje.
Mi tío se metió en el pasaje. Cuando salió de él, el auto quedó mirando al largo paredón del cementerio.
- Aquí –dijo la mujer desde atrás.
- ¿Aquí? –oí que preguntaba mi tío.
Ella no contestó. Extendió la mano con cuatro billetes que mi tío tomó casi sin darse cuenta.
Después abrió la puerta y empezó a caminar hacia el paredón.
- ¡Señora! –gritó mi tío- ¡A esta hora está cerrado!
Pero la mujer siguió avanzando hacia la pared de ladrillos y cuando llegó a ella, la atravesó como quien se disuelve.
Sólo el ramo de flores rojas quedó en el suelo, junto a la tapia, como un charco de sangre.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: RconR
Comentario: Excelente cuento, me gusta mucho saber historias de taxistas
Fecha: 2013-05-21 14:31:32
Nombre: pablo guillen
Comentario: estupendo, bien hilado, la misma historia bien contada.