El Osito Tatutá. Cuentos cortos fantásticos


El Osito Tatutá

Autor: Javier cotillo (JACO)

(4.11/5)
(1528 puntos / 372 votos)


Cuento publicado el 30 de Noviembre de -0001


I. Un osito sin igual

Este pícaro está frente a mí como si no tuviera interés de estar aquí. ¡Pero bien qué le importa! Con su astuta indiferencia, por fin me ha convencido para escribir algo sobre él. Siento que si no lo hago, me arrepentiré de por vida. Pero no quiero darle ese gusto.


Él sabe que no está aquí por azar; pero insiste en mostrarse indiferente. Todo su cuerpo es de rústico peluche color castaño, tan común como las piedras. Sus pequeñas orejas reposan sobre una vulgar semiesfera llamada cabeza de oso. Pues no puede ser de otra manera, delante de la cual sus ojos brillan como dos bolitas de azabache que se disimulan usando sus inexistentes párpados cada vez que los cierra como tratando de ocultar sus pensamientos. ¡Pero qué dije…, si nunca los vi parpadear! Su hocico finaliza en una nariz oscura que es jalada hacia arriba por un hilo invisible, como para darle importancia que a nadie importa; sin embargo, es el contraste perfecto para su tímida sonrisa que se adorna con una diminuta lengua que apenas intenta salir de su escondrijo. Diría que es el toque perfecto que se desparrama generosamente por todo lo ancho y largo de su insignificante figura de diecinueve centímetros y, además, le da sabor a su familiar presencia que descansa, sin cautela, en cualquier lugar.

Se supone que debe rugir como todos los osos del mundo; pero, contrariamente a lo esperado, no ruge cuando se le aplasta, sino que silba como frágil golondrina, cuyo chiflido sale despedido desde la planta de sus pies “Fiiiiií, fiiiiiíí, fiiiiiííí”. ¡Pero..., cómo le gusta a mi pequeña ese tierno sonido!

Desde que apareció en casa este juguete, siempre está en todas partes. Sobre mi sillón preferido, la cómoda, la mesa, la cama, el escritorio, los libros, el televisor, el florero y hasta sobre la pecera. Donde uno menos lo espera, él está allí, imponiendo su presencia. Parece que habitara en todas partes y en ninguna. No es necesario buscarlo para encontrarlo, siempre está donde quieres que esté y donde quieres que no esté. Piensa en un lugar, y de seguro lo encontrarás allí. Estoy por persuadirme que tiene el don de la ubicuidad.

II. El paseo familiar

Ayer, con bullicioso entusiasmo, salimos al campo mi esposa, mi pequeño Javito y mi adorada Marylí de cuatro añitos. Como es de suponer, llevamos lo necesario y lo innecesario; es decir, también llevamos al Osito. En este punto, mi adorada hija puso sus condiciones: “O llevamos al Osito Tatutá, o lloro”; y como si adivinase nuestro inmenso amor por ella, sonrió como un ángel, logrando desarmar nuestra frágil resistencia, porque han de saber que ellos son nuestra inmensa debilidad, y como casi siempre ocurre con los padres, como dicen por estas tierras, se nos caen las babas por nuestros hijos. Con una pequeña aclaración; no necesitamos “babero” porque sería insuficiente. ¡CORTINA DEBERÍA SER! Lo cierto es que, al final, el pícaro osito se agarró de la mano izquierda de mi pequeña y no la soltó para nada. No se sabía quien llevaba a quien. O mi hija llevaba su osito, o el osito llevaba a mi hijita. Ma miii ta, Ta tu tá quie re dar te un be si to. Pa pi to, no te es con das, a ti tam bién. Si no va llo rar el o si to.

El trayecto en bus duró aproximadamente dos horas. Me daba la impresión que, como nosotros, toda la gente de la ciudad se había volcado al campo en miles de vehículos que jugaban a “Quien llega primero”. Durante ese tiempo todo lo común y cotidiano nos pareció especial, porque estaba sazonado con nuestra alegría. No perdimos ningún detalle del espectáculo que se nos ofrecía a través de los cristales del vehículo. El trajín de la gente, los semáforos, las propagandas exhibiendo rostros alegres invitando sus productos iban quedando atrás; ahora eran reemplazados por los árboles con sus hojas por cabellera y el inmenso manto de vegetación. ¡Cómo hará la lluvia para dar de beber a todos! Los carros haciendo carreras con parvadas de golondrinas y palomas; el horizonte abriendo caminos sobre paisajes que se engalanaba con flores y fauna silvestre; y el cielo de todos los días, esta vez, con su vestido nuevo, tejido en azul brillante, adornado con encajes de finos filamentos de nube.

Cuando el panorama pretendía empolvarse de monótono, de inmediato surgía el dulce mirar de mi esposa, lleno de ternura, con suficiente argumento para delinear sobre nuestros labios nuevas ganas de reír, gozando del manso murmullo del aire fresco, que se afanaba por ejecutar su concierto de susurros pulsando las hojas de los árboles con singular maestría. Nuestros pulmones, felices, se colmaban de frescura; nuestros ojos hurtaban del horizonte inmensas porciones de paz y nuestros corazones hilvanaban abundantes bendiciones por esa nueva oportunidad de vivir con plenitud.


III. Una floresta incomparable

Al llegar a nuestro destino, se abrió un amplio portal que dio paso a nuestra contenida emoción. Dentro, una inmensa floresta poblada de retamas con sus flores amarillas y otra incontrolada variedad de pétalos, pero igual de lindas y olorosas. La arboleda exhibía, como piñatas, a decenas de gorriones, santarrositas, zorzales y, cuando no, a diminutos colibríes que desplegaban su plumaje tornasolado, balanceando su cuerpecito con su largo pico, el que, goloso, se introducía dentro de las flores para hurtar su manjar.

Desde niño quise ser un colibrí. Siempre admiré su desconcertante agilidad. Quise explicarme cómo hace este diminuto pajarillo para pararse en el aire 'sin moverse..., moviéndose', agitando raudamente sus alas, más que el viento, hasta hacerlas desaparecer a la vista sin que desaparezcan. Por eso quise y quiero ser un colibrí. Un hermoso colibrí de pico alargado, como una lanceta enraizada en esa diminuta cabecita, exhibiendo ojitos inteligentes y dinámicos. Quise, y quiero todavía, tener como ropaje a ese misterioso manto de plumas tornasoladas y centellantes, capaces de disparar al viento sus alegres colores, reflejando al sol de muchas maneras. Quiero desparramarme por el mundo regalando a todos los niños todas las golosinas de su imaginación. Unir a la gente por ser personas y no por sus riquezas ni por sus miserias. Todavía quiero ser este lindo picaflor para dibujar en el aire sentimientos de paz y hermandad; y porque abanicando mis alas podría hacer desaparecer los matices sociales para abrazarnos alrededor de la paz y reconocernos como personas del mundo; es decir, como hermanos del mundo. Tengo la esperanza. La tengo.


De pronto, ejecutando una partitura especial, apareció de algún mágico lugar la sinfonía concertada de un multitudinario ejército de mariposas que, abanicando perezosamente sus enormes alas coloreadas derramaban, a más no poder y en maravillosa competencia con las flores, un exquisito paisaje variopinto de ensueño y realidad.

En medio de este milagro, nuestros pequeños comenzaron a juguetear a más no poder, seducidos, armonizando la inocencia de su risa cristalina con las gotitas de rocío que brillaba como diamantes pegado en las hojas.

En estratégico lugar, la quietud de una piscina duplicaba, con asombrosa fidelidad al paisaje interandino, amenazando a cualquier bañista imprudente con borrar su belleza si perturbaran el equilibrio de sus aguas. Y, como intrusos mal ubicados, inquietantes deslizaderas, camas elásticas, columpios, subideras y túneles de plástico, pintarrajeados de rojo y amarillo. Al otro extremo, desentonando groseramente con el primoroso paisaje, quioscos con bebidas y comestibles.

IV. Te juego “A las escondidas”

Entre el ramaje, apareció Javito seguido de nuestra pequeña Marylí. Ella, llorando con desconsuelo, nos decía que su Osito Tatutá se había escondido no se sabía dónde, pidiendo con insistente angustia que aparezca de inmediato.

Dando por hecho de que se trataba de un pequeño problema y de fácil solución, los abrazamos prometiéndoles que pronto Osito estaría de vuelta. Sólo así se calmaron los dos, seguros que papá y mamá cumplirían su palabra. Los cuatro nos internamos por la floresta en busca de Osito, dando por descontado que Tatutá pronto sería ubicado tendido en algún lugar. El área de nuestra búsqueda era reducida. Sólo tendríamos que buscar allí. Los minutos fueron acumulándose unos sobre otros, pero Osito Tatutá no aparecía por ningún lugar; y lo más preocupante, los ojos de mi pequeña empezaban a mojarse nuevamente, mientras desesperada, modulaba el nombre de su muñeco:

—O shi to Ta tu tá..., Tatutáaa; ¿ónde esthás? —Y con voz quebrada agregaba— Ven..., Oshito Tatutáaaaa; to ma co mííííii da... To ma he la dos...., Oshito Tatutáaa —Y mientras imploraba su dolido mensaje, abundantes gotas de inconsolable pena se escapaban de sus hermosos ojos. Mi hijo, por su lado, también ayudaba a su manera:

—¡Osito feo..., ven. Ven osito feo; no te escondas, Osito Tatutáaa!

Al principio, éramos cuatro buscando al oso. Pero, algunas señoras se sumaron al grupo, seguramente conmovidas por la pequeña inmensa tristeza de nuestra hija, o identificadas con nuestro problema familiar; y, conforme pasaba el tiempo, el grupo de exploradores fue creciendo aproximadamente a una veintena de generosas damas, quienes, con sus esposos e hijos, repetían en coro:
—OSITO TATUTAÁ, ¡DÓNDE ESTÁS! ¡VEN, OSITO TATUTAAAÁÁÁ!

Pero el vendito¹ oso ¡nada! Buscamos en todos lados y escondrijos posibles; pero nada. ¡El osito socarrón sí que sabía esconderse! En este punto, alguien afirmó que los osos acostumbran invernar durante seis meses; comentario que incrementó nuestra desazón, sin saber el porqué.

Nuevamente abrazamos a nuestros niños con ternura para decirles que pronto encontraríamos al osito, que todo era cuestión de paciencia y tiempo. Ellos tenían plena confianza en nosotros, porque nunca habíamos incumplido una promesa; por eso se volvieron a calmar. Pero, conforme pasaba el tiempo y según las circunstancias, nuestras palabras ya no tenían la firmeza ni el convencimiento de siempre. Sentíamos que ya no decíamos la verdad. Y nuestros pequeños así lo intuían; es cuando sus ojitos nuevamente de colmaban de lágrimas que nos partía el corazón, lo que nos impulsaba a seguir buscando en áreas cada vez más extensos y en lugares hasta innecesarios; sin embargo, nada... ¡Nada de nada! Osito Tatutá fue tragado por el misterio.

La gente, que generosamente se sumó a nuestra búsqueda, poco a poco iba retirándose en silencio, sin decir palabra. Algunos, con una leve sonrisa de consuelo y sólo con la mirada, como diciendo: —“Lo sentimos..., pero qué se va hacer”. Gesto, que retribuíamos con otra mirada de agradecimiento, pero también sin palabras. Y tenían razón en retirarse. Ya habían hecho bastante por nosotros.


V. Un triste retorno

Cuando el sol guardaba sus hilachas de oro y el aire apuraba algunas ráfagas de viento; al ver que los niños, cansados de llorar, empezaban a dormirse en nuestros brazos, mi esposa, como sugiriendo que era hora de regresar a casa, preguntó:

—¿Mi amor..., qué hacemos?

“Sí, le respondí sólo con los ojos, tienes razón; es hora de irnos”. Y empezamos a recoger nuestras pertenencias en completo silencio, agobiados por una franca tristeza, cuyo origen no se sabía a ciencia cierta, si era por la congoja de nuestros pequeños o por haber perdido al Osito Tatutá.

Durante el trayecto de regreso, enmudecimos para esconder nuestra pena. Los niños guardaron también la mirada. Nunca sabremos si dormían o simulaban dormir. Cuando llegamos a casa teníamos la sensación de que alguien muy importante faltaba en la familia. Nos limitamos a guardar la bolsa vacía del Osito Tatutá. Nuestros niños, con admirable estoicismo, ya no volvieron a quejarse; antes bien se acostaron como todas las noches, pero habían ocultado la sonrisa. Para subsanar tamaña angustia, estiramos los brazos por sobre la cama de nuestros pequeños y tomados de la mano aceptamos la persistencia del sueño. Al día siguiente, renovamos nuestros afanes de costumbre; y conforme pasaban los días y las semanas, poco a poco, empezó a cicatrizar nuestra desazón.


IV. La boda de los gatos

Una noche de verano, hubo un terrible concierto de gatos en celo. Estos felinos no dejaron dormir a nadie con sus maullidos que escandalizaron incluso a la apacible Luna. Sospechando que, en su ardor se habían introducido a la casa, salí, entre penumbras, decido a desalojarlos y recuperar la paz de mi hogar. En su loca huída, los gatunos destrozaron los espejos de la estantería y tumbaron varias botellas de gaseosa, de esos que tienen envase de vidrio, amontonando sobre el piso amenazadores pedazos de cristal. Lamentablemente tropecé y me desplomé de bruces. Un puntiagudo pedazo de botella me iba a destrozar la yugular; y, antes que tocara suelo, providencialmente, una mano robusta me tomó por la cintura, y con increíble fortaleza me levantó como a una simple burbuja de jabón, cargándome de vuelta hasta mi cama, librándome de una muerte segura.
Cuando desperté, al día siguiente, no sabía si el asunto de los temerarios gatos fue realidad o un sueño.
Al cruzar el pasadizo, entre mi dormitorio y la ducha, vi los vidrios amontonados en el piso. Ahora estaba seguro que no fue un simple sueño.
Por el otro extremo, apareció muy alegre mi pequeña Marylí para darme su besito de los “Buenos días papito”. Llevaba en la mano... al Osito Tatutá; y, al colgar mi pijama, antes de la ducha, vi que, a la altura de la cintura, tenía pegado algunas pelusas de oso.

_____________
1. Aun cuando el diccionario no lo registra, creemos que debe escribirse con “v” porque es sinónimo de pillo, pícaro, que es diferente a “bendito” de sacro, santo, puro, venerable, sagrado.

//alex


¿Te ha gustado este cuento? Deja tu comentario más abajo
(Nota: Para poder dejar tu comentario debes estar registrado.Todavía no lo estás? Hazlo en un minuto aquí)

 

Nombre:

email:

Contraseña de usuario:

Comentario:

 

Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2010-06-25 01:30:05
Nombre: Ricardo
Comentario: Muy bien escrito. ¿El tema? hum...


Fecha: 2009-11-13 15:52:19
Nombre: melesio
Comentario: Largo, La parte de la ida al día de campo donde el narrador recuerda sus aspiraciones de ser colibrí en la infancia podría borrarse sin quitarle mérito al cuento.
El final rescata lo que podría ser un cuento intrascendente.


Fecha: 2008-10-20 15:45:41
Nombre: emmanuel
Comentario: me gusto mucho pero es muy largo se supone que debe ser mas corto


Fecha: 2008-10-08 21:04:07
Nombre: danna
Comentario: super lindo0 y divertido


Fecha: 2007-12-22 08:33:53
Nombre: grapasolida
Comentario: Cuanto más leo los relatos de JACO, más convencido estoy de su calidad. El Osito Tatutá, por ejemplo, es una historia familiar, por eso pinta de manera PLANA lo que ocurre en toda familia, pero le da el toque maestro al final, cuando la niña aparece con el oso en las manos y puede ver las pelusas de oso pegados en su piama. Elementos que desconciertan de manera agradable al autor.

Y más aún, cuando concluye proponiendo el NEOLOGISMO Vendito como modo de expresar justo lo que nos quiere decir.

No termino de admirarlo y ya nos viene con nuevas sorpresas literarias. Se ha ganado un primer puesto en la narrativa moderna.

Mi congratulación más sincera.

Grapasolida