La misteriosa llamada a Carlos.
Autor: Emil Maraby
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-¿Aló, aló? –contesté con voz gutural y ronca. Mi esposa se despertó también.
-¿Carlos? Hola Carlos, quiero hablar contigo –era una mujer con voz muy ebria. Se escuchaba música vallenata de fondo.
En ese momento, no tenía claro si mi hijo, de diecisiete años ya estaba en casa después de una fiesta donde asistió esa noche. Una bruma mental invadió mi cabeza. -¿Quién es a esta hora? –preguntó mi esposa con los ojos entreabiertos.
- Señora, no hay ningún Carlos aquí –contesté algo molesto.
- ¡Yo se que estas ahí Carlos! –insistía la mujer. Pronunció algunas palabras que no logré identificar porque parecían masticadas. El estado de ebriedad no le permitía articular bien las palabras.
- Se equivocó usted, señora. ¡Fíjese bien como marca! – colgué apresurado.
Mi mujer se inclinó un poco y mirándome fijo me preguntó otra vez: - ¿Quién era finalmente?
- Ni idea. Era una mujer algo borracha que preguntaba por un tal Carlos. Estaba como en una fiesta o algo así. – acomodé la almohada, me coloqué debajo de la cobija y me dispuse a buscar el sueño nuevamente.
- ¡Vieja desubicada esa! Venirse a equivocar y justo a esta hora de la madrugada. ¡Qué susto terrible me ha dado. Uno piensa lo peor a esta hora.
- ¡El susto lo tengo aún en el pecho. Tengo el corazón acelerado que siento los latidos en mis manos –seguí acomodándome en mi lado de la cama-. Espero podamos dormir otra vez.
Desde que mi mujer y yo estamos casados, hace unos doce años, muy poco nos han llamado en la madrugada. La última vez fue hace como seis años, a la una de la mañana y era para informarnos que mi madre tenía un fuerte dolor en el pecho y la llevaban a una clínica. Por supuesto, nos tocó salir y acompañarla en esos momentos en que le hicieron varios exámenes para descartar un infarto. Finalmente, el dolor fue producido por una severa gastritis que la venía aquejando hacía varios días y se le había exacerbado en esa incómoda hora de la mañana. Dentro de todo, no hubo un infarto.
Estaba casi a punto de dormir cuando el celular volvió a sonar.
- ¿Pero que quiere esa mujer? –gritó mi esposa con desespero-. ¡Juan, contéstale y dile que no moleste mas, por favor!
Volví a contestar y escuché a la misma mujer, tal vez un poco más ebria.
- Carlos, ¡háblame por favor, sé que estás allí! Tengo que decirte algo. Tienes que escucharme. No es lo que tú piensas. ¡No vas a jugar con mis sentimientos! –la mujer ya gritaba.
- Señora, le dije que no hay ningún Carlos aquí. Usted está equivocada. ¡Y no llame mas, se lo pido! –cerré la llamada enseguida.
- Pon ese bendito teléfono en silencio. Esa borracha tal vez llame otra vez. –mi mujer dijo esto en tono imperativo. Miró el reloj digital que tiene en su nochero y marcaba las tres y cuarenta.
Bajé la pestaña lateral que tiene mi teléfono para ponerlo en silencio y lo coloqué en mi nochero. Todo me parecía extraño. ¿Quién era esa mujer que llamaba a esta hora, bajo los efectos del alcohol, preguntando por un tal Carlos? ¿Quién es Carlos?
- Hay mucha gente loca en este mundo. Mira que esa vieja borracha se viene a equivocar de número y justamente marca al tuyo. Espero tú no tengas nada que ver con esa bandida. –mi mujer estaba colocada de espaldas a mí. Le escuchaba su voz pero no le veía la cara.
- ¿Cómo se te ocurre? Nadie me llama a esta hora. Ponte a dormir más bien.
Cerré mis ojos y comencé a contar ovejas. A veces hago esto similar a como lo veía en algunas caricaturas que disfruté en mi infancia. No sé si funciona pero aquí lo estaba intentando otra vez. Mi mujer, Gloria, es de sueño ligero. Cualquier ruido la despierta. Siempre ha sido así. Le digo en ocasiones que se relaje, que no piense en nada diferente a descansar y deje los problemas de su trabajo en la puerta del dormitorio.
Casi estaba logrando el sueño otra vez cuando vi titilar la pantalla del teléfono, señal que otra vez estaba llamando esa mujer. Decidí no contestar. Pero la mujer seguía insistiendo. La luz me molestaba en los ojos. Me llené de rabia. Contesté ya alterado.
- ¿Otra vez usted? –subí el tono de la voz. Mi mujer se volteó enseguida. Noté que estaba bien despierta.
- ¡Carlos, Carlos, no cuelgues por favor! –se escuchaba a punto de llorar- debemos hablar.
Cuando quise responder, mi mujer me arrebató el teléfono de las manos. Con el rostro enfurecido, le habló en tono duro:
- Oiga borracha, ¿Cuál es su problema? ¿No tienes nada que hacer a esta hora si no llamar a Carlos? –alzó la voz.
- ¿Quién es usted? –preguntó la extraña mujer.
- ¿Quién mas va a ser? Pues ¡LA ESPOSA DE CARLOS! Ni más ni menos.
- ¡Carlos no es casado. Es mi novio y no se ha casado aún. Seguro tú debes ser esa amiga que lo llama y lo llama y me lo quiere quitar. ¿Rosa es tu nombre? Eso es, Rosa, te digo que Carlos ya no te quiere, ¡no te quiere! –la mujer estaba muy alterada. Pronunciaba las palabras y se entrecortaban por un persistente hipo que la molestaba.
- Pues te digo que Carlos te mintió porque estoy casada con él desde hace varios meses. Y aquí está a mi lado, abrazado junto a mí y sin querer hablar contigo. Pero te advierto, que como sigas llamando mañana mismo te busco y te las verás conmigo. –mi mujer estaba alterada y daba la impresión que la pelea era en serio y se refería a un Carlos que realmente no existía. La molestia de haberle interrumpido el sueño, tal vez la hizo responder de esta manera.
- ¿O sea que Carlos se casó? Maldito seas Carlos… ¡Maldito seas!…Esto no se quedará así. –la ebria sollozaba, el hipo era frecuente, sus palabras eran ya casi inentendibles.
- ¡Mira borracha, como vuelvas a llamar yo misma te voy a buscar y te arrancaré los cabellos! ¡YO SE DONDE ESTAS! –En ese momento, Gloria cerró la llamada y me pasó el teléfono.
- ¿Por qué dijiste todo eso a esa mujer? –pregunté extrañado.
- La verdad, me provocó contestarle así. Mira que llamar tres veces y justamente a este número. Y encima, borracha. Por favor, que se vaya a la quinta porra. Yo que carajo sé quién es ese Carlos. Pero le dije que estaba casado conmigo. Y te digo algo, Juan: ya verás que esa vieja no llama más. No hay nada que me altere más que un sueño interrumpido.
- Ajá, ¿y cuando vea al tal Carlos, que? Creo lo va a ahorcar.
- ¿Y tú te vas a preocupar por eso ahora? Más bien preocúpate por tu examen prostático mañana y que no te vayan a encontrar nada malo en esa glándula. ¿Qué hora es?
Miré el reloj y vi que eran ya casi las cuatro de la mañana.
- Tráeme un vaso de agua, por favor. Esta vieja me ha dado alteración. Es más, ¡si la veo la ahorco!
Fui a la cocina por agua. Volví rápidamente con el vaso y lo bebió con ansias. Lo colocó en su nochero y me dijo:
- Mira, las mujeres tenemos unos códigos que solo nosotras entendemos. Y eso ustedes, los hombres, no lo entienden o comprenden. Y por esos códigos es que te digo que esa borracha no va a llamar más. Ahora duérmete y no pienses más en Carlos ni en esa vieja loca. Mi celular no sonó más.
En la mañana de ese día, asistí a mi examen prostático. Luego fui al banco a consignar un dinero y después me dirigí a la veterinaria a buscar unas pastillas para nuestro perro Capitán (así se llama). Ya de viejo tiene achaques en su visión y en su sistema digestivo. Al llegar a mi casa en horas de la tarde, comencé a mirar todas las llamadas que habían entrado ese día. Y observé fijamente el número desde donde esa misteriosa mujer había llamado al tal Carlos. La hora: tres y media am. Y recordé los insultos que le dio mi mujer. Y pensé en el tipo. ¡Qué lío terrible en el que debía estar! Tuve la firme intención de llamar a ver qué había pasado, preguntar qué había ocurrido con ella. Pero no fui capaz. Sentí miedo. De repente tuve la sensación como si todo aquello hubiese sido un sueño. Decidí borrar el número y dejar mi inquietud perdida en el infinito de las cosas que no tienen respuestas claras.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Nicolás
Comentario: En las lÃneas ...
daba la impresión que la pelea era en serio y se referÃa a un Carlos que realmente no existÃa.
... me parece que el NO sobra. ¿No hace más sentido si es ... a un Carlos que realmente EXISTIA?