Los pájaros de María Antonia. Cuentos cortos fantásticos


Los pájaros de María Antonia

Autor: Pedro Erasmo Torrijos Muñoz

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Cuento publicado el 18 de Junio de 2008


La ciénaga lucía majestuosa, tendida bajo un cielo colmado de estrellitas, reflejadas sobre aguas tranquilas, titilantes, amontonadas como noctilucas de cristal. El viento era suave y tibio, con pocos torbellinos que apenas movían los penachos de juncos y lotos emergentes de los regatos y recodos, de igual forma, los buchones dispersos, que flotaban sobre el agua como globitos verdes, parecidos a duendecillos inflados. La madrugada sin luna, oscura, parecía silenciosa al inicio, luego perturbada, por susurros de espíritus mañaneros. El alba, era pura como la ciénaga, como el alma del pueblo...

El amanecer estaba tenso, pesado como la desesperanza de los pobres, tristemente anunciado, por los últimos cantos de palomitas nocturnas, que se albergaban en los legendarios tacaloas, que daban a una esquina de la plaza, frente a la casa de María Antonia, quien sugestionada por sus lamentos, aseguraba que se trataba de la pavura de la muerte. Al instante, una ráfaga de aire frío penetraba las casas, que desde luego fueron invadidas por una bandada de pájaros negros, que irrumpieron de los mismos infiernos, emitiendo fuertes alaridos y un hedor que se esparció como éter, por todas partes, tan raros, que parecían el pelaje de la desgracia y la catadura de la mismísima muerte, tan destructores que en poco tiempo se cagaron todo, pisotearon la comida, dejaron sin pétalos a las rosas, saquearon las tumbas del cementerio, al tiempo que interrumpieron los cortejos y las ultimas copulas mañaneras.
Roto el crisol de ensueños, se difundieron por las estancias, tomándose los mejores árboles, rompiendo nidos, devorando huevos y polluelos, en poco tiempo, terminaron ahuyentando a los pájaros nativos. Al tanto, que sus primeras víctimas fueron los cándidos mochuelos de los “Montes de María” a quienes cortaron sus picos de maíz, las intrépidas pavas congonas que quitaron sus congas, al vanidoso Cardenal Guajiro lo despojaron de su mitra, al soberbio Rey de los Gallinazos destronaron, de esta forma, agraviaron a todos los pájaros del pueblo, que al inicio opusieron resistencia, fácilmente fueron sometidos, puesto que sus picos eran muy cortos, no estaban habituados a grandes batallas, aunque algunas veces peleaban entre ellos, nunca se hacían daño, cuando algún pájaro robaba un nido, solo recibía un castigo justo, de ningún modo, quitarle la vida. Sus roles no era la destrucción, sino más bien el cantar, el danzar y construir sus propios destinos, bajo el peso y el vaivén de la vida; diferentes a aquellos pájaros negros, que solían armados con mortíferos picos largos, tan raros, que cuando cantaban, centelleaban como ráfagas de fuego, de cortos vuelos, que a veces actuaban como muñecos de plomo, con pensamientos raros; sin embargo, según Maria Antonia, por instantes dejaban ver su corazón, parecían tener algo de sentimientos, que luego hacía olvidar su condición de pájaros descarriados, en instantes terminaban inmersos en inmensas lagunas mentales que borraban de sus recuerdos los lamentos, el boqueo y pataleo de sus victimas en momentos de la muerte; más bien, como niños hambrientos, alucinaban, una lluvia de caramelo, como jóvenes soñadores, construir una casa en el aire, como centauros majestuosos, cantar sobres las nubes con el jilguero, como “padres de la Patria”, ser ejemplo del pueblo y quizás, como María Antonia, algún día, cantar en el cielo...
En el transcurso de la noche fría, silenciosa y oscura, apareció en el pueblo otra bandada de pajarracos, copetones, acicalados y camuflados con plumajes aceitunos, con fuertes picos diamantinos, con ojos de luna llena, como búhos dorados, con garras penetrantes, similares en la forma de volar a los pájaros negros; pero distintos en pensamientos. En la misma noche, al final de la madrugada tempestuosa, volvió la guerra al pueblo, otra vez, estalló la contienda entre pájaros horrendos. Tanto fue el odio, como la ira con que pelearon, que en poco tiempo, cayeron millones por bandos, tantos fueron los muertos, que con su sangre derramada, la ciénaga y cielo amanecieron de carmesí. Fue la alborada más sangrienta en la historia de los pájaros, según memoria de María Antonia, más grande que el derrame de sangre de todos los dinosaurios, el día de su desgracia, tan grande como el odio heredado de la indiferencia en este país, tal vez, como la desesperanza de los pájaros caídos en desgracia por la guerra, enjaulados en las selvas, ni siquiera pueden volar ni cantar, porque sus picos están cerrados y sus alas cercenadas, heridos, como la misma patria...
La tarde se tornó gris, taciturna, sutilmente silenciosa, apenas interrumpida por los últimos aleteos y susurros de los pájaros que yacían mortalmente heridos, casi en brazos de la muerte, al tiempo que, una llovizna lavaba las manchas de sangre impregnadas en la vegetación y los techos de las casas, luego, repentinamente apareció el viento y con él, un manto de nubes negras, nuevamente, con la tempestad, reapareció el fuego. En ese instante, ambos grupos optaron como estrategia de guerra, alternar el fuego con una “lluvia de caca”, tan grande como la lluvia de verdad, que alcanzó una película de pulgada y media, por encima se formaron torrentes de sanguaza, por donde corrían despojos, que nuevamente invadieron la ciénaga de tan macabra pestilencia...

Al día siguiente, el sol amaneció radiante y tibio, estampando en los techos de las casas un tapiz pétreo, resultado de la aleación de mierda y sangre evaporada, que por momentos semejaban estancias coloniales. Mientras tanto, más allá del horizonte, arreciaban los combates, con ellos los horrores de la guerra entre pájaros, fue tanto el rencor, que María Antonia, por momentos pensó que se trataba de mutantes humanos, jamás podía entender, la razón de quitar el pico a los tucanes, para destrozar a sus propios hermanos, como si se tratara de árboles inservibles, saquear sus nidos y asesinar sus indefensos polluelos, desterrarlos de sus propios árboles donde guardaban sus pocas ilusiones, prohibirles sus bellos cantos que legaron de sus antepasados, así mismo, su rituales, sus cortejos y sus danzas, profanar sus tumbas, donde guardaban sus propios recuerdos, pero quizás, no les quitaron el alma, porque también, según María Antonia, el espíritu de los humildes tiene dueño...
Después de varios días de intensas luchas, con unos y otros ejércitos gastados, tal vez desilusionados por una contienda inútil y quizás pávidos por los fantasmas de sus víctimas, los que veían en las noches oscuras, a los que escuchaban en los atardeceres como cigarras impávidas, verlos dibujados como nubes de plomo en pleno día, entender en sus fúnebres cantos, la revelación de sus propias desgracias, nadar en sus lagrimas, en momentos, comprender su igual condición de pájaros, hasta olvidar por completo estar en guerra...
La mañana fue mágica, adornada con un sol radiante, parecido a un inmenso globo de oro, que emergía de las crestas de las montañas, con rayos resplandecientes, que resaltaban la cabellera de nieve de María Antonia, reflejada en las siluetas de palmares, que juntas se estremecían con el vaivén del viento. Ese día, según la misma María Antonia, algo inesperado iba ha suceder, pues bien, así ocurrió, en la misma tarde, nuevamente aparecieron los pájaros, pero esta vez, al unísono implorando un alto al fuego, que resonó por las montañas, por momentos dejó duda en las contiendas; pero esta vez, pudo más la razón que la desconfianza, así como el valor arrancado de sus propios recuerdos, del dolor dejado por heridas tan profundas y la sangre derramada por todos los pájaros aniquilados. Ese día, tal como lo predijo María Antonia, iniciaron los diálogos de paz...
Era una tarde de ensueños, apenas María Antonia preparaba la cena, cuando ocurrió tan anhelado encuentro, los pocos pájaros que quedaron, lograron un acuerdo, depusieron sus armas. Varios quedaron descolados, con sus picos partidos, ojos averiados, alas recortadas, con poca libertad para volar, con poca ilusión para cantar y con el corazón y el alma profundamente heridos. En la mañana, cuando apenas rayaba el día, aparecieron en la plaza, al lado del tronco de un legendario tacaloa que había sido talado, abrieron y batieron sus alas como un cortejo casi olvidado, entonaron el “amor-amor” del sinsonte, danzaron al ritmo del chagüí-chagüí y de la pava congona, ese día, en verdad, hicieron lo que ellos saben hacer, cantar, danzar, lucir sus penachos y plumajes de distintos colores, sin importar ser negros, blancos, amarillos, homosexuales, cola-hediondas, habaos, copetones, pobres, ricos, liberales, comunistas, conservadores, machos, hembras, viejos, jóvenes, ateos o creyentes, porque ellos, no conocen la indiferencia...
Ese mismo día volvieron a casa de María Antonia, la matrona quien los vio nacer y crecer, al llegar al patio de la vieja casa, se acordaron que antes de la guerra, en momentos de crisis, ella daba granitos de millo a los mochuelos, maíz a las torcazas, guardaba bayas y drupas a tángaras y azulejos, prestaba el jardín a tominejos, sus árboles de caracolí a los toches y oropéndolas, donde hacían sus mochileras, a veces alucinaba con los pájaros sobre su cabeza, comiendo sus propios piojos. Luego, nuevamente batieron sus alas, cantaron y danzaron sobre la estancia, al verla con su bata de tercio pelo rota, agraviada también por la guerra, por momentos navegaron en la incertidumbre, pero ella, con la misma dulzura de siempre, les sonrió diciéndoles _ya lo sabía, que hambre vieja no es pendeja, aquí tenían que volver_ todos ellos sintieron vergüenza, pero ella se adelantó insinuándoles _ no se preocupen, ahora todo es borrón y cuenta nueva...

//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2008-10-14 16:24:41
Nombre: wendy
Comentario: esta muy largo y tiene que ser es corto


Fecha: 2008-09-29 15:55:16
Nombre: maria
Comentario: muy bonito pero muy largo