Todo aparenta normal en esta imagen, excepto por esa sombra que ocupa el lado derecho de mi cara, precisamente mi ojo derecho. A veces reflexiono y pienso, si lo que está en mi ojo derecho es lo que yo veo cada vez que me miro al espejo, o si es lo que toco cada momento del día, quizás yo sea el problema. Quizás sea todo común y corriente.
¿Pero entonces que sería lo que me lleva a pensar que mi ojo derecho no está más y que en su lugar hay una sombra negra?
Nunca nadie supo que tiene, o que le pasó, por qué está de esa forma, todo por una sola razón, nadie nota en mi cara algo que le llame la atención. Hasta un día, el día en el cual conocí a Carolina, la dulce y bella dama con la cual solía cruzarme en el conservatorio. Ella era encantadora, casi perfecta. Solo podía verla los jueves ya que era el día que ambos íbamos al mismo horario, yo a clases de saxo y ella a clases de piano, y allí no faltaba jamás el día en el que me saludara con una sonrisa hermosa como ella y me dijera: ¿Qué es esa mancha en tu ojo derecho?, luego de un incomodador silencio se reía y se dirigía hacia el salón 13. Yo no tenía reacción alguna ante esa frase, solo podía derrumbarme en una nube de pasión y luego pensar en ella hasta que salía, la volvía a saludar, y se iba. Es extraño de solo pensarlo, pero solo Caro y yo podíamos ver esa cosa en mi ojo derecho.
Un jueves común y corriente me acerqué a ella luego de la salida y tomé el coraje para decirle si la podía acompañar a la casa, luego de que me diga que si, en el transcurso del viaje le dije:
-¿Qué ves en mi ojo derecho?
-Veo una mancha, igual a la mía.
-¿Tu también tienes una? ¿Cómo yo no la veo?
-Todos tenemos una mancha, y también todos tenemos a alguien que puede ver la nuestra. Es fácil, yo elijo a quién mostrársela, cada uno elige a quien mostrársela. Ahora se que alguien en este mundo me valora. Gracias. Y con un beso en la frente se fue. Quedé atónito, inmóvil, sin respuesta alguna. Es el último recuerdo que encuentro en mi mente.
Ese ‘gracias’ fue la última palabra que escuché en mi vida. No sé qué pasó después, no sé si ella seguirá viva, tampoco se a quien eligió, en ese momento no me molestó saber que no me había elegido.
Quién sabe qué hubiera pasado si yo veía su mancha, tal vez hubiera terminado en una historia típica, en la cual no habría nada más que aportar, pero no, a mí me dejó una galaxia de dudas en la cual mi cabeza no sabe absolutamente nada, solo una cosa, que hice feliz a alguien, solo por haberla elegido.
//alex
El ojo derecho
Autor: Federico Pedemonte
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Cuento publicado el 10 de Septiembre de 2018
¿Pero entonces que sería lo que me lleva a pensar que mi ojo derecho no está más y que en su lugar hay una sombra negra?
Nunca nadie supo que tiene, o que le pasó, por qué está de esa forma, todo por una sola razón, nadie nota en mi cara algo que le llame la atención. Hasta un día, el día en el cual conocí a Carolina, la dulce y bella dama con la cual solía cruzarme en el conservatorio. Ella era encantadora, casi perfecta. Solo podía verla los jueves ya que era el día que ambos íbamos al mismo horario, yo a clases de saxo y ella a clases de piano, y allí no faltaba jamás el día en el que me saludara con una sonrisa hermosa como ella y me dijera: ¿Qué es esa mancha en tu ojo derecho?, luego de un incomodador silencio se reía y se dirigía hacia el salón 13. Yo no tenía reacción alguna ante esa frase, solo podía derrumbarme en una nube de pasión y luego pensar en ella hasta que salía, la volvía a saludar, y se iba. Es extraño de solo pensarlo, pero solo Caro y yo podíamos ver esa cosa en mi ojo derecho.
Un jueves común y corriente me acerqué a ella luego de la salida y tomé el coraje para decirle si la podía acompañar a la casa, luego de que me diga que si, en el transcurso del viaje le dije:
-¿Qué ves en mi ojo derecho?
-Veo una mancha, igual a la mía.
-¿Tu también tienes una? ¿Cómo yo no la veo?
-Todos tenemos una mancha, y también todos tenemos a alguien que puede ver la nuestra. Es fácil, yo elijo a quién mostrársela, cada uno elige a quien mostrársela. Ahora se que alguien en este mundo me valora. Gracias. Y con un beso en la frente se fue. Quedé atónito, inmóvil, sin respuesta alguna. Es el último recuerdo que encuentro en mi mente.
Ese ‘gracias’ fue la última palabra que escuché en mi vida. No sé qué pasó después, no sé si ella seguirá viva, tampoco se a quien eligió, en ese momento no me molestó saber que no me había elegido.
Quién sabe qué hubiera pasado si yo veía su mancha, tal vez hubiera terminado en una historia típica, en la cual no habría nada más que aportar, pero no, a mí me dejó una galaxia de dudas en la cual mi cabeza no sabe absolutamente nada, solo una cosa, que hice feliz a alguien, solo por haberla elegido.
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