Los misteriosos perros selváticos.. Cuentos cortos fantásticos


Los misteriosos perros selváticos.

Autor: Jesús (xuxo-pereira)

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Cuento publicado el 06 de Octubre de 2010


"Condorito" llenó nuestro hogar durante varios años, de ternura y alegría. Mi esposa e hijos lo adoraban. Por consiguiente, él también se desvivía por nosotros y hacía todo lo que su brillante cerebro le indicaba para complacernos. Cantaba, bailaba, repetía inmundas groserías y frases soeces. No, no estaba preso. Dormía en su jaula con la puerta abierta y después de tomar su desayuno, volaba a su árbol de mangos preferido. De ahí se desplazaba donde se le antojara, incluso al piso del corral de los perros a robarles una que otra vez el condumio de éstos. Ya ellos estaban acostumbrados a la presencia del gran loro real y se acercaban juguetones pero cautelosos a retozar con él. (Su fuerte pico era temible).

Por eso, cuando una tarde soleada de marzo no regresó a su jaula, nos preocupamos en demasía. Como era habitual, lo llamábamos: -¡CONDORÍ-I-I! esperando su segura respuesta:... -¡TOO-O!- pero ésta no llegaba.
Nadie dijo nada, pero sabía que los muchachos y mi esposa durmieron llorosos esa noche. Yo también. Temprano, a la mañana siguiente lo busqué junto con Ana, (los niños estaban en el colegio). Rastreamos amplia zona en los matorrales y bosques vecinos pero no dimos con él. Callados y tristes proseguimos nuestras tareas. Sin embargo, ya al medio día sucedió algo sorprendente. Mirando a lo lejos la jaula de los pastores alemanes, a la sazón los cachorros de más edad que teníamos, por inercia lancé un llamado: -¡CONDORI-I-Í!- Uno de los cachorros, el Aquiles, me respondió claramente: -¡TÓ!
-¡¿Oíste Ana?!... ¡Aquiles me contestó!
-No seas pendejo, Bernardo... Los perros no pueden hacer eso.
-¿Que nó? ¡Mira!... ¡CONDORI-I-I-Í!
-¡TÓ! (Volvió a responder el perro)
Ana y yo corrimos maravillados hacia la jaula y descubrimos a Condorito echándose un atracón de perrarina, con el pico sucio y el buche inflado.
-¡Desgraciado, qué susto nos diste!
El loro voló a mi brazo, bailando y haciendo payasadas. Desde entonces, Condorito echaba una que otra plumita al aire varias veces al mes, pero nuca, más de 20 horas. Hasta aquella nefasta tarde de agosto.
Finalizaba la temporada de copíosas lluvias ecuatoriales, y como todos los años, ríos y embalses desbordaban. Para esa fecha también se exageraba la fertilidad de los animales de todas clases. Los árboles rebosaban de frutos, los ríos y lagos, de peces, el aire de insectos y pájaros. Lujuriante la selva y lujuriosos sus habitantes. En esos días, Condorito se fué para no volver.
Después de varias semanas sin él, la tristeza, como suele ocurrir en los humanos, se fué diluyendo. Mi familia y yo, nos dedicamos por completo a cuidar nuestros perros.

Los primeros días de la desaparición del loro, lo primero que hacía en las mañanas era emitir el lastimero reclamo: -¡CONDORI-I-I-Í!
-¡Deja ya. Bernardo! (Protestó Ana) -¿No ves que me haces llorar?
Desde entonces, lanzaba un vistazo furtivo y silencioso al árbol de mangos. Algunas veces el corazón vibraba cuando unas hojas o ramitas verde-loro me engañaban cruelmente.
Pasaron los meses. Nuestro canil progresó. Ya era conocido en la cercana gran ciudad y eran más frecuentes las visitas de compradores de cachorros de raza. Semanalmente atravesaba la selva de El Tigre para adquirir perritos destetados en Upata, distante unos 100 Km.
Por eso, cuando el compadre Coraspe me informó que teníamos competidores, mayor fué la curiosidad que el disgusto.
-Si compadre,- me dijo. -A unos doce o quince kilómetros de aquí, los Guaicas (tribu indígena) crían cientos de cachorros. Cualquiera los escucha cuando pasa por la carretera de El Tigre, cerca del cerro Nuria.
¿Cientos de perros en plena selva?. No podía creerlo. Los retos logísticos que se necesitan para un establecimiento así, eran colosales. Entonces decidí convencerme personalmente.

La selva de El Tigre era respetable. Intimidatoria. Tenebrosa. Aunque la perforaba la angosta vía rural, asfaltada, ésta transcurría mayormente por un túnel vegetal y era frecuente encontrarse de pronto con un danto,(tapir), venados, boas, y animales menores. De vez en cuando, hasta un jaguar se escurría taimado entre la maleza. Los sonidos selváticos llenaban la jungla con una sinfonía constante. Dia y noche, pero muy diferente en uno u otro caso. Algunas veces el griterío era ensordecedor cuando monos, guacharacas y monos descubrían al jaguar.
Pero lo que escuché esa tarde me dejó estupefacto. Estaba convencido de que los establecimientos indígenas no tenían los recursos ni los conocimientos necesarios para manejar un canil. Debían conocerse procedimientos veterinarios, genéticos, nutricionistas y de psicología canina, entre muchas otras cosas. Pero ahí estaba el rumor inconfundible de un criadero de perros. Ladridos, aullidos, retozos y chillidos de muchos cachorros. Admirado e incrédulo tomé el rifle y bajé del vehículo. Inmediatamente me golpeó el vaho oleaginoso de la selva. Mis sentidos se alertaron. Emocionado y tenso enfilé por una vereda, inconfundiblemente obra humana. Atravesé una pequeña corriente, y bajo un inmenso merecure escuché los retozos mucho más nítidos. Pero... ¿Dónde empezaba el asentamiento?. Todo era un inmenso colchón biológico prácticamente intacto. Troncos podridos, inmensas raíces de gigantes centenarios, marañas de bejucos, enredaderas y bromelias. A unos 50 mts. en un pequeño claro descubrí una pequeña y furtiva figura humana. Pero no se escondía de mí, blandía una larga cerbatana que apuntaba hacia la bóveda verde oscuro que ocultaba al cielo. Una gran bandada de loros comían mamones. Misteriosamente enseñados, quién sabe por quién, remedaban fielmente los sonidos de un canil. Ahí estaba el famoso criadero. Incluso una que otra frase obscena se escuchaba en perfecto castellano.
El muchacho indígena se preparaba a disparar su dardo.
-¡NO! le grité.
Pero el proyectil ya volaba fatal.
Un gran loro se desprendió del techo vegetal aleteando torpemente´y trazando un vacilante semi-círculo voló hacia mí. Herido mortalmente se aferró a mi brazo.
Con débil voz lanzó un desgarrador saludo.
-¡CONDORÍ-I-I-I-I!...
-¡TÓ! le respondí, mientras gruesas lágrimas me corrían realengas.

//alex


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Comentario: PARA SERGIO21MANUEL Y LOS DEMÀS AMIGOS QUE ME HAN ESCRITO. Pueden leer todos mis cuentos en este mismo portal bajo los seudònimos de:---Cèsar Muñoz---aabad62---Xuxo-Pereira---Jesùs Pereira.
Gracias por los conceptos. Respondo todos los email recibidos.


Fecha: 2010-10-10 10:48:57
Nombre: Manuel Ibarra
Comentario: Excelente, mis sinceras felicitaciones amigo Jesús, ha escrito usted un cuento maravilloso. saludos


Fecha: 2010-10-06 10:12:04
Nombre: Tomi
Comentario: Espectacular cuento y maravillosamente escrito y relatado.Una historia preciosa. Me ha encantado. Un beso Xuso.


Fecha: 2010-10-06 06:14:40
Nombre: Carmen
Comentario: ¡Qué triste, Jesús, haberlo encontrado para que muriera en tus brazos! El relato es una verdadera pintura de la exhuberante naturaleza y de los sentimientos que nos unen a otras especies.