El nadador dio media vuelta y comenzó a nadar río arriba. Al principio el resto de nadadores no reparó en él, pero al cabo de unos minutos, todos los nadadores que se cruzaban con el nadador que nadaba río arriba se quedaban mirándolo horrorizados. El nadador continuó nadando río arriba sin importarle nada, notando la gruesa resistencia de la corriente y con la impresión de no avanzar. Sin embargo, poco a poco, rutinariamente, al nadador le pareció que nadar río abajo o río arriba era lo mismo.
El nadador dio media vuelta y comenzó a nadar río arriba. Al principio el resto de nadadores no reparó en él, pero al cabo de unos minutos, todos los nadadores que se cruzaban con el nadador que nadaba río arriba se quedaban mirándolo horrorizados. El nadador continuó nadando río arriba sin importarle nada, notando la gruesa resistencia de la corriente y con la impresión de no avanzar. Sin embargo, poco a poco, rutinariamente, al nadador le pareció que nadar río abajo o río arriba era lo mismo.
El nadador se hizo viejo “hace tanto que no me cruzo con un nadador” pensó después de caer en la cuenta del paso del tiempo, y por sorpresa, arribó en aguas estancadas, “ya no estoy dentro del río, me he vuelto loco” dijo en voz alta; calmadamente dejó de nadar hasta que su cuerpo estuvo en reposo, entonces el nadador descansó, incluso durmió posado sobre el limite.
Al despertar, el nadador miró hacia la orilla y comprendió que ya no tenía miedo, la orilla se presentaba acogedora, sin piedras afiladas ni la traicionera corriente que siempre acaba empujando al nadador contra una muerte segura. Fue hasta la orilla y con decisión salió del río dirigiéndose hacia un elevado risco. Una vez arriba, oteó el horizonte río abajo y no vislumbró desembocadura ninguna, el río se retorcía sobre si mismo, penetrando el espacio y ocultándose para reaparecer tras de sí. “Es un laberinto” dijo el nadador para su capote, luego miró hacia arriba, e incrédulo vio la misma imagen “es infinito… eterno” murmuró el nadador y bajó del risco. De vuelta al río, se detuvo y observó el vuelo de un gorrión “ahora regreso al río” y tras una larga pausa añadió a la vez que echaba a andar “para morir”.
//alex
El nadador
Autor: Jon Velazquez
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Cuento publicado el 31 de Octubre de 2015
El nadador se hizo viejo “hace tanto que no me cruzo con un nadador” pensó después de caer en la cuenta del paso del tiempo, y por sorpresa, arribó en aguas estancadas, “ya no estoy dentro del río, me he vuelto loco” dijo en voz alta; calmadamente dejó de nadar hasta que su cuerpo estuvo en reposo, entonces el nadador descansó, incluso durmió posado sobre el limite.
Al despertar, el nadador miró hacia la orilla y comprendió que ya no tenía miedo, la orilla se presentaba acogedora, sin piedras afiladas ni la traicionera corriente que siempre acaba empujando al nadador contra una muerte segura. Fue hasta la orilla y con decisión salió del río dirigiéndose hacia un elevado risco. Una vez arriba, oteó el horizonte río abajo y no vislumbró desembocadura ninguna, el río se retorcía sobre si mismo, penetrando el espacio y ocultándose para reaparecer tras de sí. “Es un laberinto” dijo el nadador para su capote, luego miró hacia arriba, e incrédulo vio la misma imagen “es infinito… eterno” murmuró el nadador y bajó del risco. De vuelta al río, se detuvo y observó el vuelo de un gorrión “ahora regreso al río” y tras una larga pausa añadió a la vez que echaba a andar “para morir”.
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