Todos alguna vez en nuestra vida hemos viajado en un medio de transporte. La mayoría de las veces vamos acompañados de desconocidos; otras, nos encontramos con una familiar o un amigo y hay veces que somos los primeros en abordar la máquina. Ya sentados (o parados), si no estamos escuchando música, es posible escuchar una gran variedad de temas en las conversaciones de otros, las que a veces nos llaman muchísimo la atención y otras nos hacen reír al escuchar tanta estupidez. Un viaje de tan sólo 15 minutos en bus, puede ser el lugar donde ocurran cosas que ni siquiera nos imaginamos, como también cosas que sabemos que pueden pasar, pero en ese momento no lo estamos pensando.
La mañana de un 2 de julio caminé los cinco minutos de siempre para llegar hasta el paradero en donde tomo el bus, ya en el lugar, me uní a la gente que estaba esperando, pasaron siete minutos, en los que el único que habló fue el viento, y la esperada máquina hizo su aparición. Levanté mi brazo diagonalmente con mi dedo índice apuntando al oscuro cielo de esa mañana de invierno, lo que provocó que el chofer del bus dirigiera su mirada hacia mí y presionara, con su pie, el pedal para reducir la velocidad de la máquina, mientras tanto movía sus manos sobre el volante para darle dirección a las ruedas y así acercarse al lugar en donde yo estaba parado, lo que permitió, finalmente, que subiera sólo yo en ese paradero. Mucha gente no se da cuenta de que, a veces, pequeñas acciones provocan grandes cosas.
La empresa de buses me cobró, como todos los días, $200 por hacerse responsable de mi vida desde el lugar donde abordo la máquina, hasta mi destino. Mientras mayor es la distancia entre inicio y final, mayor tiempo deben hacerse responsables, por lo tanto, mayor es el precio. Después de haber pagado por el cuidado de mi vida, caminé por el pasillo para ser víctima de las miradas llenas de prejuicios de un gran número de personas, aunque ellos no se libraron de ser mis víctimas. El bus estaba con un puñado de pasajeros distribuidos de manera aleatoria: Los primeros asientos iban ocupados por gente mayor, que a algunos bastó sólo mirarlos a la cara para que no me simpatizaran; y estudiantes, que varios iban sentados en el fondo. En la mitad del bus había dos asientos desocupados, si escogía el primero hubiese tenido que viajar con una señora que vestía de manera poco armónica, parecía como si hubiera dormido en la tierra; su pelo estaba muy descuidado, como si le hubieran pasado un globo cargado estáticamente por la cabeza; ocupaba más del espacio que le correspondía, porque su cuerpo no cabía en un solo asiento. De ninguna manera me sentaría ahí. En el segundo asiento iba un estudiante, estaba mirando por la ventana, quizás olvidando o recordando. Me senté ahí.
Una vez acomodado, iba a sacar mi MP3 para escuchar música y relajarme, pero no lo encontré en ninguno de mis bolsillos, lo había olvidado en casa. Crucé mis brazos, cerré mis ojos y me dedique a escuchar la mezcla voces que me ofrecían los pasajeros. En el asiento de enfrente iban dos personas mayores que al parecer se conocían de hace tiempo. Empecé a escucharlos claramente, después ya no modulaban bien y empezaron las incoherencias.
— ¿Y cómo te fue ayer? —preguntó el hombre de gorro que iba sentado al lado de la ventana.
—Excelente compadre, le dije todo lo que tenía que decir y me respondió que estaba a punto de sacar alas de su cuerpo para golpearme con una cacerola —respondió el hombre calvo que iba en el asiento frente al mío.
—Espero que todo salga de maravilla, porque quiero verte en caballo —añadió el hombre de gorro.
No tengo ni la más mínima idea de que estaban hablando esos hombres, y eso fue lo único que alcancé a escuchar, ya que el hombre calvo abandonó el bus cerca de un puente. Parece que llevaba un equipaje muy grande, porque el auxiliar del bus bajó junto con él y logré escuchar que éste le gritó: “¡Adiós marinero!”
A mi izquierda iba sentada una señora embarazada y un estudiante, creo que no tenían relación alguna porque la señora iba dibujando en el vidrio, y el estudiante estaba con toda su energía canalizada en su mano para lanzar unos trozos de metal hacia adelante. A mi espalda iban dos niñas que comentaban sobre lo que harían al día siguiente, era una cantidad de incoherencias increíble, como cuando emancipa nuestra conciencia durante la ausencia de luz solar.
—Tal vez mañana tome mi unicornio y vuele hacia el norte —dijo la niña de la izquierda.
—Tranquila. Si él llega a volar bajo tú tení’ que salir corriendo y alejarte lo que más podai’ de ahí. Nada más que eso —añadió la otra niña
—Pero, ¿y si me quiebro un hueso? —inquirió la de la izquierda con una voz temblorosa.
—yo voy a estar escondida y lo voy a frenar. Lo llevaré a otro lado y te cuento que tal tu pierna —le respondió la de la derecha como para tranquilizarla.
Llevaba 8 minutos de viaje, cuando de pronto escucho un sonido como el de un clavo chocando contra el suelo y seguido de ese sonido, el del parabrisas quebrándose. Alcé mi vista por sobre el asiento vacío de enfrente. Y entre los gritos de algunas mujeres pude escuchar las palabras que se intercambiaban adelante.
— ¡Salgado, maneja tú! ¡No puedo manejar sin ver! —gritó el chofer, que estaba con una mano en su ojo y otra en el volante, a el auxiliar de turno, que, al parecer, lo único que sabía hacer era encender el motor. El auxiliar pasó a manejar la máquina mientras se armaba un gran caos dentro del descontrolado bus. Yo estaba de pie afirmándome del asiento de enfrente, con el corazón latiendo y golpeando todo mi interior, sentía un peso enorme en él, como si fuera de piedra; y también sentía una falsa comezón en el estómago. El escolar que iba junto a mí, hacía lo mismo que yo, y miraba a todos lados, silenciosamente, sin saber que hacer; la señora embarazada gritaba como si estuviera dando a luz, estaba junto al hombre de gorro, que se sentó junto a ella mientras el auxiliar pasó a tomar el volante; el estudiante que iba al lado de la señora embarazada se había ido hacia el fondo del bus cuando vio que el parabrisas se rompió; las niñas que iban detrás de mi estaban abrazándose y chillando muy fuerte. Se reventó una rueda trasera y la máquina comenzó a tambalearse, las luces se apagaron, reinó la oscuridad y los gritos aumentaron. El escolar que iba a mi lado chocó su cabeza con la ventana y cayó sobre el asiento, yo caí encima de él y luego, con el tambaleo del bus, caí en el pasillo, donde mis manos tocaron un líquido viscoso que no supe que era por la falta de luz. La señora embarazada gritaba mucho más que antes. El bus se volcó, me golpeé la cara con un fierro del techo y quedé inconsciente.
Desperté junto al cadáver del estudiante que me acompañaba; entre gritos y llantos; entre el dolor y la alegría de estar vivo; entre el frío y el calor de las llamas. A duras penas intenté ponerme de pie o pedir auxilio, pero no lo conseguí. Giré mi cabeza hacia la derecha y divisé en la parte delantera del bus al hombre de gorro, tirado junto al cuerpo de un bebé ensangrentado y con una cuerda extraña en su abdomen; no sabía si estaban vivos, o muertos. Había gente que se movía entre los asientos y pedía ayuda. Giré mi cabeza hacia la izquierda y vi a una de las niñas llorando y ensangrentada. A la otra no la encontré. En el fondo se veía más vida que en la parte delantera. Escuchaba como llegaban las ambulancias, y afuera del bus se escuchaban las voces de distintas personas que intentaban ayudar. Miré el cuerpo del estudiante que iba a mi lado y empecé a pensar: $200 costó la muerte de esta persona, dos pedazos de cobre era el precio del fin de una vida que no tenía muchos momentos, pero que para él, tal vez, habían sido los más gratos.
En un momento sentí que alguien tocaba mi hombro, en mi semblante se edificó una gran sonrisa, mi corazón volvió a latir con fuerza y sentí una cálida sensación en mi pecho. Por un momento creí que venían a rescatarme, pero cuando abrí los ojos, pestañeé un par de veces y logré ver que era el estudiante que estaba a mi derecha.
—Permiso —me dijo con un tono suave.
—Yo también me bajo —le respondí un poco dormido.
//alex
Tan sólo 15 minutos en bus
Autor: Martín López Palma
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Cuento publicado el 24 de Mayo de 2013
La mañana de un 2 de julio caminé los cinco minutos de siempre para llegar hasta el paradero en donde tomo el bus, ya en el lugar, me uní a la gente que estaba esperando, pasaron siete minutos, en los que el único que habló fue el viento, y la esperada máquina hizo su aparición. Levanté mi brazo diagonalmente con mi dedo índice apuntando al oscuro cielo de esa mañana de invierno, lo que provocó que el chofer del bus dirigiera su mirada hacia mí y presionara, con su pie, el pedal para reducir la velocidad de la máquina, mientras tanto movía sus manos sobre el volante para darle dirección a las ruedas y así acercarse al lugar en donde yo estaba parado, lo que permitió, finalmente, que subiera sólo yo en ese paradero. Mucha gente no se da cuenta de que, a veces, pequeñas acciones provocan grandes cosas.
La empresa de buses me cobró, como todos los días, $200 por hacerse responsable de mi vida desde el lugar donde abordo la máquina, hasta mi destino. Mientras mayor es la distancia entre inicio y final, mayor tiempo deben hacerse responsables, por lo tanto, mayor es el precio. Después de haber pagado por el cuidado de mi vida, caminé por el pasillo para ser víctima de las miradas llenas de prejuicios de un gran número de personas, aunque ellos no se libraron de ser mis víctimas. El bus estaba con un puñado de pasajeros distribuidos de manera aleatoria: Los primeros asientos iban ocupados por gente mayor, que a algunos bastó sólo mirarlos a la cara para que no me simpatizaran; y estudiantes, que varios iban sentados en el fondo. En la mitad del bus había dos asientos desocupados, si escogía el primero hubiese tenido que viajar con una señora que vestía de manera poco armónica, parecía como si hubiera dormido en la tierra; su pelo estaba muy descuidado, como si le hubieran pasado un globo cargado estáticamente por la cabeza; ocupaba más del espacio que le correspondía, porque su cuerpo no cabía en un solo asiento. De ninguna manera me sentaría ahí. En el segundo asiento iba un estudiante, estaba mirando por la ventana, quizás olvidando o recordando. Me senté ahí.
Una vez acomodado, iba a sacar mi MP3 para escuchar música y relajarme, pero no lo encontré en ninguno de mis bolsillos, lo había olvidado en casa. Crucé mis brazos, cerré mis ojos y me dedique a escuchar la mezcla voces que me ofrecían los pasajeros. En el asiento de enfrente iban dos personas mayores que al parecer se conocían de hace tiempo. Empecé a escucharlos claramente, después ya no modulaban bien y empezaron las incoherencias.
— ¿Y cómo te fue ayer? —preguntó el hombre de gorro que iba sentado al lado de la ventana.
—Excelente compadre, le dije todo lo que tenía que decir y me respondió que estaba a punto de sacar alas de su cuerpo para golpearme con una cacerola —respondió el hombre calvo que iba en el asiento frente al mío.
—Espero que todo salga de maravilla, porque quiero verte en caballo —añadió el hombre de gorro.
No tengo ni la más mínima idea de que estaban hablando esos hombres, y eso fue lo único que alcancé a escuchar, ya que el hombre calvo abandonó el bus cerca de un puente. Parece que llevaba un equipaje muy grande, porque el auxiliar del bus bajó junto con él y logré escuchar que éste le gritó: “¡Adiós marinero!”
A mi izquierda iba sentada una señora embarazada y un estudiante, creo que no tenían relación alguna porque la señora iba dibujando en el vidrio, y el estudiante estaba con toda su energía canalizada en su mano para lanzar unos trozos de metal hacia adelante. A mi espalda iban dos niñas que comentaban sobre lo que harían al día siguiente, era una cantidad de incoherencias increíble, como cuando emancipa nuestra conciencia durante la ausencia de luz solar.
—Tal vez mañana tome mi unicornio y vuele hacia el norte —dijo la niña de la izquierda.
—Tranquila. Si él llega a volar bajo tú tení’ que salir corriendo y alejarte lo que más podai’ de ahí. Nada más que eso —añadió la otra niña
—Pero, ¿y si me quiebro un hueso? —inquirió la de la izquierda con una voz temblorosa.
—yo voy a estar escondida y lo voy a frenar. Lo llevaré a otro lado y te cuento que tal tu pierna —le respondió la de la derecha como para tranquilizarla.
Llevaba 8 minutos de viaje, cuando de pronto escucho un sonido como el de un clavo chocando contra el suelo y seguido de ese sonido, el del parabrisas quebrándose. Alcé mi vista por sobre el asiento vacío de enfrente. Y entre los gritos de algunas mujeres pude escuchar las palabras que se intercambiaban adelante.
— ¡Salgado, maneja tú! ¡No puedo manejar sin ver! —gritó el chofer, que estaba con una mano en su ojo y otra en el volante, a el auxiliar de turno, que, al parecer, lo único que sabía hacer era encender el motor. El auxiliar pasó a manejar la máquina mientras se armaba un gran caos dentro del descontrolado bus. Yo estaba de pie afirmándome del asiento de enfrente, con el corazón latiendo y golpeando todo mi interior, sentía un peso enorme en él, como si fuera de piedra; y también sentía una falsa comezón en el estómago. El escolar que iba junto a mí, hacía lo mismo que yo, y miraba a todos lados, silenciosamente, sin saber que hacer; la señora embarazada gritaba como si estuviera dando a luz, estaba junto al hombre de gorro, que se sentó junto a ella mientras el auxiliar pasó a tomar el volante; el estudiante que iba al lado de la señora embarazada se había ido hacia el fondo del bus cuando vio que el parabrisas se rompió; las niñas que iban detrás de mi estaban abrazándose y chillando muy fuerte. Se reventó una rueda trasera y la máquina comenzó a tambalearse, las luces se apagaron, reinó la oscuridad y los gritos aumentaron. El escolar que iba a mi lado chocó su cabeza con la ventana y cayó sobre el asiento, yo caí encima de él y luego, con el tambaleo del bus, caí en el pasillo, donde mis manos tocaron un líquido viscoso que no supe que era por la falta de luz. La señora embarazada gritaba mucho más que antes. El bus se volcó, me golpeé la cara con un fierro del techo y quedé inconsciente.
Desperté junto al cadáver del estudiante que me acompañaba; entre gritos y llantos; entre el dolor y la alegría de estar vivo; entre el frío y el calor de las llamas. A duras penas intenté ponerme de pie o pedir auxilio, pero no lo conseguí. Giré mi cabeza hacia la derecha y divisé en la parte delantera del bus al hombre de gorro, tirado junto al cuerpo de un bebé ensangrentado y con una cuerda extraña en su abdomen; no sabía si estaban vivos, o muertos. Había gente que se movía entre los asientos y pedía ayuda. Giré mi cabeza hacia la izquierda y vi a una de las niñas llorando y ensangrentada. A la otra no la encontré. En el fondo se veía más vida que en la parte delantera. Escuchaba como llegaban las ambulancias, y afuera del bus se escuchaban las voces de distintas personas que intentaban ayudar. Miré el cuerpo del estudiante que iba a mi lado y empecé a pensar: $200 costó la muerte de esta persona, dos pedazos de cobre era el precio del fin de una vida que no tenía muchos momentos, pero que para él, tal vez, habían sido los más gratos.
En un momento sentí que alguien tocaba mi hombro, en mi semblante se edificó una gran sonrisa, mi corazón volvió a latir con fuerza y sentí una cálida sensación en mi pecho. Por un momento creí que venían a rescatarme, pero cuando abrí los ojos, pestañeé un par de veces y logré ver que era el estudiante que estaba a mi derecha.
—Permiso —me dijo con un tono suave.
—Yo también me bajo —le respondí un poco dormido.
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Fecha: 2014-07-05 21:35:29
Nombre: federico
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