-¡Ouch!- exclamo frotando mi cabeza, siento como si hubiera golpeado una pared.
-¿Estás bien?- me pregunta tendiéndome la mano. Por lo visto el que salió peor parado fui yo.
-Eso creo- respondo poniéndome de pie-. No veía por dónde iba.
Por primera vez me fijo con quién tropecé. Una chica de pelo castaño me mira preocupada con unos intrigantes ojos plateados. Debe tener más o menos mi edad, qué raro, nunca antes la había visto por el colegio. El sonido del timbre me devuelve a la realidad.
-¡Ah! Tengo que irme.
-Cálmate un poco- me aconseja.
Al fondo del pasillo se cierra la puerta de mi clase, ahora sí, ya no tiene sentido correr. Respiro profundo y trato de hacerle caso. Solo puedo esperar la clemencia del profesor y que el chichón en mi cabeza justifique el atraso.
-¿Quién eres?- pregunto a la chica.
Pero a mis espaldas ya no hay nadie. Bueno, supongo que lo averiguaré otro día.
Suspiro mientras voy camino a mi casa, me suspendieron, siento como si mis pies fueran de plomo y se rehusaran a llegar a mi hogar. Si mis padres se enteran tengo un castigo garantizado. Mejor no les digo, mañana se me ocurrirá algo, un resfriado o vagar por el centro hasta la tarde, cualquier cosa que me mantenga alejado de la escuela.
Es pensando en esto que veo a un niño jugando a la pelota por la vereda. Añoro cuando mi vida era así de sencilla, sin exámenes ni deberes, solo divertirse con cosas tan simples como patear una pelota por la acera. Cierro los ojos y río para mis adentros, ¿en qué estoy pensando? Ya casi sueno como un anciano. Cuando vuelvo a fijarme, noto que la pelota está en medio de la calle, el niño va corriendo a buscarla, y un auto se acerca peligrosamente.
-¡Cuidado!- grito.
No me escucha. El conductor sigue sin verlo. No lo pienso dos veces y salgo disparado, todo sucede en segundos, un bocinazo, el rostro de sorpresa del niño, sus ojos plateados abiertos de par en par, y un dolor sordo en el hombro sobre el que caigo.
-Imbécil- grita el conductor mientras se aleja en su auto.
Maldigo al tipo para mis adentros. Me levanto adolorido y busco al niño, no está. Tampoco hay indicio de que lo hayan atropellado, de él solo queda un chalequito rojo entre mis manos. Pareciera que sencillamente se esfumó en el aire.
Trato de poner mis pensamientos en orden cuando distingo una pequeña silueta doblando la esquina. Tal vez estoy algo paranoico, pero tengo que averiguar quién es ese niño, y si sus ojos eran en verdad plateados.
Está atardeciendo, el cielo bañado por un brillo anaranjado y la suave brisa me animan a continuar. Doblo por decenas de calles y cruzo muchas plazas, pero cada vez que creo ver a mi objetivo, se vuelve a esfumar.
Mi obsesiva persecución me lleva hasta el metro, no hay manera de que a tan corta edad sea más rápido que yo, un motivo más para descubrir su identidad. Bajo al subterráneo cuando un anciano sentado al pie de las escaleras llama mi atención. Habría jurado que sus ojos eran del mismo color plateado que los del niño y la chica del colegio.
Busco por el andén, pero no hay rastro de mi objetivo. Ahora sí lo perdí, no hay manera de que encuentre a una persona entre aquella multitud. Decepcionado salgo del subterráneo, echo un vistazo a las escaleras, ya no está el anciano, en su lugar va subiendo la chica con la que choqué en la mañana, aún vestida con el uniforme escolar.
-¡Espera! ¿Quién eres?- grito, pero ella no se detiene.
Suficiente, tengo que saber qué pasa con esos ojos plateados; la última vez que me enteré, los lentes de contacto no estaban de moda. Tomo la otra salida del metro y la espero allí. Va pasando con el rostro rojo y la respiración entrecortada, como si viniera de una maratón. Me mira y lanza un hondo suspiro, sé que ahora no pasará de largo.
-¿Qué es lo que quieres?- pregunta.
-Que me digas quién eres.
-¿Y no me dejarás tranquila hasta que lo haga?
Mi mirada habla por sí misma. No sé en qué momento me habré enfrascado tanto en encontrar la conexión entre los ojos plateados, solo sé que algo me llama a saberlo, y que me arrepentiré para siempre si desisto. La chica cierra sus ojos y suelta un risita.
-Ojalá fuera tan sencillo- una mirada llena de misterio se calva en mí-. Sígueme y te contestaré.
Asiento con la cabeza y juntos caminamos por las calles hasta uno de los barrios más antiguos y abandonados de la ciudad. Está oscureciendo y apenas distingo el camino, la mayoría de los faroles están rotos y no hay luna que brille en el cielo. Más de alguna vez me tropiezo por las grietas en el asfalto descuidado. Podría ser el camino perfecto a la boca del lobo, pero ya no importa.
Mi guía señala una casona abandonada al otro lado de la calle, el jardín está lleno de maleza y un empedrado apenas visible lo recorre. La madera del porche está podrida y apesta a humedad ¿Para qué escogería este lugar?
Le da un empujoncito a la puerta que por poco se sale de sus bisagras. Me hace un gesto para que pase y enciende una lámpara de aceite. Investigo mí alrededor, parece un living antiguo, sillones remendados, mesas y sillas rotas, armarios a los que le falta una puerta, y sin embargo falta el polvo y las telarañas que caracterizan a los lugares verdaderamente abandonados.
-Aquí es donde vivo- me dice una voz rasposa de anciano.
Me volteo para encontrarme con que en lugar de la chica del colegio está de pie frente a mí el viejo de las escaleras del metro, apoyado en su bastón de madera mirándome con sus ojos plateados.
-¿Qué…
Pero antes de que termine mi pregunta una espesa niebla gris salida de la nada rodea el cuerpo del hombre. No entiendo qué pasa, en qué tipo de macabra película me habré metido. La niebla se disipa poco a poco, dejando a un niño con una pelota roja.
-No te he dado las gracias por salvarme del auto, así que para contestar a tu pregunta…
La niebla lo cubre una vez más como un manto fantasma que al desvelarse deja de nuevo a la chica de cabello castaño mirándome con tristeza.
-No sé quién soy. Tampoco estoy segura de qué soy. Solo sé que puedo usar alguno de estos tres rostros a mi antojo. Mi memoria, mi propio nombre, si es qué alguna vez tuve uno; no recuerdo nada. Vago por ahí usando mis tres caras esperando encontrar a alguien que me reconozca, pero no he hallado a nadie.
Se ve deprimida, bajo la débil luz de la lámpara distingo una lágrima rodar por su mejilla; y la sorpresa inicial da paso a una tranquila aceptación, hasta volverse compasión. No me imagino a mí mismo despertar un día sin recuerdos. Más aún, saber que ni siquiera tengo un rostro fijo. Tímidamente me acerco a “ella” y apoyo una mano sobre su hombro.
-Entonces, ¿cómo puedo llamarte?
Me mira sorprendida, pero traga saliva y responde:
-Aris. Puedes llamarme Aris.
-Aris- no puedo creer lo que voy a decir-, cuenta conmigo para ayudarte a recuperar tu memoria.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Nery Antonio
Comentario: Me gusta mucho la intensidad de la narrativa, muy buen cuento, felicidades. Un abrazo.
Fecha: 2010-06-25 14:30:38
Nombre: valentina g.
Comentario: matias me gustaria saber como termina ese cuento
es muy hermoso
Fecha: 2010-05-26 08:39:49
Nombre: Martha Alicia
Comentario: Están puestas las bases para una interesante historia que puede llegar a ser una novela corta. Me imaginaba que el narrador se encontrarÃa implicado él mismo como alquien que también perdió los recuerdos. Perdón por mi atrevimiento pero los que escribimos, nos tocan un resorte y nos disparamos.
Con afecto.Martha Alicia
Fecha: 2010-05-21 16:51:42
Nombre: MatÃas Gárate
Comentario: Es solo una introduccion. Pero el resto de la historia está demasiado fragmentada. Perdonen XD
Fecha: 2010-05-21 09:49:21
Nombre: Carmen
Comentario: ¡Qué buen comienzo! Pero esta historia tiene mucho más por decir.
Fecha: 2010-05-20 17:19:10
Nombre: Manuel Ibarra
Comentario: Excelente cuento, te felicito amigo MatÃas