Estas navidades había recibido uno de los regalos más extraños de parte de mi tío don Francisco, así era como le llamábamos en la familia, debido a su seriedad y su porte distinguido. Don Francisco se dedicaba al comercio internacional de antigüedades, se dedicaba a viajar por todo el mundo de un sitio para otro buscando objetos de todo tipo con algún tipo de historia peculiar que los hacía valiosos. Esta historia podía abarcar desde que perteneció a cualquier personaje importante y relevante en su época, hasta que el artículo tuviera parte fundamental en un acontecimiento histórico.
Por ejemplo, hace un año viajó hasta St. Andrews, situada en la costa Este de Escocia, en el condado de Fife, para hacerse con el escritorio donde se contaba que Isaac Newton escribió sus famosos “Principia” donde describía la teoría de la gravitación universal. Este “mueble” le costó muchas libras, pero aún lo vendió por más a su llegada a España, al parecer un grupo de empresarios de la aristocracia de Barcelona le habían hecho el encargo y le supuso unos generosos dividendos.
Pues bien, mi tío don Francisco, se presentó hace unos días con un obsequio de los que no se olvidan fácilmente. Al principio, tras coger el paquete delicadamente envuelto entre mis brazos ansiosos, no me pareció que fuera gran cosa, percibí que podía ser un libro. Era el tercer libro que recibía estas navidades, nunca debí decir que me encantaba leer, ¡la gente es tan poco original ¡
No obstante, al observar la cara de mi tío que me miraba sin pestañear, expectante, con una media sonrisa picarona, me decidí por abrirlo, tratando de disimular mi decepción. Precisamente él era de los pocos, sino el único, que se esforzaba por conseguir sacarme una mueca de asombro y sorpresa con cada uno de sus regalos. Por eso, traté de aparentar sorpresa mientras abría, aunque era cada vez más evidente que lo que tenía entre manos era un libro más, mejor encuadernado que la mayoría, pero un libro en fin y al cabo.
-Es un libro ancestral que encontré en un pueblo a las orillas del Nilo, en Egipto, se le conoce como el Grimorio de Horus, el dios halcón, y según me contó su anterior dueño te puede ser de gran ayuda si decides continuar con tu idea de ser biólogo y estudiar animales.
Quité el papel de embalar de color morado con dibujos de elefantes, descubriendo a mi vista un precioso libro fantásticamente encuadernado igual que los típicos libros de magos que tantas veces había visto en televisión. La portada tenía en relieve la figura de un extraño animalillo parecida a un mono de larga cola.
Ahora que me encuentro encerrado en este armario, con el ritmo cardíaco tan elevado y una tensión que me provoca pálpitos en mi ojo izquierdo al son que marca mi corazón, recuerdo con bastante claridad los primeros momentos vividos esos días de navidad.
Dejo que trascurran unos minutos intentando recuperar mi ritmo cardíaco habitual, pero me está costando más de la cuenta, debido a que no consigo olvidar lo que me ha llevado hasta donde estoy.
Esa noche después de una copiosa y como siempre con el tío don Francisco, entretenida cena, llena de historias de lejanos lugares, me fui a mi cuarto con mi nuevo libro para leer un poco antes de dormir. Había dejado todo dispuesto para una de mis sesiones de lectura preferidas, después de una buena cena me dirigía a mi habitación para saborear uno de mis placeres favoritos.
En un primer vistazo parecía un libro de animales exóticos, con una buena encuadernación, pero poco más, un libro de animales. Las fotos ocupaban tres cuartos de la página y unas pocas líneas a pie de página describían lo que estábamos viendo. Recuerdo nítidamente la primera estampa que me encontré tras una hoja de portada introduciendo el tema: animales de Bosque Centro Europa. Pasé la página, eché un largo vistazo a la espectacular imagen de un bosque y en primer plano la imagen de una liebre asustada en plena carrera dispuesta a saltar sobre un riachuelo de rápidas aguas.
La instantánea conseguida era fascinante, creo que pasé contemplándola unos diez minutos sin inmutarme, casi conteniendo la respiración. El título de la fotografía hablaba de hontas al que describía como un pequeño primate de no más de 70 centímetros de altura, ya extinguido de los bosques situados en la frontera del este de Suiza limitando con Austria, debido a la acción de la caza furtiva.
¡Qué raro, un error de imprenta en un libro tan bonito¡-me dije extrañado. Tal vez, ese fuera uno de los encantos del regalo, nunca se sabía con el tío don Francisco, cuál era la intención del regalo. Siempre sorprendían, pero nunca sabías a simple vista la razón.
Recuerdo el año pasado, en la celebración de mi onomástica, consiguió abrumarme y cambiar el color de mi cara tornándola de color rojo cuando una vez abierto mi regalo, pude ver que era una caja de madera, bonita, pero una pequeña caja, que contenía en su interior las coloridas y desordenadas piezas de un puzzle. Pasada la sorpresa inicial, me dispuse a concentrarme en el juego, terminando un par de horas más tarde. Resultado, disfruté como un enano disponiendo piezas aquí y allá, configurando poco a poco una escena de campo, con una foto en primera plana de una paloma en pleno vuelo.
Me sorprendió porque en unas conversaciones que habíamos mantenido en los últimos meses, le había narrado mi afición creciente por esos animales. Aunque me había gustado el detalle, que significaba mucho por el hecho de acordarse de nuestras charlas, me supo a poco comprobar que el regalo acababa ahí. Debería estar prevenido a estas alturas que nada con el tío era lo que parecía ser, y tardé otro par de horas en darme cuenta del mensaje escrito en la parte trasera del puzzle. Este mensaje me instaba a ir al jardín trasero de la casa, donde encontré el verdadero regalo que realmente esperaba, un pequeño palomar de madera con el frente de tela metálica, con una pareja de palomas en su interior.
El puzzle había sido una cortina de humo, un pequeño aperitivo para preparar el terreno, me untaba los labios con un poco de azúcar antes de darme el auténtico pastel. Don Francisco era así.
Volviendo al libro de estas navidades, aún recordaba la reproducción de aquella liebre que habían catalogado erróneamente como un primate llamado hontas. La sensación que me produjo aquel fallo, me aceleró el pulso al tiempo que recorría ansioso con la mirada la página en busca de cualquier detalle que me indicara alguna pista de algún posible regalo escondido.
Aunque claro, me defraudaría que unas letras en el reverso me indicaran que fuera al jardín en busca de un conejo en una jaula. El tío era original y no se repetía nunca, la sorpresa formaba parte fundamental del rito de sus regalos. Esos días eran, ante todo, una gran escenificación, un canto a la alegría y al misterio, dos de los grandes motores de los niños.
Pasé la página muerto de curiosidad ante los siguientes retos que me pudiera plantear este regalo. Lo que ví en la siguiente hoja me dejó igualmente atónito, supuestamente tenía en mis manos un ejemplar que reproducía los animales característicos de los bosques del centro de Europa. Pero, para mi asombro, lo que me encontré consistía en una escena de tupido bosque con la ausencia de animales, a pesar de que en el asiento de la página indicaba un nombre y una breve descripción. Me sentía extrañamente turbado, mi cabeza era un hervidero de emociones y pensamientos acelerados que trataban de que sonara la campana y se me revelara el sentido de todo ésto.
Seguí pasando páginas, y en las dos siguientes me encontré más de lo mismo, no había ningún animal en esas escenas. Unas gotas de sudor perlaban mi frente al tiempo que dejaba de abrigar la esperanza de sacar algo en claro. En la siguiente hoja me encontré con la sorpresa de ver a una persona en el cuadro huyendo de una especie de manada de lobos al fondo del cuadro.
Al tiempo que me concentraba en sacarle alguna explicación a mi defectuoso regalo, se produjo un cambio fugaz en la luz que procedía de la claraboya situada en el techo de mi habitación. Noté lo que parecía el paso de un animalillo por el cristal que crujió levemente ante el peso de lo que yo intuí como animal, tal vez una ardilla. Aunque no era la primera vez que pasaba, me seguía sobresaltando cuando tumbado en mi cama ensimismado en mis pensamientos, cualquier bicho pasaba de improviso por encima. Mis padres siempre me habían inculcado el amor hacia los animales, la naturaleza y todo lo relacionado, por eso, vivíamos en una gran casa de madera situada en las afueras de un pueblo de la sierra.
Mi habitación que no era excesivamente grande, tenía más de cuatro metros y medio de altura, lo que le daba una sensación de espacio, mucho mayor del que realmente tenía. Mi habitación estaba coronada en su centro geométrico, por una inmensa claraboya de cristal con forma piramidal, donde recibí una de las mayores sorpresas en mi décimo cumpleaños. Como no, fue uno de los regalos del tío Don Francisco. Siguiendo con su forma tradicional de actuar, me entregó una caja tamaño folio, envuelta como siempre de manera atrayente con motivos animales. Al abrir la caja me recibió una enigmática nota, con forma de entrada para un espectáculo, en la que me emplazaba en mi habitación a medianoche.
Esa noche sentado en mi cama después de cenar y celebrar mi cumpleaños con una tarta en forma de tortuga, sí una tortuga, así era mi familia, emocionado y excitado me dirigí a mi habitación. Hice tiempo hasta que dieron las doce en el reloj de cuco del pasillo, haciéndome dar un pequeño salto en la silla. Un foco se encendió arriba en la terraza, escuché el crujir de la madera con el peso de unos pasos sobre mi cuarto. Por el hueco de la claraboya pude contemplar un espectáculo de marionetas increíble que se me quedó marcado en la retina para siempre. Por supuesto, la representación estaba relacionada con el mundo animal.
Desde entonces, cada vez que en mi cama recostado intentaba dormir, me venía a la mente la imagen de aquella obra en mi claraboya, para mí había sido como tener una tele de plasma en el techo de la habitación. Fue un regalo increíble.
Toda mi vida había transcurrido entre animales, me habían contagiado su adicción por las mascotas. Perros, gatos, palomas, periquitos, y muchos más habían compartido mi infancia.
Acaparaban la inmensa mayoría de mis recuerdos, la mayoría de los niños habían crecido con los personajes típicos de la televisión y yo me había hecho mayor con otros entretenimientos.
Acontecido el susto del techo, volví a concentrarme en el enigmático ejemplar que me habían regalado. Persistí en mi lectura, incapaz de resistirme a su encanto, las primeras páginas me parecieron sobrecogedoras. Más páginas del silencioso y solitario bosque, con unas vagas descripciones en sus leyendas de animales que no lograba hallar en las ilustraciones. Según avanzaba mi lectura más intrigado estaba y de repente ahí estaba otra vez, en la siguiente hoja, afloró de nuevo una persona agazapada entre unos arbustos, la sola visión de su cabeza y su mirada apuntándome desde el dibujo, hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, provocándome un intenso frío. La temperatura del miedo tenía exactamente esa graduación. Generalmente, clavas tu mirada en algo que esperas ver en el horizonte, tu horizonte, y esas personas de las imágenes tenían fijada la vista en algo situado arriba, pedían auxilio.
La escena se repitió cíclicamente varias veces, varias páginas en blanco y de nuevo, surgía la figura de una persona con cara angustiada, acompañada de una destemplanza, un ruido extraño, un golpe en el armario. Lo estaba pasando mal, algo no concordaba con lo que recordaba de todos mis regalos, esto se me estaba yendo de las manos.
Esta situación se repitió varias veces, a lo largo de un par de semanas, cada vez que abría el libro recibía como una dosis de una potente droga que aumentaba mi adicción. Releía las páginas, sorprendiéndome de que hubiera cambios en las posturas de cada uno de los individuos. Llegué a pensar que se movían en su interior cuando no los observaba, era como ese juego infantil llamado un, dos, tres, palito inglés, en el que los jugadores se mueven hacia el que cuenta mientras este habla de espaldas, y al girarse deben detenerse tal y como estén.
La sombra que creí ver alguna vez en el pasillo de mi casa, en el techo, en mi cuarto, cada vez me provocaba un pavor creciente. Un día, me pareció escuchar su voz susurrándome,. -En la naturaleza existe la justicia. - Dí en un respingo en la silla en la que leía, sin saber si soñaba o no, y sentí otra vez la presencia.
El caso es que el miedo que ahora parece gobernar mis funciones cerebrales, ha pasado a controlar mis extremidades y me he refugiado en el armario, donde me encuentro ahora, echo un manojo de nervios.
Alrededor, el miedo toma forma, el clima de la habitación se vuelve más frío, más húmedo que de costumbre, una especie de niebla difumina el contorno de mi aposento. Donde antes había una cómoda, ahora ocupa su lugar un arbusto de un metro de alto, color verde oscuro, con pinchas. La cama ya no está en su lugar se aprecia un pequeño estanque en el que se pueden percibir una ondas alrededor de una hoja que acaba de caer de la rama de un árbol enraizado a mi izquierda. Mi habitación se ha transformado en una escena boscosa, que me recuerda a todas las páginas que había contemplado atónito minutos antes sobre la mesa de mi cuarto.
Busco desesperado una salida de allí, sin saber muy bien cómo, al no saber dónde me encuentro. Mi único punto de referencia, al que sin aún saberlo volvería cada día es mi pequeño estanque, mi nuevo hogar.
Pasan los días, meses tal vez, llevo aquí mucho tiempo, alimentándome de lo que encuentro, cazo pequeños animales, sacio mi sed en el estanque como un perro, bebo el néctar de las flores. Es extraño pero por mucho que camine termino apareciendo en el mismo sitio, esperaré la muerte junto al estanque.
A lo largo del tiempo, he sufrido dos o tres episodios en los que parece abrirse una ventana en el cielo a través de la cual puedo ver los ojos de una persona que parece espiarme, con expresión asustada, sorprendida quizás. Me recuerdan a la imagen que me producía siempre la claraboya de mi antigua habitación. Cualquier animal desde arriba me podía observar como en una especie de jaula, encerrado ahí abajo, y el sol cada mañana, me despertaba enviándome unos rayos madrugadores.
Mi única compañía esporádica era la de una mariposa de grandes alas con el dibujo de un triángulo amarillo sobre fondo azul chillón. Tenía un tamaño muy grande, una mariposa XXL que recuerdo haber cazado una mañana cuando era pequeño, jugando en el jardín de mi casa. Recuerdo que por aquel entonces, les cortaba las alas y las metía en botes de cristal hasta que terminaban muriendo. El día que la capturé, recibí una visita del tío don Francisco, que observó con cara desencantada el destrozo que realicé con el pobre animal. Creo ver su cara y una pequeña lágrima asomarse en sus ojos tristes.
He llegado a pensar que ahora soy parte de un libro que en su día estuvo en mi casa, en mi habitación, un regalo que realmente me atrapó, tanto que ahora formo parte de su contenido. El siguiente dueño sorprendido y nervioso al abrirlo pasaría páginas encontrándose con un aparente sinsentido, y en algunas de ellas, caras angustiadas pidiendo auxilio. Un detalle en el que no había deparado aquella lejana noche de navidades y que ahora me venía al recuerdo, era el hecho de que cada persona que aparecía allí tenía ropajes de distintas épocas. Estaba lleno de capas, estratos fosilizados, alguien de los años 30, un hombre de los años 70, una mujer de final de siglo pasado y en algún lugar estoy yo.
No lo sé y nunca lo sabré, pero aparezco en la página veintidós del libro, sentado con la cara mirando hacia arriba en un gesto de impotencia. En el pie de página, aparece el nombre y descripción de un animal que se ha extinguido, mediante la acción del hombre, y ahora yo ocupo su lugar.
En mi casa, me dieron por desaparecido, lloraron mi pérdida y al cabo de un tiempo, la vida continuó sin mí. Si os preguntáis por el libro, os diré que don Francisco se lo llevó de allí y lo puso de nuevo en circulación. Esperaba a que el siguiente animal del libro desapareciera y justo en ese momento, impartiría justicia. Un intercambio de cachorro humano por cada especie que cayera en el olvido.
//alex
Animales
Autor: Awasay
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Cuento publicado el 03 de Julio de 2013
Por ejemplo, hace un año viajó hasta St. Andrews, situada en la costa Este de Escocia, en el condado de Fife, para hacerse con el escritorio donde se contaba que Isaac Newton escribió sus famosos “Principia” donde describía la teoría de la gravitación universal. Este “mueble” le costó muchas libras, pero aún lo vendió por más a su llegada a España, al parecer un grupo de empresarios de la aristocracia de Barcelona le habían hecho el encargo y le supuso unos generosos dividendos.
Pues bien, mi tío don Francisco, se presentó hace unos días con un obsequio de los que no se olvidan fácilmente. Al principio, tras coger el paquete delicadamente envuelto entre mis brazos ansiosos, no me pareció que fuera gran cosa, percibí que podía ser un libro. Era el tercer libro que recibía estas navidades, nunca debí decir que me encantaba leer, ¡la gente es tan poco original ¡
No obstante, al observar la cara de mi tío que me miraba sin pestañear, expectante, con una media sonrisa picarona, me decidí por abrirlo, tratando de disimular mi decepción. Precisamente él era de los pocos, sino el único, que se esforzaba por conseguir sacarme una mueca de asombro y sorpresa con cada uno de sus regalos. Por eso, traté de aparentar sorpresa mientras abría, aunque era cada vez más evidente que lo que tenía entre manos era un libro más, mejor encuadernado que la mayoría, pero un libro en fin y al cabo.
-Es un libro ancestral que encontré en un pueblo a las orillas del Nilo, en Egipto, se le conoce como el Grimorio de Horus, el dios halcón, y según me contó su anterior dueño te puede ser de gran ayuda si decides continuar con tu idea de ser biólogo y estudiar animales.
Quité el papel de embalar de color morado con dibujos de elefantes, descubriendo a mi vista un precioso libro fantásticamente encuadernado igual que los típicos libros de magos que tantas veces había visto en televisión. La portada tenía en relieve la figura de un extraño animalillo parecida a un mono de larga cola.
Ahora que me encuentro encerrado en este armario, con el ritmo cardíaco tan elevado y una tensión que me provoca pálpitos en mi ojo izquierdo al son que marca mi corazón, recuerdo con bastante claridad los primeros momentos vividos esos días de navidad.
Dejo que trascurran unos minutos intentando recuperar mi ritmo cardíaco habitual, pero me está costando más de la cuenta, debido a que no consigo olvidar lo que me ha llevado hasta donde estoy.
Esa noche después de una copiosa y como siempre con el tío don Francisco, entretenida cena, llena de historias de lejanos lugares, me fui a mi cuarto con mi nuevo libro para leer un poco antes de dormir. Había dejado todo dispuesto para una de mis sesiones de lectura preferidas, después de una buena cena me dirigía a mi habitación para saborear uno de mis placeres favoritos.
En un primer vistazo parecía un libro de animales exóticos, con una buena encuadernación, pero poco más, un libro de animales. Las fotos ocupaban tres cuartos de la página y unas pocas líneas a pie de página describían lo que estábamos viendo. Recuerdo nítidamente la primera estampa que me encontré tras una hoja de portada introduciendo el tema: animales de Bosque Centro Europa. Pasé la página, eché un largo vistazo a la espectacular imagen de un bosque y en primer plano la imagen de una liebre asustada en plena carrera dispuesta a saltar sobre un riachuelo de rápidas aguas.
La instantánea conseguida era fascinante, creo que pasé contemplándola unos diez minutos sin inmutarme, casi conteniendo la respiración. El título de la fotografía hablaba de hontas al que describía como un pequeño primate de no más de 70 centímetros de altura, ya extinguido de los bosques situados en la frontera del este de Suiza limitando con Austria, debido a la acción de la caza furtiva.
¡Qué raro, un error de imprenta en un libro tan bonito¡-me dije extrañado. Tal vez, ese fuera uno de los encantos del regalo, nunca se sabía con el tío don Francisco, cuál era la intención del regalo. Siempre sorprendían, pero nunca sabías a simple vista la razón.
Recuerdo el año pasado, en la celebración de mi onomástica, consiguió abrumarme y cambiar el color de mi cara tornándola de color rojo cuando una vez abierto mi regalo, pude ver que era una caja de madera, bonita, pero una pequeña caja, que contenía en su interior las coloridas y desordenadas piezas de un puzzle. Pasada la sorpresa inicial, me dispuse a concentrarme en el juego, terminando un par de horas más tarde. Resultado, disfruté como un enano disponiendo piezas aquí y allá, configurando poco a poco una escena de campo, con una foto en primera plana de una paloma en pleno vuelo.
Me sorprendió porque en unas conversaciones que habíamos mantenido en los últimos meses, le había narrado mi afición creciente por esos animales. Aunque me había gustado el detalle, que significaba mucho por el hecho de acordarse de nuestras charlas, me supo a poco comprobar que el regalo acababa ahí. Debería estar prevenido a estas alturas que nada con el tío era lo que parecía ser, y tardé otro par de horas en darme cuenta del mensaje escrito en la parte trasera del puzzle. Este mensaje me instaba a ir al jardín trasero de la casa, donde encontré el verdadero regalo que realmente esperaba, un pequeño palomar de madera con el frente de tela metálica, con una pareja de palomas en su interior.
El puzzle había sido una cortina de humo, un pequeño aperitivo para preparar el terreno, me untaba los labios con un poco de azúcar antes de darme el auténtico pastel. Don Francisco era así.
Volviendo al libro de estas navidades, aún recordaba la reproducción de aquella liebre que habían catalogado erróneamente como un primate llamado hontas. La sensación que me produjo aquel fallo, me aceleró el pulso al tiempo que recorría ansioso con la mirada la página en busca de cualquier detalle que me indicara alguna pista de algún posible regalo escondido.
Aunque claro, me defraudaría que unas letras en el reverso me indicaran que fuera al jardín en busca de un conejo en una jaula. El tío era original y no se repetía nunca, la sorpresa formaba parte fundamental del rito de sus regalos. Esos días eran, ante todo, una gran escenificación, un canto a la alegría y al misterio, dos de los grandes motores de los niños.
Pasé la página muerto de curiosidad ante los siguientes retos que me pudiera plantear este regalo. Lo que ví en la siguiente hoja me dejó igualmente atónito, supuestamente tenía en mis manos un ejemplar que reproducía los animales característicos de los bosques del centro de Europa. Pero, para mi asombro, lo que me encontré consistía en una escena de tupido bosque con la ausencia de animales, a pesar de que en el asiento de la página indicaba un nombre y una breve descripción. Me sentía extrañamente turbado, mi cabeza era un hervidero de emociones y pensamientos acelerados que trataban de que sonara la campana y se me revelara el sentido de todo ésto.
Seguí pasando páginas, y en las dos siguientes me encontré más de lo mismo, no había ningún animal en esas escenas. Unas gotas de sudor perlaban mi frente al tiempo que dejaba de abrigar la esperanza de sacar algo en claro. En la siguiente hoja me encontré con la sorpresa de ver a una persona en el cuadro huyendo de una especie de manada de lobos al fondo del cuadro.
Al tiempo que me concentraba en sacarle alguna explicación a mi defectuoso regalo, se produjo un cambio fugaz en la luz que procedía de la claraboya situada en el techo de mi habitación. Noté lo que parecía el paso de un animalillo por el cristal que crujió levemente ante el peso de lo que yo intuí como animal, tal vez una ardilla. Aunque no era la primera vez que pasaba, me seguía sobresaltando cuando tumbado en mi cama ensimismado en mis pensamientos, cualquier bicho pasaba de improviso por encima. Mis padres siempre me habían inculcado el amor hacia los animales, la naturaleza y todo lo relacionado, por eso, vivíamos en una gran casa de madera situada en las afueras de un pueblo de la sierra.
Mi habitación que no era excesivamente grande, tenía más de cuatro metros y medio de altura, lo que le daba una sensación de espacio, mucho mayor del que realmente tenía. Mi habitación estaba coronada en su centro geométrico, por una inmensa claraboya de cristal con forma piramidal, donde recibí una de las mayores sorpresas en mi décimo cumpleaños. Como no, fue uno de los regalos del tío Don Francisco. Siguiendo con su forma tradicional de actuar, me entregó una caja tamaño folio, envuelta como siempre de manera atrayente con motivos animales. Al abrir la caja me recibió una enigmática nota, con forma de entrada para un espectáculo, en la que me emplazaba en mi habitación a medianoche.
Esa noche sentado en mi cama después de cenar y celebrar mi cumpleaños con una tarta en forma de tortuga, sí una tortuga, así era mi familia, emocionado y excitado me dirigí a mi habitación. Hice tiempo hasta que dieron las doce en el reloj de cuco del pasillo, haciéndome dar un pequeño salto en la silla. Un foco se encendió arriba en la terraza, escuché el crujir de la madera con el peso de unos pasos sobre mi cuarto. Por el hueco de la claraboya pude contemplar un espectáculo de marionetas increíble que se me quedó marcado en la retina para siempre. Por supuesto, la representación estaba relacionada con el mundo animal.
Desde entonces, cada vez que en mi cama recostado intentaba dormir, me venía a la mente la imagen de aquella obra en mi claraboya, para mí había sido como tener una tele de plasma en el techo de la habitación. Fue un regalo increíble.
Toda mi vida había transcurrido entre animales, me habían contagiado su adicción por las mascotas. Perros, gatos, palomas, periquitos, y muchos más habían compartido mi infancia.
Acaparaban la inmensa mayoría de mis recuerdos, la mayoría de los niños habían crecido con los personajes típicos de la televisión y yo me había hecho mayor con otros entretenimientos.
Acontecido el susto del techo, volví a concentrarme en el enigmático ejemplar que me habían regalado. Persistí en mi lectura, incapaz de resistirme a su encanto, las primeras páginas me parecieron sobrecogedoras. Más páginas del silencioso y solitario bosque, con unas vagas descripciones en sus leyendas de animales que no lograba hallar en las ilustraciones. Según avanzaba mi lectura más intrigado estaba y de repente ahí estaba otra vez, en la siguiente hoja, afloró de nuevo una persona agazapada entre unos arbustos, la sola visión de su cabeza y su mirada apuntándome desde el dibujo, hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, provocándome un intenso frío. La temperatura del miedo tenía exactamente esa graduación. Generalmente, clavas tu mirada en algo que esperas ver en el horizonte, tu horizonte, y esas personas de las imágenes tenían fijada la vista en algo situado arriba, pedían auxilio.
La escena se repitió cíclicamente varias veces, varias páginas en blanco y de nuevo, surgía la figura de una persona con cara angustiada, acompañada de una destemplanza, un ruido extraño, un golpe en el armario. Lo estaba pasando mal, algo no concordaba con lo que recordaba de todos mis regalos, esto se me estaba yendo de las manos.
Esta situación se repitió varias veces, a lo largo de un par de semanas, cada vez que abría el libro recibía como una dosis de una potente droga que aumentaba mi adicción. Releía las páginas, sorprendiéndome de que hubiera cambios en las posturas de cada uno de los individuos. Llegué a pensar que se movían en su interior cuando no los observaba, era como ese juego infantil llamado un, dos, tres, palito inglés, en el que los jugadores se mueven hacia el que cuenta mientras este habla de espaldas, y al girarse deben detenerse tal y como estén.
La sombra que creí ver alguna vez en el pasillo de mi casa, en el techo, en mi cuarto, cada vez me provocaba un pavor creciente. Un día, me pareció escuchar su voz susurrándome,. -En la naturaleza existe la justicia. - Dí en un respingo en la silla en la que leía, sin saber si soñaba o no, y sentí otra vez la presencia.
El caso es que el miedo que ahora parece gobernar mis funciones cerebrales, ha pasado a controlar mis extremidades y me he refugiado en el armario, donde me encuentro ahora, echo un manojo de nervios.
Alrededor, el miedo toma forma, el clima de la habitación se vuelve más frío, más húmedo que de costumbre, una especie de niebla difumina el contorno de mi aposento. Donde antes había una cómoda, ahora ocupa su lugar un arbusto de un metro de alto, color verde oscuro, con pinchas. La cama ya no está en su lugar se aprecia un pequeño estanque en el que se pueden percibir una ondas alrededor de una hoja que acaba de caer de la rama de un árbol enraizado a mi izquierda. Mi habitación se ha transformado en una escena boscosa, que me recuerda a todas las páginas que había contemplado atónito minutos antes sobre la mesa de mi cuarto.
Busco desesperado una salida de allí, sin saber muy bien cómo, al no saber dónde me encuentro. Mi único punto de referencia, al que sin aún saberlo volvería cada día es mi pequeño estanque, mi nuevo hogar.
Pasan los días, meses tal vez, llevo aquí mucho tiempo, alimentándome de lo que encuentro, cazo pequeños animales, sacio mi sed en el estanque como un perro, bebo el néctar de las flores. Es extraño pero por mucho que camine termino apareciendo en el mismo sitio, esperaré la muerte junto al estanque.
A lo largo del tiempo, he sufrido dos o tres episodios en los que parece abrirse una ventana en el cielo a través de la cual puedo ver los ojos de una persona que parece espiarme, con expresión asustada, sorprendida quizás. Me recuerdan a la imagen que me producía siempre la claraboya de mi antigua habitación. Cualquier animal desde arriba me podía observar como en una especie de jaula, encerrado ahí abajo, y el sol cada mañana, me despertaba enviándome unos rayos madrugadores.
Mi única compañía esporádica era la de una mariposa de grandes alas con el dibujo de un triángulo amarillo sobre fondo azul chillón. Tenía un tamaño muy grande, una mariposa XXL que recuerdo haber cazado una mañana cuando era pequeño, jugando en el jardín de mi casa. Recuerdo que por aquel entonces, les cortaba las alas y las metía en botes de cristal hasta que terminaban muriendo. El día que la capturé, recibí una visita del tío don Francisco, que observó con cara desencantada el destrozo que realicé con el pobre animal. Creo ver su cara y una pequeña lágrima asomarse en sus ojos tristes.
He llegado a pensar que ahora soy parte de un libro que en su día estuvo en mi casa, en mi habitación, un regalo que realmente me atrapó, tanto que ahora formo parte de su contenido. El siguiente dueño sorprendido y nervioso al abrirlo pasaría páginas encontrándose con un aparente sinsentido, y en algunas de ellas, caras angustiadas pidiendo auxilio. Un detalle en el que no había deparado aquella lejana noche de navidades y que ahora me venía al recuerdo, era el hecho de que cada persona que aparecía allí tenía ropajes de distintas épocas. Estaba lleno de capas, estratos fosilizados, alguien de los años 30, un hombre de los años 70, una mujer de final de siglo pasado y en algún lugar estoy yo.
No lo sé y nunca lo sabré, pero aparezco en la página veintidós del libro, sentado con la cara mirando hacia arriba en un gesto de impotencia. En el pie de página, aparece el nombre y descripción de un animal que se ha extinguido, mediante la acción del hombre, y ahora yo ocupo su lugar.
En mi casa, me dieron por desaparecido, lloraron mi pérdida y al cabo de un tiempo, la vida continuó sin mí. Si os preguntáis por el libro, os diré que don Francisco se lo llevó de allí y lo puso de nuevo en circulación. Esperaba a que el siguiente animal del libro desapareciera y justo en ese momento, impartiría justicia. Un intercambio de cachorro humano por cada especie que cayera en el olvido.
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Fecha: 2013-07-03 10:28:10
Nombre: Lucia
Comentario: ¡Vaya que si es de suspenso!me gustó!