"... Ignoro el motivo por el que Juan no pudo acompañamos esa mañana. Es demasiado cuidadoso de los suyos y su instinto protector está bastante desarrollado; sin embargo, permitió que saliera a comer en las afueras de la ciudad, guiando el automóvil familiar, en compañía de mis padres y Valeria, nuestra hija de cinco años.
La ciudad donde vivimos se ha vuelto exageradamente bulliciosa. En las calles me ahogan las gentes, con sus voces y sus impertinencias. Prefiero un lugar tranquilo donde no existan aglomeraciones, ni voceríos. Por eso, invite a mi familia a respirar aires campestres y deleitar el estómago con una rica variedad de comida, en una casa de hacienda, transformada hoy en un moderno paradero turístico.
Luego de una hora de viaje llegamos al lugar con deseos de damos un merecido descanso. Atravesamos el camino de cemento de un cuidado jardín, que conducía a la broncínea puerta de ingreso. Un amplio comedor apareció frente a nosotros. Mesas alegremente dispuestas exhibían blanquísimos manteles y servilletas verde musgo. Adornos indígenas decoraban las paredes con buen gusto y plantas ornamentales daban al sido un aire verdaderamente familiar.
Una sola mirada nos hizo entender que éramos los primeros comensales. Fuimos a una mesa dispuesta. Esperamos por largos minutos la presencia de algún mesero, pero éste no aparecía. La llegada de alguna otra persone fue también nula. El malestar empezó entre nosotros. Por la ventana divisábamos el automóvil estacionado y solitario.
Bastante preocupada, fui hasta una puerta lateral que supuse sería la cocina, con la esperanza de hallar a alguien que pudiera atendernos. Al abrirla me encontré en un pequeño cuarto lleno de escobas, cajas y botellas. Atravesé el comedor y salí tratando de ocultar la furia que empezaba a dominarme, cuando vi a un hombre de mediana edad podando unos arbustos. Le pregunté en la forma más sutil que pude, donde se encontraban las personas encargadas del servido, pues había venido con mi familia y deseábamos ser atendidos.
El hombre suspendió su labor y se encaró conmigo en una forma indigna y brutal, mientras me advertía que me retirare pues nadie estaba dispuesto a atender a personas como nosotros. Ciega de ira le respondí en lenguaje similar al suyo. No me considero una mujer vulgar, pero esto era el colmo.
Nuestros mutuos gritos fueros escuchados por mi familia, la cual apareció bastante nerviosa junto a nosotros. Al verlos, una sucesión de sentimientos me invadieron. Tomé a Valeria por los hombros y nos encaminamos hada el carro. Mis padres iban tras nuestro haciendo comentarios nada favorecedores al respecto. Hice sentar a mi madre y a la niña en el asiento posterior, mientras papá lo hada Junto a mí. Cuando me disponía a encender el auto me di cuenta que había dejado las llaves sobre la mesa que habíamos, ocupado en nuestro fracasado intento de almorzar. Furiosa regresé en su búsqueda rumbo al comedor.
Al llegar, vi las llaves en el lugar donde me había sentado; las tomé y al salir, el hombre se hallaba junto a la puerta acompañado de un enorme bóxer que gruñía. Calculé que si intentaba correr el animal me daría alcance dejando heridas espantosas en mi cuerpo; decidí caminar en forma tranquila los sesenta metros que consideré mediaban entre el vehículo y yo. No se por que di una mirada final al individuo, escuché una risita burlona.
Maldije en mi interior y empecé a andar en forma normal deteniendo las ansias de correr.
Advertí que el perro se separaba de su amo y comenzaba a seguirme. Traté de acelerar el paso un poco, pero mis piernas eran dos masas temblorosas, que se estaban volviendo torpes. El perro estaba a unos siete metros atrás. El carro me parecía lejano, pero el instinto de salvarme me empujaba. El perro se detuvo por unos segundos y yo aproveché un par de metros; vi que retomaba el paso, con un poco de trote. Caminé más a prisa ya. El trote adquirió visos de carrera. El auto estaba muy cerca, con los vidrios subidos.
Escuché los gritos amortiguados de mi hija, mientras mis piernas empezaban a correr. El perro aceleró el trote y supuse que estaría ahora con su hocico abierto, a escasos cuatro metros de mí. El carro estaba a mi alcance. Casi lo podía tocar. Di un salto, abrí la puerta y me tiré al interior. Desesperada la cerré, mientras lo sentía arrimado a la parte izquierda bajo el cristal, ladrando desaforadamente.
Sentí un algo sórdido a mi alrededor. La puerta que de ordinario es hermética, estaba detenida por algo, y no encajaba del todo. Giré la cabeza y vi una de las manos delanteras del bóxer atrapada. Los gritos de Valeria llenaban el interior del auto taladrando mi cerebro; entonces, llena de venganza y de odio fui presionando la puerta, mientras me llegaba el crujido de huesos y cartílagos en un romperse lento y angustioso.
Por segundos se me nubló la vista. Todo parecía flotar en un denso movimiento. Encendí el auto y salimos de aquel lugar grotesco. Por varios kilómetros escuché los chillidos del perro.
Ignoro en qué momento me volví a ver a mi familia. Los tres estaban pálidos y sudorosos, a excepción de Valeria que estaba distinta a minutos atrás. Sollozaba quedamente abrazada a su muñeca favorita y mientras lo haría, vi con horror que uno de sus brazos terminaba en un muñón sanguinolento, donde habían claras huellas de una reciente mutilación.
Juan es bueno conmigo, pero últimamente se empeña en molestarme al tratar de hacerme creer lo que no es cierto. Me ha hecho palpar hasta cansarse la mano de Valeria y siempre dice que está completa, que cuente los dedos y las uñas. Sin embargo, me fastidia que enseñe a la niña a corroborar tal mentira. Me entra una horrible desesperación y acabo siempre por llorar durante horas.
Juan dice que debo descansar mucho y por ello no permite que vuelva a la oficina donde trabajo. Ha alquilado para mí una habitación confortable en un hotel de las afueras. Dice que no pueden quedarse conmigo él y la niña, porque es mejor que descanse sola.
En realidad somos muchos huéspedes aquí y casi nunca conversamos. Desconozco porque no lo hacemos, pues creó que en mayor o menor medida, todos extrañamos a nuestros allegados que nos visitan solo los domingos. Los administradores de este lugar son cariñosos con nosotros, se preocupan de que nos alimentemos para estar sanos. Visten impecablemente; me asombra, que pese a su trajinar diario sus mandiles estén blancos y bien planchados.
Acostumbro pasear por este sitio y escribir en mi diario lo que sucede (cuando no estoy cansada), pues desde que vine aquí me fatigo por cualquier cosa. A veces creo que este jardín se parece al del tipo grosero y estúpido de aquella vez, aunque encuentro diferencias, por ejemplo, éste es más grande y tiene bancas amarillas por todo lado. De cualquier forma, cada día, me convenzo mas de que Juan es el culpable de todo lo que está ocurriendo y por más que pienso, ignoro el motivo por el que no pudo venir con nosotros ese día...”
Otros cuentos fantásticos que seguro que te gustan:
- La ventana rota
- Pipilinita
- Luz y Oscuridad
- El loco y el espantapájaros
- Un Alma en Pena
¿Te ha gustado este cuento? Deja tu comentario más abajo
(Nota: Para poder dejar tu comentario debes estar registrado.Todavía no lo estás? Hazlo en un minuto aquí)
Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Carmen
Comentario: Un buen relato con crecendo angustiante.
Fecha: 2009-09-14 20:46:19
Nombre: César Muñoz
Comentario: No cabe dudas que Elsy tiene lo suyo. El cuento impacta por la crudeza y... no tiene un final feliz, lo cual resulta notable. Salirse del "cliché" edulcorado frecuentemente da buenos resultados. (P.D.) Espero con ansias las obras de Marta Rivas, ¿qué pasará?