El sonido, es también algo común. Durante años ha permanecido del mismo lugar en que la mancha duerme, pero después cambió y lo siento salir de la penumbra de los corredores, del zaguán, de los tejados o del dormitorio de Natalia. Me he acostumbrado a los dos, aunque hacerlo ha sido difícil. Vencí a los espectros que nacieron de mi acto y ahora puedo penetrar en habitaciones sin luz.
Ignoro si fue en la mañana o en la tarde, un domingo o un viernes, sólo sé que Natalia reía y su risa estallaba entre los pilares blanqueados.
Mi madre estuvo por meses desolada, papá agilitó trámites y rebuscó en cajones baúles hasta encontrar los tesoros ocultos que nos salvarían, desde esa vez no volvió a dirigirme la palabra.
Felipe no hizo comentario alguno sobre lo ocurrido, hasta que se emborrachó por primera vez, entonces comprendí la dimensión de su rencor. Solo Elisa fue mi ayuda, en las noches pobladas de malos sueños; su presencia me daba algo de paz.
-¡No grites!, ¡Duérmete con los angelitos!
Yo sabía que los angelitos de Elisa no existían. Las miradas acusadoras de papá y los temblores de mi madre al verme, fueron mis únicas compañías. Mi hermano hacia otro tanto, me golpeaba a su antojo, por cualquier nimiedad. Mis padres envejecieron. El suceso estaba latente, se lo respiraba en todas partes, pero solo yo lo percibía en su descorazonadora magnitud.
Las personas que desfilaban por el salón de tarde en tarde, en su mayoría habían muerto, pedro las que quedaban, sonreían hipócritamente cada vez que tropezaban conmigo, tratando en vano de esconder sus pensamientos de carroña. Hasta la casa de corredores estrechos y sabor colonial me recordaba el pasado con su voz añosa, murmurando en la nocturnidad lo que yo no quería oír. Nunca me interesó buscar amigos. Jamás los tuve. La casa con sus murmuraciones erráticas, constituyó mi refugio y la compañía que me hacía estremecer.
No fue culpa de mis acusadores –de papá por su morbosa afición a la cacería, de mamá por su asiduidad sorprendente en las iglesias, ni de Felipe, que malgastaba su tiempo en perseguir pájaros, cortando su vuelo con la onda- No los puedo culpar, me resigno a saber que tuve de mi lado la peor parte.
Elisa murió de vejez y de pena. Como ella, continuaron mi padre y Felipe. Mamá los sobrevivió y tuvo que resignarse a compartir el caserón conmigo. Los saludos de rigor constituyeron nuestro único diálogo.
Ella nunca se acostumbró a mí, y la vi consumirse entre la soledad y el miedo. Me recorrían carcajadas al ver su temor y sentir que lo compartía conmigo, porque me temía tanto, como yo a la casa.
Coincidíamos en el patio para tomar el sol.
Ella entornaba los ojos como si durmiese, pero sabía que me miraba a través de sus párpados entrecerrados, cuando yo seguía la dirección de la mancha y la veía salir. Como yo, también ella la sentía agrandarse y perseguirme, pero se mantenía inalterable. Miles de veces la sorprendí deshecha; la mirada fija en el patio, llorando inconforme por aquella que partió cuando era aún de madrugada.
He tratado de esconderme de las pesadillas en la habitación que fuera de Felipe, pero en vez de paz, encontré sabor a golpes entre los muebles apolillados. Después lo hice en el patio –junto a la mancha y al sonido-, pero se ocultaron entre las grietas y no quisieron oírme. Finalmente, en un arranque de ansiedad infinita, supe que encontraría lo que anhelaba en el cuarto condenado.
Medio día duró el trabajo de destrucción de la cerradura. Era comprensible, habían pasado treinta años. Cuando terminó, abrí la puerta y traspasé la espesa telaraña del tiempo. El olor ha guardado me obligó a retroceder algunas veces, pero seguí imperturbable por los muebles y el miedo. Ignoro cuánto tiempo permanecí en las sombras y el polvo, evocando, estremeciéndome en medio de preguntas sin respuesta. Una sensación extraña me invadió. Supe que no estaba libre, seguía encadenado al suceso que me fue legado cuando tuve ocho años.
Vago en busca de aquella mezcla de infinito y de tiniebla que pueda curarme del resentimiento que guardo a esta casa, pues en un momento de fulminante espejismo, el juego dulce, en donde se confundían malos y buenos, Ángeles y demonios acabó en desolación.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: melesio
Comentario: Complicado. Tan difÃcil que cuesta trabajo no abandonarlo al décimo párrafo.
Fecha: 2009-09-14 14:33:02
Nombre: Jairo Higuita
Comentario: Has logrado con tus palabras evocar sensaciones y sentimientos, logras despertar sentimientos de aprehension, temor, nostalgia, soledad, maravilloso cuento,no le sobra nada,FELICITACIONES
Fecha: 2009-09-01 23:53:15
Nombre: César Muñoz
Comentario: Digo yo, que un cuento puede ser excelente. Pero si su autor interpreta las enseñanzas académicas de ORIGINALIDAD...digamos... muy personalmente, encontramos un relato crÃptico, incomprensible, o solo admisible para los profesores del lenguaje. A mi, lector cuentero no me gustan los relatos asÃ.