La maldición. Cuentos cortos fantásticos


La maldición

Autor: Julio César Pelatos Ledesma

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Cuento publicado el 21 de Noviembre de 2016


Me desperté desorientado sin saber dónde estaba y por qué. Tenía frío, estaba asustado y desnudo, encadenado por grilletes en mis muñecas y tobillos dentro de una mazmorra helada y oscura. De pronto un sonido espantosamente desagradable de bisagras que se negaban a hacer su trabajo por la fricción de los metales oxidados. Con los ojos llorosos y en penumbras, distinguí a tres siluetas frente a mi mazmorra, dos de ellas llevaban arrastras a un sujeto, al parecer inconsciente, y lo estaban metiendo y encadenándolo al igual que a mi. —No aguanto mucho Lennard, verdad —Dijo con una carcajada uno de ellos y mientras los dos sujetos cerraban las rejas llegaron tres más, y el que parecía ser el lider ordeno. —Sácalo de ahí Thannos, y llévalo al salón. —Si Milord Raynard —Obedeció el hombre más grande y fornido que había visto en mi vida, ataviado con cota de malla y una túnica negra con vistas y adornos en dorado. Empezó a abrir la reja de mi mazmorra a la vez que decía. —Luzzien, Velkko, tráiganlo. — Estos entraron con una sonrisa sádica y burlona en sus secos labios. Yo estaba terriblemente asustado, temblaba sin control, con los ojos abiertos de par en par, mi corazón latía velozmente con la respiración sumamente agitada.

Me sacaron a empujones y golpes mientras sollozaba y suplicaba piedad. Me llevaron por el pasillo donde había más mazmorras en penumbras de donde salía un hedor putrefacto debido a que en algunas había cadáveres aún colgados de sus cadenas, otros en el suelo, entre heces, orina y sangre coagulada y seca. Había ratas dándose un asqueroso y obsceno festín, entre los cadáveres y cabezas que colgaban de picos de hierro en las paredes de todo el lugar, de las cuales algunas aún tenían grasa, carne y piel, que se desprendían a jirones. Me condujeron por este tenebroso panorama hasta que llegamos a un gran salón iluminado por crepitantes antorchas que hacían crecer y decrecer las sombras, las cuales se proyectaban incesantemente, dando un aspecto horroroso.
El lugar estaba lleno de objetos, herramientas y aparatos de tortura por doquier. Lo cual me asusto más. Ya estaban allí Lord Raynard, Thannos y otro sujeto que parecía un monje con túnica purpura cerrada que le llegaba arriba de los tobillos, que dejaba ver las grebas doradas, llevaba un cinturón de metal de donde colgaba una hermosa espada y salía un faldón que se dividía en dos picos al frente. Arriba de todo vestía otra túnica dividida por el frente, más larga que la anterior con anchas y largas mangas, adornada con vistas doradas en las cuales tenia runas grabadas en color sangre. Tambien tenía grandes hombreras de donde nacían de cada una de ellas un listón grueso rojo con símbolos extraños que se movían con vida propia, su rostro iba cubierto con una capucha y comprendí que era un hechicero.
— ¿Sabes quien soy Stephan? —Pregunto Lord Raynard con autoridad refiriéndose a mí. —No Milord, no lo sé. —Conteste sin pensarlo, y pregunte instintivamente. — ¿Cómo sabe mi nombre Milord? —Silencio, yo hago las preguntas. —Grito, dándome con el dorso de su mano que estaba enfundada en su guantelete, abriéndome el labio inferior de donde salió un hilillo de sangre. —Me estas retrasando Stephan, y no quiero estar aquí más de lo necesario, así que continuemos. ¿Sabes lo que hago Stephan? ¿Sabes a lo que nos dedicamos aquí? — Pregunto con sus negros ojos clavados en mí. — No Milord, no sé nada de usted o de ustedes. —Dije en un sollozo. —Bien Stephan, te diré. Nosotros somos de la Santa Inquisición, y nos encargamos de casos, uhmm, inusuales podría decirse. Casos un poco más serios y ahí es donde entras tú Stephan, ya que estamos investigando la muerte de tu familia. Así que, la siguiente pregunta es ¿Crees en Dios Stephan?
Esa pregunta me sorprendió. Ya que desde que mi familia fue asesinada brutalmente, fui rechazado por los demás aldeanos porque pensaban que estaba maldito por la forma en que fueron destrozados sus cuerpos, que fue imposible reconocerlos. Pero mi maldición fue haberlos perdido, fue el no haber podido hacer nada para defenderlos, aunque en realidad no hubiera podido hacer nada por ellos. Mi pesadilla fue que sin poder evitarlo, yo miraba cuando él los asesinaba despiadadamente. Mi maldición era que debí morir junto a ellos. A partir de entonces, gran parte de mi fe, desapareció. Si existe Dios. ¿Cómo pudo permitir que murieran así? Si existiera Dios, haría justicia divina y condenaría a la bestia asesina con el peor de los castigos. Y ¿Qué he obtenido yo de Dios? Solo sufrimiento por la muerte de mí amada esposa y mis hijos. ¿Qué pecado he cometido para merecer este castigo? ¿Esta maldición? Tal vez a mi Dios le gusta ver el sufrimiento en el mundo. Y si es así, Él es un hipócrita y no quiero a un Dios así.
—Si Milord, si creo en Dios. —Mentí, por miedo a las represalias. —Bien Stephan, por ahora es todo, mañana continuaremos, ya que esta oscureciendo y nos tenemos que ir. Thannos llévalo a su mazmorra y encadénalo muy bien, no quiero correr riesgos. —Si Milord, vamos pajarito, te llevaremos a tu jaula, ayúdame Velkko. —Dijo el enorme sujeto. —Vamos Mubârack, tenemos que hablar. —Escuche que dijo Raynard al hechicero mientras se alejaban y a mi me llevaban de vuelta por el pasillo de las mazmorras cuando de pronto una gran rata mordió uno de mis dedos del pie derecho y por reflejo y el dolor, tire de mi pierna instintivamente, y con el movimiento inconsciente golpee la espinilla de Thannos sin poder evitarlo. __Lo siento, perdóneme, no fue mi intención. __Dije, ya que el rostro de Thannos se puso roja de de ira. Y como respuesta, recibí un golpe en seco en medio de mi cara que hizo crujir el tabique de mi nariz. Yo caí de espalda en la fría roca del piso, cuan largo era, mientras me llevaba las manos al rostro tratando de detener la hemorragia que se sobrevino, sin poder lograrlo.
Velkko reía a carcajadas, mientras me azotaba con una correa de varias tiras de piel, rematadas con púas de hierro con forma de uñas de gato, hiriéndome la piel con cada golpe. Al igual que Thannos aprovechaba para patearme sin remordimiento, yo solo pude agazaparme y me cubría la cabeza con las manos, tratando de recibir el menor castigo posible y gimiendo cada vez que sentía la punta de sus botas en mis costillas y las puntas curvadas de hierro de la correa que manejaba Velkko.
De pronto, con el rabillo del ojo pude distinguir, que del calabozo que teníamos enfrente, surgieron dos brazos tan delgados, con la piel lisa y muy pálida, como si no le hubiera dado el sol durante años. Su piel estaba tan pegada a sus huesos, que parecía imposible que alguien con esa delgadez pudiera seguir con vida. Pero sus manos… Sus manos, eran como zarpas, con los dedos muy largos, muy largos y delgados. Rematados con uñas extremadamente largas y afiladas. Parecidas a la de la Bestia que había matado a mi familia, aunque no eran tan grandes como las de ella.
Velkko no tuvo oportunidad al ser asido por esas manos, ya que lo jalaron con tal velocidad y fuerza hacia los barrotes de la mazmorra, que su cabeza entro facilmente por entre dos de ellos. Y se escucho su cráneo crujir, como si se hubieran fracturado los huesos al entrar, que solo pudo escucharse un pequeño grito ahogado y luego su cuerpo empezó a convulsionarse y mientras sucedía esto, un sonido de succión y gorgoteo. El cuerpo de Velkko quedo inmóvil. Yo empecé a estremecerme por la sensación que ese escenario tan particular me provocaba, que no podía siquiera moverme.
Thannos al ver esto, inconscientemente y tan rápido como pudo, se adhirió de espalda a la pared que estaba en dirección contraria de la mazmorra, donde había sido arrastrado Velkko. Con los ojos desorbitados, la boca seca y abierta sin poder articular sonido por el terror que se reflejaba en su rostro, que estaba tan pálido como los brazos del captor de Velkko, este temblaba incontrolablemente. Por fin Thannos profirió un alarido de terror al ver caer el cuerpo sin vida y sin cabeza de Velkko y salió corriendo hacia la sala de interrogatorios, como perseguido por fantasmas.
En ese momento pude tomar parcialmente control de mi cuerpo y un poco de movimiento de mis extremidades, ya que la escena era extrañamente hipnótica. Que cuando jale las piernas para alejarme arrastras de ese lugar. La zarpa del ser que acababa de matar a Velkko paso silbando el espacio donde había estado mi pierna izquierda, intentando sostenerme de mi pie desnudo. E igual que Thannos, yo choque con la pared a mis espaldas respirando rápidamente, que sentía que mi corazón saldría saltando de mi pecho. Al no haberme podido agarrar, las zarpas tomaron las dos ratas que se habían acercado a comer trozos de carne del cuerpo inerte de Velkko, y las llevo hacia dentro. Solo los chillidos agudos de las ratas se escucharon brevemente. Y empecé a balbucear incoherencias sin siquiera desearlo. — ¿Qué esta ocurriendo? —Pregunto Lennard a lo lejos, ya que escucho mis balbuceos y todo el alboroto anterior. Cuando estaba a punto de darme la vuelta para ir al encuentro de Lennard, una suave voz proveniente del calabozo donde se encontraba la sombra atroz, me pidió amablemente. —Ven, acércate pequeño, no te hare daño, solo quiero ayudarte. ¿Quieres salir de aquí verdad? —Interrogo. — Ayúdame y te ayudare, solo tienes que venir aquí y quitar esas gemas de los cráneos que están incrustados en los barrotes y las paredes que me rodean. Pronto, date prisa antes de que vengan los guardias. Como si hubiera tomado el control de mi cuerpo y mi mente, me era imposible resistirme a su petición. —No, no lo hagas. —Me advirtió Lennard. — Ten valor Stephan. —Me animo la voz del extraño. —Solo es un pequeño esfuerzo y estaremos libres. __No le hagas caso Stephan, no lo escuches, porque tambien te matara. —Término diciendo Lennard. — ¿Si quieres, tambien te puedo ayudar a ti? ¿Si quieres, tambien te puedo liberar? Para que juntos tomemos venganza por lo que nos han hecho. —Propuso el extraño a Lennard. —Vengarías a tu Rey.
Estaba dando un paso hacia enfrente, cuando un fuerte grito me saco de mi estupor en el cual me encontraba sumido inexorablemente. —Nooo… —Se escucho. Yo me sobresalte y poco a poco gire mi cabeza y mirada hacia donde procedía la voz. —Aléjate, lentamente. —Ordeno la voz. Era Raynard con armadura y espada en mano. Detrás venia Mubârack, tambien varios guardias con alabardas, espadas y cuatro de ellos con ballestas, los cuales me apuntaban a mí. —Tonto, te dije que te dieras prisa, ahora por tu estupidez no pudimos escapar. —Dijo la sombra siniestra, lamentándose y me lanzo una amenaza. —En cuanto pueda voy acabar contigo, dolorosamente imbécil. —Y su horrenda voz sugirió que no estaba mintiendo. — ¿En verdad pensaste que podrías escapar, Agathork? —Pregunto Raynard, refiriéndose a la sombra que tenía encerrada. —Enciérrenlo antes de que sea demasiado tarde y encadénenlo. —Ordeno Raynard mientras me daba un fuerte empujón, indicando de qué hablaba de mí. Tres de los guardias obedecieron sin retraso y me condujeron a mi mazmorra. — ¿Te estabas divirtiendo, Agathork? Es una lastima que no nos hayas invitado a tu fiesta privada. —Refirió Raynard sarcásticamente, mientras le daba una patada al cuerpo sin cabeza de Velkko, sugiriendo a los guardias para que lo sacaran de allí. —Quémenlo, no quiero correr riesgos innecesarios. —Índico.
—No te preocupes por él, Raynard, ya no se levantara. —Dijo Agathork, profiriendo una profunda carcajada, como el rugido de una bestia. —Espero que duermas tranquilo por las noches Raynard, porque cuando menos lo esperes iré por ti. Y te aseguro que no será muy agradable. —Termino con una sonrisa burlona. —Dios esta de nuestro lado y cuando llegue ese momento estaré preparado, te lo aseguro. —Replico Raynard con total seguridad. —Guardias quédense aquí y cuiden a nuestros invitados. —Termino ordenando, mientras tomaba camino hacia la salida, seguido de Mubârack. —Si Milord. —Asintieron todos al unisonó.
Abatido por el cansancio y el hambre, me quede completamente dormido, a pesar de la posición tan incomoda en la que estaba encadenado. Escuche algunas preguntas de Lennard, pero no pude responderle y me perdí en las tinieblas del sueño. No supe cuanto tiempo había trascurrido desde que me quede dormido, pero si pude darme cuenta de que aún era de noche. Lo primero que pensé al tomar conciencia, fue, extrañamente en las ratas que me estaban devorando. Me alegre, al notar que no era así. Y en ese instante una voz me saco de mi somnoliento pensamiento.

—Hola pajarito. —Se oyó con burla la voz de Thannos. —No te ves tan malo despues de todo. —Pronuncio con tono despectivo. A su lado estaba un guardia con armadura y en sus manos llevaba una larga alabarda de guerra, más alta que cualquiera de los dos. Con un rápido movimiento Thannos se la arrebato. Y lentamente comenzó a pasar la punta de la alabarda, de reja en reja. —Déjalo en paz cobarde, mejor lárgate a dormir. —Espetó Lennard desde su mazmorra. —Cállate Lennard, si no quieres que te de tu merecido. —Señalo Thannos alzando la voz, mientras introducía la alabarda por entre las rejas tratando de herir a Lennard con ella. Influenciado por el valor de quien corría mi mismo destino, grite sin pensar en las consecuencias. —Ya es suficiente Thannos. —Desafié lo más fuerte que pude, aunque solo salió de mi garganta un susurro. —No deberías ir a orinar otro de tus pantalones como hiciste cuando Agathork mato a tu compañero, cobarde. —Como impulsado por un resorte Thannos dio media vuelta tan rápido como pudo, sacando la lanza de la mazmorra de Lennard sin llegar a herirlo. Y arrojándomela con todas sus fuerzas, que paso silbando en el aire que nos separaba hasta clavarse en mi hombro izquierdo. Sentí como la punta me penetraba la piel y carne, hasta que rompía mi clavícula, pulmón y el omóplato irremediablemente, atravesándolo facilmente y se detuvo hasta que chocó contra la pared de piedra.
Yo grite de dolor, mientras me retorcía lo poco que podía por mis cadenas, pensando que seguramente moriría sin remedio. Aunque el hecho me aterraba sin manera, un pensamiento más placentero y tranquilizador me invadió lentamente. Por fin podre estar con mi familia, pensé. Por fin podre abrazarlos y besarlos de nuevo, mientras las lagrimas inundaron mis ojos por ese sentimiento hasta que recorrieron mis sucias mejillas. De alguna manera comencé a relajarme, aún viendo como manaba la sangre de mi herida, corriendo desde mi pecho, hasta llegar a la cadera y pierna. Empecé a toser porque me ahogaba con mi propia sangre que comenzó a brotar por mi boca. Todo esto sucedía a la vez que Thannos se reía a carcajadas y decía. —Te lo mereces pajarito. Te lo mereces por entrometido y por desafiarme imbécil.
—Bastardo. —Rugió Lennard. —Eres un cobarde, solo así puedes matar a alguien. —Y continúo imprecándole más maldiciones. —Silencio Lennard si no quieres que te haga lo mismo. —Amenazo Thannos tratando de aparentar valentía. —Inténtalo bastardo. —Respondió Lennard con una mirada de desafío en sus ojos. Luego de un momento las voces se escuchaban en la distancia y empecé a desvanecerme poco a poco. Quería hablar, pero no podía decir absolutamente nada. Mis parpados se tornaron pesados y mis ojos se cerraban inevitablemente, con gran esfuerzo intentaba abrirlos y al hacerlo por fin, pude distinguir una luz borrosa y tenue en la distancia. De la cual no podía apartar la mirada, quede en trance, como hipnotizado por esa luz que se acercaba y se tornaba muy brillante, hasta que me cegó completamente. Y sin embargo, no pude apartar la vista de esa luz. Sentí un cosquilleo, seguido de una agradable calidez que recorría mi cuerpo. Me sentía en paz al fin.
—Así se siente cuando mueres. —Pensé, rebosando de alegría y paz espiritual, agradeciendo al Altísimo. No esta mal, despues de todo, resignándome a mi destino. La calidez se volvió más fuerte a cada instante, recorría todo mi ser, mi piel se erizo por completo en un escalofrió que me hizo convulsionar. Esto es el fin, me dije. De la nada, cuando creí que seria todo, apareció un fuerte espasmo que me hizo estremecer, escuche el crujir de huesos en la penumbra, como si se dislocaran y volvieran a unirse violentamente una y otra vez, surgió un calor insoportable, como si me hubieran arrojado a una gran hoguera. Sentía la presión de mis grilletes donde estaban puestos en mi cuerpo, como si me apretaran queriendo alargar mi agonía. Mi respiración se agitaba cada vez más, sintiendo una gran ira que no podía controlar. Mi pecho se expandía provocado por los latidos de mi corazón que iban a un ritmo acelerado como nunca había sentido anteriormente. ¿Qué fue lo que hice? ¿Qué pecado cometí? Para merecer el Infierno. Imploraba, ya por piedad, que termine esto. Mi grito se escucho como un rugido, más que lamento.
Y fue entonces cuando la vi. Vi de nuevo a la Bestia que había matado a mi familia. Vi sus grandes brazos musculosos, casi tan gruesos como el tronco de un árbol, y estaban llenos de pelaje como púas, rematados por grandes zarpas, tan grandes que podrían coger facilmente la cabeza de un hombre adulto. Y sus garras eran negras, tan grandes como los dedos de mis manos. Media casi el doble de cualquier hombre pero mucho más fuerte. Porque de un solo salto llego hasta las rejas que nos separaban del guardia y de Thannos que nos miraban aterrados, con los ojos desorbitados sin poder moverse. Con la inercia y la fuerza de sus zarpas logro derribar parte de las rejas. Yo miraba con satisfacción como con sus fauces desgarraba la cabeza de Thannos de un solo mordisco, dejando su cuerpo dando saltos como una marioneta en un charco de sangre espeso. Sin duda ese era el castigo divino que Dios había enviado para castigar a Thannos por todas las atrocidades que había cometido en su asquerosa vida. Esto sucedía a gran velocidad, ya que el guardia que estaba con Thannos no alcanzo siquiera a sacar por completo su espada de la vaina cuando la Bestia ya le había sacado las entrañas de un zarpazo, porque el peto de su armadura no resistió la embestida y salió volando hasta chocar con estrepito en la pared. Y vi como escurría la sangre y las vísceras hacia fuera mientras este intentaba detenerlas con sus manos sin poder lograrlo.
Yo no quería ni moverme para no atraer la atención de aquella Bestia hacia mí, aunque al parecer ni existía para ella. Y tambien porque no podía ni moverme realmente. — ¿Qué eres? —Pregunto Lennard mientras intentaba con desesperación quitarse sus grilletes sin poder apartar la vista hacia otra parte que no fuera la Bestia, esta volteo y vio a Lennard en su mazmorra y de un golpe deshizo el mecanismo con que estaba cerrada la reja, la cual se abrió lentamente. Lennard al no poder hacer otra cosa más que esperar el ataque, moviendo su cuerpo como balanceándose muy despacio, se puso en posición defensiva enrollando parte de las cadenas en sus manos como armas, a pesar de que no les servirían de mucho contra este ser salido del infierno.
La bestia dio un paso hacia dentro de la mazmorra agachándose un poco con las zarpas hacia atrás y gruñendo. Yo quise gritar para distraerla pero no podía articular ningún sonido, solo se escuchaban los gruñidos de la bestia. Su salto fue tan rápido, que Lennard solo pudo moverse lo suficiente como para que la Bestia no engullera su cabeza en sus fauces, pero no lo suficiente como para evitarla por completo, ya que en vez de eso lo alcanzo de la parte del hombro derecho, clavándole sus poderosos colmillos en el pecho de costado y por el otro, la espalda alta y parte del brazo, desgarrando la carne que estaba a su paso, hasta llegar a los huesos que no opusieron mucha resistencia ante la brutal fuerza de la presa, que empezaron a crujir muy despacio. Extrañamente con esto sentí un placer indescriptible, aunque quería hacer algo por ayudar a Lennard, de alguna manera me deleitaba el hecho. Experimentaba el dulce sabor de la sangre corriendo por las comisuras de las fauces de la Bestia, así como de la suave carne entre sus colmillos.
Increíblemente, Lennard en ningún momento suplico, solo acertaba a dar golpes en el hocico con la cadena enrollada en el puño libre que le quedaba, la Bestia arremetía contra él, sacudiéndolo en el aire mientras lo tenía aún en sus fauces.
En ese instante, una lanza se clavo en la espalda de la Bestia, y esta soltando a Lennard, profirió un gutural gruñido mientras este se golpeo contra la pared y reboto al piso pesadamente cayendo sin movimiento, soltando un solo gemido. Cuando Lennard cayó, la Bestia ya estaba destrozando al guardia que le había ensartado la lanza, dejando su cuerpo desmembrado. Se escucharon los pasos apresurados de más guardias que entraban por el pasillo, con alabardas y espadas algunos, y otros con ballestas cargadas para arremeter contra la Bestia. Sin darles tiempo a que tomaran posiciones, se abalanzó con vertiginosa velocidad, saltando primero a la pared y tomando impulso con esta para caer justo encima del primer guardia que iba al inicio de la fila, tragando por completo su cabeza, que se la arranco de un tirón y chocando contra las rejas de la mazmorra de Agathork que observaba estático los acontecimientos con una sonrisa malévola en sus labios. Otro guardia llegaba con lanza en vilo cargando con el miedo dibujado en su rostro. La Bestia giro rápidamente hacia la derecha y con el largo antebrazo derecho aparto la lanza que iba dirigida a su pecho, causándole una herida superficial por el roce al no poderla apartar a tiempo y dando un paso hacia el frente, apoyo su peso en esa pierna, quedando aún más cerca de su objetivo y rotando bruscamente su cintura y con el brazo izquierdo semi-extendido, salió disparado como el brazo de una catapulta de asedio. Con las zarpas entrecerradas, los dedos rígidos y sus largas garras hicieron silbar el aire en su trayectoria hasta que hizo volar el yelmo que llevaba el guardia, dejando a su paso cuatro grandes surcos, tres en el rostro que estaba totalmente desfigurado, que le colgaba la piel lacerada, la última le había cercenado la yugular de donde brotaba la sangre a borbotones como una cascada que cae a un manantial carmesí. El hombre solo alcanzo a trastabillar tres pasos hasta que se desplomo temblando, ya casi sin vida.
—Muere maldito monstruo. —Grito el siguiente guardia que saltaba sobre la Bestia con la espada en alto, cogida con ambas manos. La hoja de metal se clavo parcialmente en la ancha espalda del monstruo, hasta que se rompió en pedazos por la resistencia que oponía la dura piel del monstruo. Este al sentirse herido lanzo un desgarrador gruñido que me ensordeció. El guardia cayó justo a su lado, lo que aprovecho instantáneamente agarrándolo con sus zarpas por el cuello y levantándolo en vilo, y convirtiéndolo en su escudo, porque ya venían cargando dos guardias más. Esto provoco que el de la lanza se la ensartara a su compañero por la espalda hasta salir por el pecho. La Bestia lo arrojo aún con vida hacia un lado, este voló por los aires hasta estrellarse contra la pared y reja de la mazmorra que estaba más cercana. La sangre fluía formando un charco. Entre tanto la Bestia ya le había desgarrado la garganta con sus poderosas garras al siguiente guardia que ya se estremecía en estertores de muerte.
Ahora estaba esquivando las estocadas desesperadas de otro guardia con relativa facilidad. E inesperadamente salto por encima de la cabeza del guardia, que solo logro ver un borrón que se esfumaba de su vista, antes de sentir como un certero zarpazo lo desgarraba desde su espalda baja, hasta llegar al inicio de la nuca. Con la fuerza del golpe lo hizo avanzar algunos pasos hacia enfrente. Para entonces, la Bestia ya estaba cayendo y daba la vuelta para terminar con él de una embestida más.
Y ahí estaba, parado enfrente de la Bestia. Con la cabeza de lado y hacia enfrente con una burlona sonrisa en sus labios y los ojos fijos en la Bestia. Estaba tan famélico que parecía solo un espectro vestido con harapos, pero a pesar de eso, se veía tan poderoso que imponía un profundo respeto, con solo verlo. Tenía al guardia en sus brazos, ya sin vida, como en un abrazo de despedida. Lo fue soltando hasta sostenerlo con un solo brazo como si fuera una hoja marchita. El cuerpo inerte del guardia fue resbalando poco a poco hasta que cayó en el frio piso.
Sin darme cuenta, al parecer durante la batalla, la Bestia había debilitado el encantamiento arcano que lo mantenía confinado, haciendo añicos los cráneos y las gemas que adornaban la mazmorra embrujada con cada cuerpo de los guardias que eran arrojados inconscientemente hacia las paredes y rejas del salón.
__ ¡Hola! __ Dijo al fin Agathork, no como saludo, sino como un reto. Abrió los brazos, esperando la embestida de la Bestia que ya se disponía a hacerlo. La cual abrió su gran hocico mostrando sus colmillos como aceptando el desafío. Yo me sentía agitado y me abrazaba un ardiente deseo de que esos dos monstruos se asesinaran mutuamente. Una porque había matado a mi familia sin compasión, que si pudiera hacerlo por mi mismo lo haría, quería destrozarlo, hacerlo pedazos, pero ¿Cómo podría? Y a la otra, porque algo así no debería existir, algo tan siniestro no debería vivir.
Lanzando un pavoroso gruñido ya estaba listo para saltar sobre la criatura que lo desafiaba, cuando dos saetas pasaron silbando en dirección de Agathork, las cuales fueron evadidas por Él sin siquiera moverse, al menos eso pareció. Esto sucedía a la vez que la Bestia recibía dos saetas en la espalda, lo que lo hizo enfurecerse y olvidándose de Agathork, se volteo y cargo rápidamente contra los guardias dando largas zancadas mientras estos daban media vuelta para huir despavoridos. La Bestia le dio alcance al guardia que se había quedado atrás y mientras destrozaba al hombre que solo acertaba a gritar y sacudirse inútilmente mientras la bestia le rompía la columna, partiéndolo por la mitad entre sus fauces como una rama seca. Comenzó a correr detrás de los tres que faltaban. Un guardia cerraba una puerta de madera que daba a una escalera por dónde subían corriendo despavoridos los otros dos. Salto hacia la puerta en el momento que se empezaba a correr el seguro, y por la fuerza y el peso de la Bestia se rompió en pedazos atravesándola a pesar de lo gruesa que era. La Bestia cayó encima del aterrado guardia que intentaba sacar su daga de su funda para poder matar al monstruo que trataba de asesinarlo, pero no lo consiguió, ya que la Bestia desparramo sus intestinos de un solo mordisco de sus enormes fauces. Despues de matar al guardia, subió por las escaleras, hasta llegar a un gran salón de fiestas en tinieblas, por donde se deslizo hasta el adarve más cercano por donde salto hacia abajo al siguiente nivel, hasta llegar a un adarve cubierto por el que salto al corredor de ronda de los guardias en la muralla que daba al foso, que tenia un hedor putrefacto. Mientras meditaba la situación dando vueltas de aquí y allá, porque no le agradaba la idea de tener que saltar al foso que tenia la Fortaleza a su alrededor. De la nada se oyó un grito de alarma, al tiempo que una lluvia de saetas y flechas se clavaban alrededor suyo desde una torre de vigilancia. La Bestia gruño fuertemente en claro desafío, y se preparo para atacar, pero ya no le quedaba otra opción, y cuando estaba a punto de saltar, lo vio de nuevo en la distancia. Agathork estaba parado con altivez en el adarve de la Torre del Homenaje por donde el había salido hacia unos instantes, lo miraba fijamente, él tenia en sus brazos un cuerpo inmóvil. Y sin esperar más, salto al foso, salto hacia la libertad.
La Bestia corría entre los arboles del bosque, sintiendo la brisa de la madrugada, la sangre seca de los guardias caídos que habían salpicado el pelaje del Engendro fue limpiado con el foso y una ligera lluvia que comenzó a caer. Llego a una colina de la montaña y se detuvo en una saliente de roca. Entonces advertí que ya no miraba a Lennard, ya no miraba las mazmorras y ya no miraba al siniestro Agathork. Yo estaba en esa saliente, al igual que la Bestia, tambien era libre. Y fue entonces que recordé las palabras de Agathork cuando salió de su prisión, y cuando desafío a la Bestia con un ¡Hola!
No me había dado cuenta, de lo que dijo realmente. Había dicho, ¡Hola Stephan! Pero ¿Por qué?, ¿Por qué había dicho mi nombre? Desde el momento de mi muerte en la mazmorra, creí que mi naturaleza era la un espectro, la de un alma atormentada que vagaría por el mundo insustancial de los espíritus condenados, arrastrado por mis pecados no cometidos en la frontera de lo desconocido de cualquier mortal. Pero esas palabras atormentaban mi mente sin cesar, ¡Hola Stephan!
Instintivamente, mientras los rayos y truenos caían en la lejanía resonando como tambores, empecé a agitarme por la inquietud. Agache la mirada para verme y lo que vi me aterro, que lance un grito desesperado de negación, y solo se escucho un lastimero aullido largo y profundo. Lo que vi fue a lo más odiaba en este mundo, lo que más deseaba ver muerta por haberme arrebatado lo que más amaba. Mi ansiedad crecía, y en la oscuridad de la fría noche, entendí horrorizado, que la Bestia era yo...

//alex


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