El dragón despertó pesadamente de su sueño. Inquieto, crispado, trató de comprender el extraño sonido que invadía todo el castillo. Estiró su cuello y giró en torno a sí, para averiguar de dónde provenía tan desagradable ruido: no era de arrastrar cadenas ni chirrido de puertas oxidadas; tampoco del lamento de prisioneros rumbo al cadalso ni los alaridos de su Rey cuando ordenaba alguna cosa. Conocía el dulce sonido del laúd y la furia de las trompetas, pero en nada se parecían a éste de ahora. Miró por la estrecha abertura en la pared pared, hacia la torre principal, pero no eran los chillidos de la princesa pidiendo auxilio.
Comenzó a arrastrarse lánguidamente en busca del insoportable murmullo. Conocía el castillo como las garras de sus patas; penetró en el oscuro pasillo, húmedo y angosto, para dirigirse hacia la sala de los caballeros. Todas las armaduras estaban allí, en completo silencio, sosteniendo sus armas , sigilosas, prestas al combate.
Al animal le atrajo unos extraños rayos de luz que provenían del salón Real y se filtraban cual agujas multicolores por entre los agujeros de la vieja puerta divisoria. Su ira aumentaba en igual medida que la pupila de sus ojos, que se volvían cada vez más rojizos y agresivos. Cuando estaba a punto de derribar aquella puerta de un zarpazo, lo sorprendió la aparición de una figura humana, que con total desparpajo la abrió, pasó tambaleándose por delante de él, lo miró descuidadamente, le hizo una señal con el puño cerrado y el dedo pulgar levantado y se puso a orinar contra uno de los muros.
—Bonito disfraz, hermano. ¡Esto de organizar una fiesta de disfraces en medio de estas ruinas estuvo genial… súper! —decía el joven ebrio, dándole la espalda al dragón—, y el tuyo si que es original. Te apuesto una cerveza a que sacas el primer premio —agregó el joven fiestero, que se encontraba haciendo equilibrio con brazos y piernas para no mojarse los pantalones.
La música electrónica, el láser multicolor, las luces relampagueantes, provenientes de la sala del Rey, desconcertaron al animal furioso. La bestia movía lentamente su cabeza, mostrando unos dientes punzantes, a las espaldas del joven. Una vez terminado su cometido, éste se dio la vuelta y haciéndole una señal con el brazo para que lo siguiera, le habló al dragón.
—Vamos, amigo, que la noche es joven, y esto recién comienza —dijo el borracho golpeándole suavemente el lomo—. ¡Ah!, y ese truco de lanzar humo por las narices y las orejas me lo tienes que enseñar uno de estos días.
El griterío del salón de fiestas, estremeció al dragón, que avanzaba lentamente con el joven ebrio a su lado. Apoyado en su cola, levantó sus patas delanteras, y lanzó una bocanada de fuego hacia el techo. Los que le prestaron atención, aplaudieron el truco y le ofrecieron sus bebidas. El joven que había hecho pis, lo palmeaba orgulloso y gritaba a viva voz: ¡es mi amigo, y tiene el mejor disfraz! Al segundo vómito de la bestia, se quemaron las guirnaldas y globos brillantes del decorado y se oyó un quejido humano que pasó desapercibido entre la eufórica multitud.
El dragón no alcanzaba a comprender como un grupo de plebeyos osaba profanar la casa de su Rey con semejantes desmanes, y continuó escupiendo fuego, ahora en todas direcciones. Un amasijo de parlantes, computadoras, luces, cables y cuerpos humanos comenzó a arder por todas partes. Se desató una estampida de la concurrencia hacia la puerta de salida del castillo, que aumentó el caos y el descontrol. El joven, amigo del dragón, recuperándose de una rodada, miró hacia atrás y expresó: « parece que el juego terminó, que pena… la noche pintaba de maravillas».
A los pocos minutos de la tragedia, el silencio y la oscuridad reinaban de nuevo en el castillo. El animal, ahora mas calmo, volvió sobre sus pasos, saludó a los caballeros de las armaduras, miró hacia la torre donde aún estaba colgado el pañuelo de la doncella, y enroscándose sobre si mismo, volvió a su sueño ancestral.
//alex
El sueño del dragón
Autor: Fermin Angel
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Cuento publicado el 10 de Septiembre de 2019
Comenzó a arrastrarse lánguidamente en busca del insoportable murmullo. Conocía el castillo como las garras de sus patas; penetró en el oscuro pasillo, húmedo y angosto, para dirigirse hacia la sala de los caballeros. Todas las armaduras estaban allí, en completo silencio, sosteniendo sus armas , sigilosas, prestas al combate.
Al animal le atrajo unos extraños rayos de luz que provenían del salón Real y se filtraban cual agujas multicolores por entre los agujeros de la vieja puerta divisoria. Su ira aumentaba en igual medida que la pupila de sus ojos, que se volvían cada vez más rojizos y agresivos. Cuando estaba a punto de derribar aquella puerta de un zarpazo, lo sorprendió la aparición de una figura humana, que con total desparpajo la abrió, pasó tambaleándose por delante de él, lo miró descuidadamente, le hizo una señal con el puño cerrado y el dedo pulgar levantado y se puso a orinar contra uno de los muros.
—Bonito disfraz, hermano. ¡Esto de organizar una fiesta de disfraces en medio de estas ruinas estuvo genial… súper! —decía el joven ebrio, dándole la espalda al dragón—, y el tuyo si que es original. Te apuesto una cerveza a que sacas el primer premio —agregó el joven fiestero, que se encontraba haciendo equilibrio con brazos y piernas para no mojarse los pantalones.
La música electrónica, el láser multicolor, las luces relampagueantes, provenientes de la sala del Rey, desconcertaron al animal furioso. La bestia movía lentamente su cabeza, mostrando unos dientes punzantes, a las espaldas del joven. Una vez terminado su cometido, éste se dio la vuelta y haciéndole una señal con el brazo para que lo siguiera, le habló al dragón.
—Vamos, amigo, que la noche es joven, y esto recién comienza —dijo el borracho golpeándole suavemente el lomo—. ¡Ah!, y ese truco de lanzar humo por las narices y las orejas me lo tienes que enseñar uno de estos días.
El griterío del salón de fiestas, estremeció al dragón, que avanzaba lentamente con el joven ebrio a su lado. Apoyado en su cola, levantó sus patas delanteras, y lanzó una bocanada de fuego hacia el techo. Los que le prestaron atención, aplaudieron el truco y le ofrecieron sus bebidas. El joven que había hecho pis, lo palmeaba orgulloso y gritaba a viva voz: ¡es mi amigo, y tiene el mejor disfraz! Al segundo vómito de la bestia, se quemaron las guirnaldas y globos brillantes del decorado y se oyó un quejido humano que pasó desapercibido entre la eufórica multitud.
El dragón no alcanzaba a comprender como un grupo de plebeyos osaba profanar la casa de su Rey con semejantes desmanes, y continuó escupiendo fuego, ahora en todas direcciones. Un amasijo de parlantes, computadoras, luces, cables y cuerpos humanos comenzó a arder por todas partes. Se desató una estampida de la concurrencia hacia la puerta de salida del castillo, que aumentó el caos y el descontrol. El joven, amigo del dragón, recuperándose de una rodada, miró hacia atrás y expresó: « parece que el juego terminó, que pena… la noche pintaba de maravillas».
A los pocos minutos de la tragedia, el silencio y la oscuridad reinaban de nuevo en el castillo. El animal, ahora mas calmo, volvió sobre sus pasos, saludó a los caballeros de las armaduras, miró hacia la torre donde aún estaba colgado el pañuelo de la doncella, y enroscándose sobre si mismo, volvió a su sueño ancestral.
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