Ganó el juicio pero..., perdió el juicio. Cuentos cortos fantásticos


Ganó el juicio pero..., perdió el juicio

Autor: Javier Cotillo JACO

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Cuento publicado el 16 de Septiembre de 2008


Fernando, con los ojos salidos de su sitio, entró a su casa y con voz temblorosa contó a su mujer la última noticia del día:
—Es para no creer lo que ha pasado, es increíble, todavía me cuesta aceptar lo que vi. —El hombre hablaba, nervioso, mientras caminaba de un extremo a otro; pero, como doña Susana no le prestaba atención, decidió soltar una migaja del panetón:

—acabamos de amarrarlo…, como si fuera un miserable chancho.
—Porcino, querrás decir —corrigió Susana, imperturbable.
—Para el caso…, chancho, porcino, cochino, marrano, cerdo o puerco es lo mismo, mujer; ahora no me vas a salir con tonterías, que se oye ridículo— corrigió Fernando con exagerada autoridad.
—Bueno pues, discúlpame, desde cuándo tan delicadito, ¿ah? —y mirando de reojo la mano de su marido, que todavía sostenía parte de una soga, preguntó picada de curiosidad— Se puede saber ¿quién es el chancho?, perdón…, quise decir ¿el porcino?
—Cuesta creer lo terrible que era verlo así; y pensar lo elegante que vestía, siempre era un Señor, con mayúscula, sí…, SEÑOR, con mayúsculas —acentuó con total convicción.
—¿De quién estás hablando? ¡Con tánto misterio, ya me estás cayendo chancho, perdón, quise decir gordo!
—Dos equivocaciones en menos de un minuto, ya resulta sospechoso ¿no te parece? Pero me haré el desentendido por segunda vez —remarcó con aire de perdonavidas; luego retomando el diálogo, respondió a la pregunta—: Estoy hablando del señor Flores pues…, de quien va ser.
—Del ¿señor Flores?, ¡pobrecito! ¿Qué le pasóoo?
—Me he convencido que nada es eterno…, señor —monologó ignorando a su mujer, luego agregó con tono filosófico— Todo es pasajero..., todo. Cuanto más alto estás, ¡más fuerte te caes!
—¡Jesús, no me asustes por favor!, —expresó doña Susana haciendo el signo de la cruz sobre su frente; luego, con los ojos muy abiertos y entubando los labios, volvió a la carga— ¿Qué le pasó al señor Flores?
—Cuando entubas los labios es difícil deshacerse de ti, ¿verdad? —En seguida, Fernando se extendió sobre su sillón, con el pensamiento dentro de su pensamiento, más para darse importancia, como quien tiene amarrado algo que quiere soltar de a pocos, luego, prendió un cigarrillo para desatarse esos nudos, pero sintió que hablar le costaba un ojo de la cara, por eso, casi con monosílabos, tejió su misteriosa noticia:
—La respuesta no es tan sencilla, mujer. ¿Te acuerdas que ya estaba por jubilarse? Bien —se contestó, agregando— estaba seguro que se jubilaría con los beneficios de la 20530; tenía asegurada la “cédula vida”. Incluso tenía la Ley en la mano. Pero no señor, había salido otra Ley pasándolo a la 19990. Pobre, casi se muere en ese mismo lugar. Sus amigos le auxiliaron como pudieron, hasta que poco a poco recuperó el conocimiento.
—Decían que era Jefe de Personal en el Ministerio de Trabajo, ¿no? —replicó Doña Susana, sin escuchar a su marido.
—Claro, ahí buena plata agarraba mensualmente. Elegantón andaba pues. —Y con cierto tono de gratitud agregó— ¿te acuerdas que él me consiguió el puestito que tengo? Por él estamos comiendo.
—Sí pues, —confirmó Doña Susana— ojalá que Diosito le tenga en su misericordia.

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El señor Flores decidió dar la batalla de su vida. Para defender sus derechos enjuiciaría al Estado o al mismo Diablo si fuera preciso; pero nadie jugaría con su destino, menos con el futuro de su familia, es decir de su Marujita. La cédula viva les pertenecía; sabía que los derechos ganados son irrenunciables por ley y no caducan con el tiempo. Él, como Jefe de Personal, sabía de leyes. Conocía al revés y al derecho lo que decían y sus alcances. Con él no podrían jugar ni los injustos ni los sabidos. Se habían encontrado con la horma de sus zapatos. Contrataría a los mejores abogados, gastaría sus ahorros y, si fuera necesario, vendería su casa, con tal de ganar el juicio. Después, con su indemnización por daños y perjuicios recuperaría, cuando menos, diez veces más de lo gastado.


—No es un gasto, mujer —le decía a Marujita— tú confía en mí, yo sé lo que hago; no es un gasto, es una inversión —repetía convencido de sus derechos y lo justo de su reclamo.
—Pero, vender todo ¡es una locura!, —argumentaba la buena mujer, aplastada debajo de su tremenda angustia y, para tragar su llanto, se refugió con tres dedos del mismo botón de su blusa; sólo entonces, liberó su protesta—: ¿Dónde vamos a dormir?
—En dormir nomás piensas. Deja las cosas en mis manos, yo sé lo que hago —ratificaba muy incómodo, el Señor Flores—. Lo que más me duele es que no me apoyes, sólo estás pensando en tu comodidad.
—No…, no es así, mi amor, —reclamaba Marujita, sin soltar el botón de su blusa— es porque pienso en ti, en nuestra vejez. Ya estamos viejos para empezar de nuevo. Gastar nuestros ahorros…, bueno…, puede ser, pero ¿vender nuestra casa? ¡eso es mucho, ya!, ¿no crees? —reclamaba retorciendo el mismo botón.
—Sí, yo también he pensado igual que tú, pero no puedo quedarme con los brazos cruzados; es injusto lo que están haciendo con nosotros: ¡Quitarnos la cédula viva! Si me muero, ¿con qué vivirás? ¡La miseria que te darán no te alcanzará para nada!

Tirando con rabia el botón de su blusa, Marujita ya no pudo ocultar el llanto que contenía hacía rato. —Por Dios, ¡no hables de morir!, ¡no hables de morir!

El lamento de la mujer que siempre amó, desgarró las entrañas del señor Flores, es cuando juró que pelearía con dientes, garras y todo su corazón para volver a la “cédula viva”; su mujer y su trabajo esforzado y honesto de más de treinta años lo merecían. Decidido demandó al Estado. Pero pelear con tamaño monstruo, era de titanes, y él solamente contaba con la fuerza de su amor y sus deseos que casi de nada le servían. Gastando todo lo que tenía, contrató a los abogados que pudo pagar y a los que no pudo pagar también. Ya sin recursos económicos, ni los bríos ni coraje del comienzo, y con el hambre que devoraba sus tripas apeló, como último recurso, ante el Tribunal Constitucional, fuera de toda esperanza. Felizmente, el abogado, no le cobró por este trabajo.

Los días se hicieron semanas, y las semanas meses y años; pero el bendito recurso no tenía respuesta. Para redondear su infortunio, al no pagar el alquiler de su pequeña habitación, sus contadas pertenencias terminaron en la calle, frente al parque público. Esa mañana de invierno, encontró entre los plásticos que le servían de techo, a su fiel Marujita, endurecida por el frío. Todavía tenía los dedos prendidos sobre el botón de su blusa. Había fallecido de una bronconeumonía fulminante. Su avanzada edad y delgado cuerpo no resistieron más.

Loco de dolor y con la rabia que le producía ese dolor, salió en busca de nada, es decir de todo sin encontrarlo. Caminó cargando su cadáver, sin rumbo; encendió una vela, muchas velas que eran pocas; siguió solo, pero muy acompañado de nadie; cavó la tumba con el alma y las herramientas de su cuerpo para enterrar a su Marujita en el parque. Es cuando sintió una mano…, muchas manos perversas y voces ladrándole:
—Aquí no puede enterrar a su mujer.
—Cómo se le ocurre excavar aquí para enterrar a esa muerta.
—Llévela al cementerio.
—Si, al cementerio…, al cementerio —gritaban, no se sabía quiénes.
—Sólo un loco querría enterrar, en el parque, a su mujer.

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Fernando, que pasaba por ahí se detuvo como muchos, para ver qué estaba ocurriendo, y se llenó de asombro al ver al señor Flores como un residuo humano…, apenas reconocible, al lado del cadáver de su mujer envuelta en trapos. —“¡No puede ser!”, —musitó, incrédulo— este hombre me consiguió el trabajo que tengo. Siempre elegante…, pobre señor… —“¡No puede ser, no puede ser!”—, se repitió, acongojado. Entonces, con la intención de protegerlo, no sabía de qué, ató con una soga al pobre hombre. Pero pronto la gente se apresuró a desatar los nudos al ver la espuma de rabia en la boca del señor Flores y sus ojos enrojecidos que espantaban. La extraña reacción hacía prever que el remedio era peor que la enfermedad.

El señor Flores se paró con la mirada fuera de lugar, luego…, con voz ajena que sonaba al más allá, dijo como defendiéndose: —¡El parque!..., ¿qué parque? ¡Mi mujer!, ¿qué hay con mi mujer? ¡Ah!... Nos vamos Marujita, que con esta gente no se puede ni siquiera conversar—. Cargó sobre el hombro al endurecido cuerpo de su esposa, rescató el plástico que le sirvió de techo y algunos trastos más y empezó a caminar a paso lento. Pero el gentío hacía la señal de la cruz sobre su frente cuando pasaba la extraña pareja y su miseria.

De pronto, a lo lejos apareció su antiguo abogado, gritando: ¡Señor Flores…, señor Floreees…, ganamos el juicio!, ¡aquí tiene su cheque, aquí tiene su cheque…!, ¡su cheque…, su cheque… señor Floreees!!!

Alguien comentó: Pobre señor Flores, gano el juicio, pero… perdió el juicio.

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Mi sentido homenaje a todos los trabajadores de la tercera edad que fueron engatusados con el cuento de la “cédula viva” y cuyos fondos para su jubilación fueron dilapidados con excesivo entusiasmo por los pillos de turno, dejándolos desamparados en momentos que más necesitan de sus derechos.

JACO

//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2010-07-22 10:45:22
Nombre: Martha Alicia L
Comentario: ¡Qué historia conmovedora! Si supieras, hace tres años que espero cobrar mi jubilación: docente universitaria y maestra en la provincia. No sabés lo angustiante que es... Apenas me dieron el cese me compré un perrito de raza chica y ya cumplió los dos años. Creo que su compañía evitó que me perturbara por la impotencia.


Fecha: 2009-08-12 17:31:14
Nombre: Héctor San Juan
Comentario: Excelente y conmovedora historia. Muchas veces la realidad es más cruda. Felicitaciones


Fecha: 2009-08-05 16:50:24
Nombre: César Muñoz
Comentario: "Si gustas de la gente, la gente gustará de tus cuentos"... dicen los entendidos. Esa máxima es perfectamente aplicable al Prof. Cotillo, aunque en el rol de críticos aficionados no debemos inflar su ego exagerando la puntuación. Saludos.


Fecha: 2009-06-14 05:36:33
Nombre: marta rivas
Comentario: El argumento es muy bueno aunque las descripciones son discretísimas. El intencion del final es buena, pero previsible. Si se replanteara el mismo final dandole mas concision, seria un excelente cuento. Felicito al autor pues su estilo es innegable.


Fecha: 2008-11-08 19:04:01
Nombre: cesar
Comentario: me encanta una buena obra JACO FELICITACIONES fabuloso


Fecha: 2008-10-06 13:03:31
Nombre: Canelly Sotelo
Comentario:
Una bella y cruda historia contada en forma impecable. Me gustó mucho. Cuánta imaginación de su autor.
Felicitaciones de Canelly.


Fecha: 2008-09-29 15:19:57
Nombre: Saira Lucar
Comentario: Con mi esposo paso algo parecido, pero Dios no permita que yo sea "Marujita" ni mi esposo el "señor Flores".

Es autor tiene mi admiración.

Sary