Sentado, más pomposo que lechuga fresca, en la terraza de su apartamento, Cernobio, con gran ansiedad, esperaba un indicio. Ya había transcurrido la mayor parte del día y solamente había visto pasar a una alegre nube de moscas con calentura a las que no les prestó mucha atención ya que no coincidían con los parámetros que le fueron dados acerca de una señal.
Desde el amanecer se había instalado en la terraza con una pequeña nevera repleta de comidas y bebidas, el teléfono al lado, el control remoto para abrir la puerta, y recipientes para desperdicios, incluyendo los de su cuerpo. De vez en cuando al levantarse de la silla de extensión, en el borde de la terraza, oteaba con unos binoculares la otra costa del Lago; o con el equipo de vídeo registraba el aletargado vuelo de los zamuros. Así se pasó el día lleno de angustias y expectativas.
Pasaban las nueve de la noche cuando una gorda y enorme flecha luminosa, anaranjada, e intermitente, acompañada de una música como de piedras de colores rodando por el lecho de un burbujeante río dulce, y un fuerte aroma de lirios andinos pasó flotando frente a su terraza. De la parte superior de la flecha se desprendían unos diminutos fuegos artificiales que no lograban gran altura; de la parte inferior, una lluvia color magenta cayendo allá abajo en la avenida, creaba un estruendoso río de plata sorprendiendo a los transeúntes.
Muy emocionado Cernobio disfrutó de la travesía de aquella increíble saeta; al perderla de vista por su izquierda en dirección al golfo, se quedó meditando sobre cuál era el mensaje de esa aparición, ya que en esa dirección nada se podía ver. Mientras los niños y adultos allá abajo en la avenida procuraban inútilmente recoger algunas muestras del río argento.
Elucubrando sobre cuál sería el anuncio le dieron las doce de la noche. Desilusionado y refunfuñando se fue a dormir jurando que nunca más volvería a leer horóscopos al mismo tiempo en que, lo que quedaba del río de plata se iba por las alcantarillas sin hacer ruido alguno.
//alex
Cernobio
Autor: Juan Mendoza
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Cuento publicado el 24 de Abril de 2014
Sentado, más pomposo que lechuga fresca, en la terraza de su apartamento, Cernobio, con gran ansiedad, esperaba un indicio. Ya había transcurrido la mayor parte del día y solamente había visto pasar a una alegre nube de moscas con calentura a las que no les prestó mucha atención ya que no coincidían con los parámetros que le fueron dados acerca de una señal.
Desde el amanecer se había instalado en la terraza con una pequeña nevera repleta de comidas y bebidas, el teléfono al lado, el control remoto para abrir la puerta, y recipientes para desperdicios, incluyendo los de su cuerpo. De vez en cuando al levantarse de la silla de extensión, en el borde de la terraza, oteaba con unos binoculares la otra costa del Lago; o con el equipo de vídeo registraba el aletargado vuelo de los zamuros. Así se pasó el día lleno de angustias y expectativas.
Pasaban las nueve de la noche cuando una gorda y enorme flecha luminosa, anaranjada, e intermitente, acompañada de una música como de piedras de colores rodando por el lecho de un burbujeante río dulce, y un fuerte aroma de lirios andinos pasó flotando frente a su terraza. De la parte superior de la flecha se desprendían unos diminutos fuegos artificiales que no lograban gran altura; de la parte inferior, una lluvia color magenta cayendo allá abajo en la avenida, creaba un estruendoso río de plata sorprendiendo a los transeúntes.
Muy emocionado Cernobio disfrutó de la travesía de aquella increíble saeta; al perderla de vista por su izquierda en dirección al golfo, se quedó meditando sobre cuál era el mensaje de esa aparición, ya que en esa dirección nada se podía ver. Mientras los niños y adultos allá abajo en la avenida procuraban inútilmente recoger algunas muestras del río argento.
Elucubrando sobre cuál sería el anuncio le dieron las doce de la noche. Desilusionado y refunfuñando se fue a dormir jurando que nunca más volvería a leer horóscopos al mismo tiempo en que, lo que quedaba del río de plata se iba por las alcantarillas sin hacer ruido alguno.
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