El largo viaje
Autor: Ana Laura
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Sus ojos oscuros, en su rostro terso contemplaban la noche –aún- y la fresca brisa de la mañana por nacer sugerían el baño que la noche había derramado en el paisaje de cristal.
La ciudad de las esculturas sería quien la abrazara al pisar aquél suelo; Pero a ella no le importaba ese género artístico; Le impacientaba, en cambio, ver a esas personas que tanto añoraba su corazón...
El sol le pintó el rostro de un dorado sublime con su brillo esplendoroso que atravesaba por la ventanilla del micro, ya se encontraba en camino y la fiebre de ansiedad la acompañaba una vez más, junto a fuertes palpitaciones que la sumergían en un estado de goce e incomodidad a la vez… Pues tanta alegría, a veces, tiene la maña de jugar en contra y generar en su poseyente tal explosión que termina por dejar sin aliento vivificador al hombre.
Los rostros y las casas, el campo y la ciudad pasaban ante sus ojos, pero no ante su mirada que se encontraba sustraída de tiempo y espacio, imaginando y recordando tiempos de antaño, tiempos de fantástico goce y esplendor. Pero de pronto, un reflejo vislumbró en el vidrio, una mujer ya madura, pintados sus cabellos delicada y ligeramente de blanco, con una mirada fuerte y segura rodeada de algunas arrugas… Era su reflejo… Miró la hora y la melancolía la apresó despiadadamente, pues un día igual a ese, hace treinta años atrás cuando ella era una adolescente, viajaba de la misma manera, con las mismas ansias y entusiasmo al mismo lugar… Por un momento creyó vivirlo por primera vez, pero ¿Cómo abandonar la realidad que la tardó en su objetivo, y al que tuvo que postergar? Era una joven vigorosa e idealista, y a su amado ideal iría a encontrar en la figura escondida, en la clausura, en la vida de oración…
Nueve monjas la habían recibido alegres, dispuestas a ayudarla a que decidiera lo mejor, mujeres a quienes Laura, hoy, treinta años después sigue recordando y amando con el mismo fervor. Recordó a Nazaret, su formadora, otra joven hermosa e idealista, que en aquellos tiempos cruzaba por la década de los treinta, y que hoy camina con unos sesenta encima ¿Cómo se verá? ¿Seguirá siendo su personalidad tan jovial? Preguntas sin demasiada importancia, pero que tienen peso al reflexionar sobre los seres que se ama.
Se despidió de los bellos recuerdos con una sonrisa que apoyó en esplendor al sol radiante de la mañana que se estrenaba y se dedicó a observar el paisaje. Paisaje que como tantos solía plasmar en un lienzo ayudada por finos oleos y por su don natural… Pensó que le gustaría regalar a sus hermanas alguna pintura… o quizá, trabajar en ella durante su estadía; La duda la mantuvo entretenida un rato hasta que la droga que había tomado para aligerar el viaje la durmió…
Se despertó entrando a su ciudad querida, ¡Estaba tan distinta! Recordó que la última vez que la había visitado llevaba de la mano a su pequeña hija, Clara, ahora toda una mujer, una profesional de las ciencias sociológicas, esposa de un gran escritor y madre de mellizos…
Reconoció a la distancia la calle que llevaba al convento y se apresuró en llegar a la cabina del micro y pedirle cordialmente al conductor que le permitiese bajar ahí mismo, agregando que no llevaba equipaje en la bodega, sino todo a mano. El conductor, un buen hombre, no tuvo problema en complacer el pedido de la mujer y detuvo el coche a orillas de ese camino de tanto significado subjetivo.
Le agradeció y temblorosa se bajó del transporte… Apretó con fuerza su equipaje y sus ojos quisieron captarlo todo, una traspiración helada corría por su espalda y su pecho galopaba cuál alazán…
Caminó lentamente primero, luego lo más rápido que pudo, hasta que por fin llegó a la reja negra que tantas veces se había abierto ante sus ojos; Se abrazó a ella como un signo de no soltar nunca más aquello a lo que más había deseado en su vida.
Entró sigilosa hasta penetrar en la capilla, creyó tener dieciocho años de nuevo, pues la imagen se repitió… Una figura esbelta salió de la clausura al notar su llegada y se apresuró a llegar a la invitada, el rostro de la monja no se veía pero Laura sabía de quien se trataba por su contextura y forma de caminar. Un abrazó las unió por eternos segundos y manos firmemente aferradas una de la otra, demostraron todo aquello que las palabras no son capaces de demostrar, lagrimas acompañaban el momento, ¡Por fin! Por fin, era hora de ingresar… Recordó las palabras de la abadesa, Carolina, hace treinta años a tras, aquellas que le explicaban dulcemente que unos meses más tarde su ingreso a la comunidad se podría efectuar. Recordó la emoción y la rebosante alegría que ella experimentó al recibir la maravillosa noticia y recordó también la suma pena y dolor cuando se enteró meses más tarde que por la violación que había vivido se produjo en su vientre la concepción… Fue esto para ella una historia de terror, pero sólo por nueve meses, porque cuando Clara asomó su rostro al mundo lo iluminó cuál su nombre hace alusión…
Miles de recuerdos diluviaban en su mente y sus ojos brillaban testigos de la emoción que se desataba en su interior. Volvió al tiempo y espació y descubrió una mirada a la que tanto le habló… ¡Nazaret! La que había sido su formadora, tan curiosa y jovial como antes, no había podido esperar y había salido también de la clausura a estrechar entre sus brazo a su “hermanita menor” que se trataba ahora de una mujer madura, que había vivido vocación tras vocación…
Treinta años de puro sentimiento y contención se fundieron en un profundo abrazo que enlazó el alma de las dos, rostro con rostro pegados, se transmitieron por el contacto los pensamientos que miles de letras intentaron figurar…
Y mientras las tres mujeres, alumbradas por el sol que se colaba por un ventanal de la nave mayor, y que daba a la capilla la impresión de encontrarse bañada en bronce y oro, la vos de Carolina rompió el silencio abrazador que retumbaba en las paredes transmitiendo la forma de vida de las que se encontraban en el interior…
_ Viste Laura, los caminos de Dios son muy extraños. Viviste mucho, pero ahora ya estás aquí.
_ Tienes razón madre, luego de tanto caminar, he aprendido lo esperado y mucho más. Hoy con el corazón lleno y desbordado de alegría puedo decir ¡Al fin, he llegado a casa!
Sonó la alarma de su celular que le anunciaba la aproximación de la oración de laudes, salió de su habitación y se asombró al ver que se encontraba en la hospedería del convento, entonces una duda la invadió. Caminó hacia al baño, con la intención de asearse, miró al espejo y se sorprendió de lo que vio. Encontró su mirada de fuego tras sus profundos y redondos ojos marrones que encendían su rostro de lirio y su cabellera umbra de especial brillo, vio a la joven de dieciocho años que por un momento creyó extinta.
Este día era su último día en el convento antes de regresar por unos meses a su tierra de origen…
Todo había sido un sueño y reflexionó sobre el… ¿Acaso lo que soñó era un presagio?
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Nombre: Lucia
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