Aun quedaba algo de oscuridad cuando la brisa fría de Septiembre retomó su caminata silenciosa por las calles del pueblo esa mañana. En la plaza una multitud de lugareños ya se había congregado desde muy temprano. Murmuraban muy despacio en una suma de murmullos que parecía la respiración sorda de una bestia desconocida.
Y como si se tratase de las hojas de un árbol, las horas se desprendían lentas, intentando quizás postergar el horror que cada una de ellas contendría cuando la voz del sacerdote rompiera la expectación cómplice de quienes allí estaban.
- Te lo ordeno por ultima vez - gritó finalmente.- ¡ en nombre de Dios y por la autoridad que me confiere el Santo Oficio, limpia tu alma y arrepiéntete de todas tus blasfemias!
Sin escucharlo y desesperada, Ana, la infortunada mujer amarrada al tronco de la hoguera trataba infructuosamente de cerrar sus ojos y entrar en contacto con otros ojos muchos años en el futuro, pero la angustia y el terror se lo impedían.
Era frustrante. Lo había hecho tantas y tantas veces. Solo le bastaba cerrar los ojos para dejarse llevar por las visiones de otros ojos.
La primera vez que sucedió pensó que había sido un sueño absurdo. Las personas no podrían vivir apretujadas en enormes construcciones elevadas al cielo ni menos moverse en extraños carros sin la seguridad de los caballos ni surcar los cielos en enormes aves metálicas. Sin embargo, después de varios de esos “sueños” recurrentes comprendió que en realidad aquellos no eran sueños sino las imágenes de un futuro muy distante visto por otros ojos y que por alguna misteriosa razón se proyectaban también en sus propios ojos muy atrás en el tiempo.
Pero esas visiones también le mostraron el horror de las guerras, las terribles tiranías que vendrían, el hambre de muchos y la riqueza desvergonzada de unos pocos. Y si ella tenía ese don habría otras personas que también lo tendrían. Le parecía lógico pensarlo.
-¿Modificar las tragedias del futuro desde el pasado? - pensó alguna vez.
Entonces, contactarse con otros en el futuro se convirtió en una obsesión para ella y quizás esas largas horas en solitario fueron las que despertaron las sospechas. En su tiempo esas visiones tenían un gran riesgo y su pueblo era un pueblo pequeño.
- Son los hijos de sus hijos los que se van a arrepentir - dijo finalmente resignada mientras con su mirada llena de lagrimas recorría los rostros de cada uno de los curiosos congregados allí esa mañana.
Entonces, que Dios se apiade de tu alma - dijo el sacerdote mientras ordenaba encender
la hoguera.
Las lenguas del fuego se alzaron mortales en su abrazo mientras en la plaza un hedor intenso llenaba el lugar.
Al mismo tiempo que el viento arrastraba sus cenizas por los distintos lugares del pueblo, muchos años en el futuro, Angeline, una vieja enfermera esperaba impaciente la señal convenida.
- Vamos Ana, muéstrame quien es...- decía en voz baja y temerosa mientras miraba uno a uno los rostros de los bebés que dormían silenciosos en la sala de la maternidad. En su bolsillo apretaba nerviosa una jeringa cargada con una solución mortal. No debía estar en esa área del hospital y las horas pasaban y pasaban sin que llegara la ansiada señal.
Pero Ana era ya un recuerdo mudo de las atrocidades de una historia lejana.
En Austria, la tarde del 20 de Abril de 1889 pasaba rutinaria mientras Angeline se alejaba nerviosa y decepcionada con su jeringa mortal. Los bebes dormían plácidos, muy ajenos al horrible Holocausto que uno de ellos desencadenaría décadas mas tarde.
//alex
Visiones de otros tiempos...
Autor: Juan Cárcamo Romero
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Cuento publicado el 10 de Mayo de 2013
Y como si se tratase de las hojas de un árbol, las horas se desprendían lentas, intentando quizás postergar el horror que cada una de ellas contendría cuando la voz del sacerdote rompiera la expectación cómplice de quienes allí estaban.
- Te lo ordeno por ultima vez - gritó finalmente.- ¡ en nombre de Dios y por la autoridad que me confiere el Santo Oficio, limpia tu alma y arrepiéntete de todas tus blasfemias!
Sin escucharlo y desesperada, Ana, la infortunada mujer amarrada al tronco de la hoguera trataba infructuosamente de cerrar sus ojos y entrar en contacto con otros ojos muchos años en el futuro, pero la angustia y el terror se lo impedían.
Era frustrante. Lo había hecho tantas y tantas veces. Solo le bastaba cerrar los ojos para dejarse llevar por las visiones de otros ojos.
La primera vez que sucedió pensó que había sido un sueño absurdo. Las personas no podrían vivir apretujadas en enormes construcciones elevadas al cielo ni menos moverse en extraños carros sin la seguridad de los caballos ni surcar los cielos en enormes aves metálicas. Sin embargo, después de varios de esos “sueños” recurrentes comprendió que en realidad aquellos no eran sueños sino las imágenes de un futuro muy distante visto por otros ojos y que por alguna misteriosa razón se proyectaban también en sus propios ojos muy atrás en el tiempo.
Pero esas visiones también le mostraron el horror de las guerras, las terribles tiranías que vendrían, el hambre de muchos y la riqueza desvergonzada de unos pocos. Y si ella tenía ese don habría otras personas que también lo tendrían. Le parecía lógico pensarlo.
-¿Modificar las tragedias del futuro desde el pasado? - pensó alguna vez.
Entonces, contactarse con otros en el futuro se convirtió en una obsesión para ella y quizás esas largas horas en solitario fueron las que despertaron las sospechas. En su tiempo esas visiones tenían un gran riesgo y su pueblo era un pueblo pequeño.
- Son los hijos de sus hijos los que se van a arrepentir - dijo finalmente resignada mientras con su mirada llena de lagrimas recorría los rostros de cada uno de los curiosos congregados allí esa mañana.
Entonces, que Dios se apiade de tu alma - dijo el sacerdote mientras ordenaba encender
la hoguera.
Las lenguas del fuego se alzaron mortales en su abrazo mientras en la plaza un hedor intenso llenaba el lugar.
Al mismo tiempo que el viento arrastraba sus cenizas por los distintos lugares del pueblo, muchos años en el futuro, Angeline, una vieja enfermera esperaba impaciente la señal convenida.
- Vamos Ana, muéstrame quien es...- decía en voz baja y temerosa mientras miraba uno a uno los rostros de los bebés que dormían silenciosos en la sala de la maternidad. En su bolsillo apretaba nerviosa una jeringa cargada con una solución mortal. No debía estar en esa área del hospital y las horas pasaban y pasaban sin que llegara la ansiada señal.
Pero Ana era ya un recuerdo mudo de las atrocidades de una historia lejana.
En Austria, la tarde del 20 de Abril de 1889 pasaba rutinaria mientras Angeline se alejaba nerviosa y decepcionada con su jeringa mortal. Los bebes dormían plácidos, muy ajenos al horrible Holocausto que uno de ellos desencadenaría décadas mas tarde.
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