Un Rastro
Autor: Onofre Castells
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La mesa estaba rodeada en tres flancos por una estantería repleta de libros de temáticas dispares, una pared en la que se mostraban enmarcados copias de recortes de prensa de la exposición universal de Barcelona en 1888 y una gran tabla de madera que servía de respaldo a un banco en el que me sentaba yo. Éramos seis hombres de mediana edad que, como cada jueves, nos reuníamos en aquel restaurante para comer y, de paso, comentar las últimas novedades de la empresa, la política y el fútbol. La mayor parte del tiempo me mantenía en silencio y asentía con una sonrisa forzada, moviendo la cabeza de forma mecánica. En realidad, poco me preocupaba de lo que se dijera en aquella mesa, mi pensamiento no estaba allí y quizás tampoco estaba en ninguna parte. Aquel día tenía que pagar dos menús, el que estaba comiendo en aquel momento y el de la semana anterior por una avería del datafono del restaurante. Alejandro, un tipo de mirada incisiva y pelo alborotado, servía generosamente el vino en las copas vacías mientras hablaba con ímpetu de las consultas por la independencia en Cataluña, dejando claro que, para él, aquello era una pérdida de tiempo: «Se trata de una forma de desviar la atención. Los problemas reales no se solucionan con una puta consulta de independencia». Esto provocó un encendido debate verbal en el que yo, siguiendo mi habitual actitud, me mantuve al margen. La comida transcurrió animada; independistas y anti-independistas no llegaron a un acuerdo como es natural, y cuando llegó la hora de pagar la cuenta, el camarero me pasó en un platillo los dos tickets correspondientes a los dos menús. Clavé mi mirada sobre el ticket de la semana anterior, en el que figuraba escrito a bolígrafo el nombre al que iba destinado, y me sentí perplejo; no era mi nombre, sino el de Alejandro. Entonces llamé al camarero para aclarar la cuestión:
–¡Oye! ¿Por qué has puesto el nombre de Alejandro en el ticket? –pregunté inquieto.
El camarero se aproximó, y sin dirigirme la mirada, como si yo no estuviera allí, mientras retiraba la cesta del pan, respondió:
–No recordaba tu nombre, así que puse el de Alejandro, porque siempre que él viene, vienes tú.
Una inesperada sensación de vacío y de vértigo me cercó tras aquella respuesta. Sin saber por qué, supe que algo malo, extraño y perverso me deparaba.
…
Desde el sofá del comedor observaba, a través del cristal de la ventana, la luna menguante; exhibía un resplandor extrañamente desvaído. Hacía poco más de veinticuatro horas que había sucedido lo del restaurante y mi inquietud iba en aumento. No sabía a punto fijo de que se trataba, pero algo me estaba sucediendo. Tomé el móvil con la intención de llamar a alguien para salir aquella noche; necesitaba distraerme. Fue entonces cuando me di cuenta que en mi lista de contactos sólo figuraban dos nombres: el de mi madre y el de mi único amigo Nacho. Sostuve largamente el teléfono con los ojos puestos sobre la nimia lista de contactos pensando en qué había sucedido con el resto de nombres que una vez tuve agregada a la lista; uno a uno, durante las últimas semanas, los había eliminado, convencido de que no me eran necesarios. Minutos después llamaba a Nacho y a mi madre, pero ninguno respondió. Dejé el móvil sobre la mesita que tenía frente al sofá y me tumbé con la mirada perdida en el techo y con una enorme sensación de vacío en mi pecho. Pasé el fin de semana encerrado en mi casa. Nadie me llamó y yo no volví a intentarlo; por vez primera me di cuenta que estaba totalmente solo. Mi vida estaba cambiando y tomaba un rumbo que me asustaba. Yo era aquella luna menguante cuyo resplandor desvaído era el mismo que tomaba mi propia existencia.
Con el corazón afligido llegué el lunes a la oficina alrededor de las nueve de la mañana. Mis compañeros de trabajo iban y venían apresurados por los pasillos sin prestarme atención; era como si no me vieran. Cuando alcancé la puerta de mi despacho, la encontré, para mi sorpresa, abierta. Y cuando dirigí la mirada hacia el interior pude observar con aflicción cómo mi mesa estaba ocupada por un hombre que estaba concentrado en la lectura de unos documentos. Sentí náuseas y corrí a lo largo del pasillo hasta que entré en los lavabos y vomité en la pila. Alcé la vista y contemplé en el espejo mi rostro enturbiado y, al mismo tiempo, la espalda de alguien que orinaba al otro lado. Abrí el grifo y me eché agua en la cara para refrescarme. Todo me parecía extraño e irreal. Volví a mirar al espejo y vi mi rostro borroso, como desenfocado, pero al mismo tiempo pude contemplar, con perfecta nitidez, al hombre que había orinado haciendo un gesto para subirse la bragueta ¿Qué me estaba pasando? ¡No podía entender lo que me sucedía! Volví a mojarme el rostro y en aquel instante la luz del lavabo se apagó ¡Aquel hombre había salido de los lavabos apagando la luz! ¡Para él yo no estaba allí! Presa de un temor indescriptible, salí de los lavabos y me marché de la oficina como a quien le persigue el diablo. Corría por una calle atestada de viandantes bajo un cielo cubierto de oscuras nubes y dirigí la mirada a las caras que me iba encontrando de frente, pero sus semblantes no advertían mi presencia. Grité desesperadamente en vano pidiendo auxilio sin detenerme ¡Estaba sólo! ¡Nadie sabía que estaba allí! Entonces decidí abalanzarme contra uno de aquellos viandantes para así hacer ver a alguien que yo existía y que estaba vivo. Me arrojé contra un hombre inmenso que en aquel momento se cruzaba conmigo; pero en vez de sentir el dolor del impacto con la mole humana, el hombre me atravesó como quien franquea un haz de luz ¡Mi cuerpo era intangible! ¡Invisible! Detuve mi carrera y comprobé como los viandantes traspasaban mi cuerpo sin darse cuenta ¿Qué me había pasado? ¡Me sentía vivo pero yo no existía para los demás!
En este estado de inexistencia parcial deambulo ahora permanentemente. Nadie ni nada advierte mi presencia. Mi cuerpo es invisible e intangible; traspaso objetos y seres vivos como un fantasma. Conservo todos los sentidos excepto el del tacto y no puedo tomar nada con mis manos. Soy incapaz de percibir el agua de la lluvia sobre mi piel o el viento acariciar mi rostro. Camino sobre la arena de la playa sin dejar atrás mis huellas; Me sumerjo en el agua sin necesidad de bucear. Estoy aquí sin estarlo.
Mi inexistencia parcial se ha hecho más dolorosa al escuchar a mi madre. La he estado observando de cerca durante muchos días y he descubierto que para ella jamás he existido ¡Díos! ¡Ni para mi propia madre he existido! Lo mismo ocurre con mi amigo Nacho o con la gente que en el transcurso de mi vida he conocido; para nadie he existido. Estuve en el piso en el que viví, pero no quedaba rastro de mi pasada vida ¡Es como si nunca hubiera tenido una vida!
He intentado suicidarme, pero me ha resultado imposible. Mi cuerpo no existe para el mundo que me rodea. No como ni bebo nada; soy un espectro inmortal que sólo es capaz de observar lo que le envuelve.
¿Qué me depara el futuro? Estoy desorientado y pierdo la noción del tiempo. Tengo una creciente sensación de que estoy más muerto que vivo y me pregunto si será que he fallecido ¿Es que acaso he muerto y este es el resultado? ¡Pero si hubiera muerto, por lo menos, en el mundo de los vivos persistiría durante un tiempo la huella de mi existencia! Todo hombre que ha vivido deja tras de sí un rastro que perdura más o menos tiempo en función de la profundidad de su obra en vida, pero perdura un tiempo. Y tras este tiempo, el rastro desaparece como las huellas de unas pisadas en la arena de la playa ¿Por qué yo no he dejado ningún rastro? Si he vivido… merezco un rastro en el pasado.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: arturo
Comentario: Es un cuento impactante. Escrito en crudo y con un gran poso que hace pensar. Tambien decir, que interesante el tema transversal del statut eso si bordeandolo sin desmarcarse.
Fecha: 2010-04-18 13:48:56
Nombre: Carmen
Comentario: Onofre: he leÃdo este relato con mucha complacencia por lo bien escrito y por hacerme reflexionar sobre el peligro de caer en la exclusión cuando, en forma metódica, expulsamos al otro de nuestro lado.