Entrevista con el ángel
Autor: Ricardo Nogal
(4.07/5)
(708 puntos / 174 votos)
Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,…
Pablo Neruda.
Primer día de Invierno.
Unos minutos antes de verla morir, mis labios confesaron cuánto la amaba. Antes de que su mano comenzara a enfriarse y sus ojos se cerraran para siempre. Recuerdo que fue una tarde muda, no existieron palabras, gente me tendía sus brazos, me hablaba y secaba mis lágrimas pero nada de eso alcanzaba, necesitaba estar solo, solo; aunque por dentro lo estaba.
Caminé varias cuadras, entré a un bar y bebí tan solo una copa; no quería embriagar mi dolor, adormeciendo mi tristeza, sabiendo que al despertar estaría esperando para acompañar las eternas horas del día. Salí del bar y pude haber tomado un taxi pero la noche estaba serena y no me haría daño caminar, nada me haría daño incluso la muerte, porque cualquier segundo en que mi mirada se separara del piso, volvía ese maldito recuerdo de sus labios apretados susurrar las últimas palabras antes que la penumbra de la muerte arrastrara su alma y mi vida junto a ella.
Los días finales de Julio no mejoraron. El mes, y los días no eran lo único gris que había; las últimas tardes del mes permanecí encerrado en mi habitación mirando fotos, releyendo cartas; incluso acariciando su ropa, la que por momentos sentía tibia; miraba hacia la ventana antes de romper en llanto, entonces me iba al baño, me miraba al espejo y veía mis ojos que se empañaban luego de haberlos enjuagado. Tomaba el cepillo que todavía contenía algunos cabellos castaños y los quitaba hasta que decidía dejarlos como un recuerdo, un gris recuerdo que se rehusaría a irse con el paso de los días.
La primera semana de Julio hubo dos días en los que no pude dormir, me invadía como una serenata: la voz de ella comentando el deseo de alguna noche bajo la lluvia salir a caminar hasta que el destino la llevase a alguna parte. Dejé de ir a trabajar, usualmente no salía a la calle, inclusive no recibía visitas en mi casa, a veces tomaba contacto con mi alrededor levantando la persiana en la noche hasta que volvía a cerrarla.
Prácticamente estuve enfadado con dios, si alguna vez mi amistad le perteneció, dejo de pertenecerle, podía haber quitado varias cosas en mi vida pero no el amor de ella.
Tres días después de que el sueño había vuelto a mi cuerpo, decidí que en la noche podría salir a tomar aire, a caminar; creó que una pequeña parte de mi quería salir hacia fuera, la parte que quizás seguía con vida. Dejé pasar la noche, pero cerca de las seis de la mañana fui hasta un bar de la calle Esmeralda, en el trayecto recuerdo que me sucedieron cosas extrañas, o acaso normales pero el encierro las transformó en eventos fuera de lo común.
Lejos de componer mi relación con dios, esa mañana que me dirigía al bar él se me apareció; no de la forma que cualquier persona puede llegar a imaginar, pero era él, lo supe cuando lo vi a los ojos, y con su mirada me envió un claro mensaje. Aparentaba ser un vendedor de diarios, pero supe que era él y al verme levantó la vista, por unos segundos y siguió como si hubiera visto a alguien caminando, a alguien que no merecía la menor consideración.
Después de terminar el café, y cansado ya de contar las sillas y mesas, me aleje del bar, comencé a caminar mientras encendía un cigarrillo, y sentía mi nariz cada vez más fría, fui hasta la plaza, hasta aquel banco que varias veces han oído describir, y observé las palomas que caminaban mansamente por los escalones del monumento del general San Martín. Algunas se posaban en sus custodias, en ese horario no había mucha gente en la plaza; por un instante creí estar sentado sobre el silencio, cuando termine mi cigarrillo llevé la otra mano al bolsillo, y quede pensativo. Decidí volver a mi casa, me hacia falta dormir.
Antes de llegar a la esquina de la cuadra donde vivía, me encontré una pluma de color extraño que pasaba del gris al blanco sin notarlo, la tomé con mis dedos y la recorrí con el índice por todo su largo, miré hacia ambos lados antes de guardarla en mi bolsillo; porque parecía demasiado grande para ser de una paloma.
Esa noche llovió, y por más de veinte minutos en mi cabeza habitó la idea de caminar bajo la lluvia hasta llegar hacia algún lugar donde el destino quisiera; tomé la campera oscura que estaba en el placar, y cuando decidí que era una mala idea me había alejado más de tres cuadras.
La lluvia no cesaba, como aquel llanto del principio del invierno. Luego de haberme alejado lo suficiente como para no saber dónde estaba, la lluvia comenzó a disminuir, a ser unas simples gotas que caían lentas del cielo. Por un momento recordé una pintura de Botticelli, y seguí caminando hasta encontrarme caminando en un callejón, a mi derecha había un cristo en mármol, debajo de este alcancé a leer una frase algo extraña Ego sum resurrectio et vita, seguí caminando, con la certeza de que nunca antes había estado en este lugar, que se nutria de un silencio distinto, sobre la oscura noche. Antes de profundizar mi cuerpo en este cielo abandonado, en el claro de la luz una imagen me robo la atención; me fui acercando detenidamente hasta que mis ojos definieron ante que estaba realmente: era un ángel mujer, pero a diferencia de los demás, me parecía real como si el escultor en vez de usar mármol hubiera utilizado carne y piel, hasta haber logrado darle vida. Recuerdo bien que le tomé su mano y por un minuto eterno no la solté, miré sus ojos tristes, como sus labios, que me anunciaban algo. La primera impresión fue ver un ángel mujer, pero pasado ese instante noté que se paresia mucho a ella, la mujer que me había sido quitada el 21 de Junio, a las diez y media de la mañana; por un momento creí que de su pupila una lagrima nacía y terminó en mi mano, pero recordé que estaba lloviendo, como recordé mientras soltaba su mano una rosa que le había regalado, la cual le había dado paso a la muerte. Me alejé tres pasos y la volví a mirar y estaba aún más seguro de que era ella y que su rostro pálido, era el que antes había visto cerrar los ojos, hoy los volvía a abrir en el silencio de la noche; en la desnudez de la lluvia mientras estábamos solos, me aleje lo suficiente como para no verla más, seguí por un sendero que paresia no tener fin, a diferencia de una serpiente que estaba tallada en una lapida, mordiendo su cola, seguí hasta donde mis pasos dejaron llegar mientras observaba una virgen de espaldas; me alejé pensando en volver a mi casa a tan solo descansar, sabiendo que ella, su cuerpo y su alma descansaban en el cielo.
Otros cuentos fantásticos que seguro que te gustan:
- La ventana rota
- Pipilinita
- Luz y Oscuridad
- El loco y el espantapájaros
- Un Alma en Pena
¿Te ha gustado este cuento? Deja tu comentario más abajo
(Nota: Para poder dejar tu comentario debes estar registrado.Todavía no lo estás? Hazlo en un minuto aquí)
Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: pipilonstoki
Comentario: esta muy bueno te atrapa por instantes
es como si un recuerdo viene a la mente
pero tu no quieres recordar
es como una contradiccion
de ti mismo
esta muy bueno
Fecha: 2009-10-30 14:24:54
Nombre: julian
Comentario: No entedi muy bien el relato, esta mas o menos, como que esta medio aburrido...
Fecha: 2009-09-22 14:05:10
Nombre: Erick Azucena
Comentario: Me parece un cuento fabuloso, pero a la vez triste. Lo usaré para una tarea de mi hijo.
Fecha: 2009-08-31 09:23:16
Nombre: aniita
Comentario: buenisimo! muy conmovedor!
la verdad q la forma de escritura esta excelente!
y la trama muy atrapante!
si hubiera un 100 de voto lo pondria pero lastima q llega al 5 nada mas!
:)
Fecha: 2009-08-29 21:05:48
Nombre: Merlyan
Comentario: Está EXELENTE!!!!!!!!!!!!!!!!