El hilo magnetico. Cuentos cortos fantásticos


El hilo magnetico

Autor: Julio Posada Ordoñez

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Cuento publicado el 03 de Febrero de 2009


Eligio era un inseparable amigo que conocí desde adolescente en uno de los grupos para jóvenes de la parroquia. En aquel entonces, era difícil percatarme con minucia de las cosas que pasaban a mí alrededor y mucho menos de ponerme a realizar análisis psicológicos de los seres que se relacionaban conmigo. Cuando me sentí un hombre maduro, a los dieciséis, cuando para mí una niña de trece o catorce era eso, una niña, fui comprobando que Eligio y yo teníamos los mismos gustos. Las lecturas que nos apasionaban: desde la ciencia-ficción, astronomía, religión, sociología, hasta las tiras de Mafalda; gustábamos de las actividades culturales y artísticas, tanto, que llegamos a integrar el grupo de teatro de la misma universidad donde estudiábamos; llegamos a trabajar en el mismo bar café que un viejo amigo tenía en el centro de la ciudad; casi siempre mis amigas y amigos terminaban siendo suyas y suyos y viceversa; al momento de conocer a cualquiera de sus amistades ya se había vuelto una costumbre escuchar…"¿y ustedes se conocen?"; compartíamos desde la creencia por lo sensorial hasta un plato de comida y por último, algo que muy pocos notaban, teníamos los mismos recuerdos enmarcados: vivimos arrendados en barrios pobres, lo que construyó en nosotros un carácter fuerte ante la adversidad…y las mujeres.

Alguno se atrevió a vaticinar que éramos "almas gemelas", otros, como una amiga espiritista, dijo que en la vida pasada habíamos sido artistas del renacimiento, mientras que algunos familiares bromeaban con decirnos que éramos "marido y mujer", "tapa y caja" o "uña y mugre". Y no se equivocaban, por lo general cuando lo visitaba, nos poníamos al día con los últimos cuentos y anécdotas, o cuando él venía a la casa, analizábamos alguna problemática personal y tomábamos de común acuerdo, la mejor decisión.
Para Eligio, éramos dos seres cortados con la misma tijera. Pero para mí, el asunto era diferente. Supe que muchas semejanzas no podían ser coincidencias. Descubrí un día que ambos estábamos atados por un hilo magnético que partía de mi zona cardíaca. Estaba sorprendido y por primera vez decidí no comentarle lo que sucedía. Era mi gran secreto y no quise compartirlo con él; justifiqué la decisión porque consideré que todos los seres debemos tener, por lo menos, un arcano.
Una cualidad del hilo era su invisibilidad para cualquier otro ser humano. Comprobé, y me atrevo a decir, que ni el más claro de los videntes podía distinguirlo. Sin embargo, consideré que el principal de los atributos del hilo era su elasticidad; cuando estábamos dialogando era tan corto que podía distinguir su color azul y cuando cada cual andaba en sus actividades, el hilo se adelgazaba con toda la facilidad que daba para presumir su rotura.

Pero hubo un domingo, cuando mantenía una relación pélvica con Katiuska por primera vez, y su cuerpo se retorcía con unos deseos endemoniados, vi con asombro como sus manos enredaban el hilo magnético que se agotó y se desconectó de mi pecho; la punta del hilo era de color incandescente e iluminaba como el extremo de un cable de fibra óptica; luego, logré ver como el extremo brillante se escabullía en medio de la oscuridad de la habitación hasta desaparecer. Por primera vez sentía que me desconectaba de mi gran amigo. Deduje que, debido a su elasticidad, el hilo se encogió hasta el otro extremo, hasta el pecho de Eligio. Yo antes había estado con otras mujeres y siempre el hilo se comportó a la altura de las diferentes posiciones tomadas. Nunca sucedió algo igual. Era quizás un desperfecto sin arreglo, pues, las innumerables veces que logré estar con Katiuska, aconteció lo mismo: el hilo se volvía a desconectar de mi pecho, como si ella cargara una energía especial en sus manos, capaz de producir aquel fenómeno sin percatarse. Después, a la hora, cuando quedaba rendido en el lecho, veía como la punta desconectada retornaba y se conectaba a mi pecho. Nunca le comenté lo sucedido a Katiuska.
A Katiuska la había querido desde niña. Bastó con mirarle a los ojos para entender que era la mujer soñada.. Pero había una preocupación: a mi amigo también le gustaba. Sin embargo, él me manifestó que las mujeres de mi lecho aquí, en este pueblo, no podían ser suyas, por respeto y porque sus principios, no sé si éticos o morales, se lo impedían.
Pero hay decisiones que no se pueden consultar ni con el más fiel e íntimo amigo, no importa si estás unido a un hilo tan fuerte: Hoy hace una semana que dejé de amar a Katiuska, porque he visto un par de veces como mi pecho se contrae recibiendo una descarga magnética y cómo sobre la zona cardíaca se posa una luz de la misma intensidad de la punta del cable de fibra óptica (es el otro extremo del hilo que me une a Eligio y que sólo Katiuska era capaz de desconectar). El mismo tiempo tiene Eligio que se fue de la ciudad, de su tierra, y se llevó consigo su gran secreto y parte de mi existencia.

//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2009-02-15 14:49:24
Nombre: carmela
Comentario: Que curiosa la necesidad, la de compartir, y la de completarse...Es una historia intensa, que contiene lo bello y amargo de la vida.
Enhorabuena!!


Fecha: 2009-02-10 12:27:30
Nombre: Evy
Comentario: Wow.... sin palabras...muy lindo cuento.... entiendo a la perfeccion el hilo magnetico ke une corazones.... bnisiiimo!!!!