Songoni y la semilla de la luz. Cuentos cortos fantásticos


Songoni y la semilla de la luz

Autor: Lizeth Guadalupe

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Cuento publicado el 19 de Diciembre de 2010


Cuenta una vieja leyenda, una simple profecía, que en lo profundo de las tierras del planeta Mascarrengoni, viven los mascarrengonitas, los habitantes de las montañas Alcapuntli.
Hombres, mujeres, niños y ancianos, anhelan algún día conseguir la famosa “semilla de la luz”. El pueblo está en tinieblas, gobernado por Simeón, un malvado hombre, hijo del dios Manzegoni y la bella doncella María. Su maldad es más inmensa que el universo, como ello de ejemplo, el tener a los mascarrengonitas bajo tinieblas. Simeón puso bajo su poder la semilla de la luz, la cual escondió en la flor púrpura en la cima de la montaña Alcapuntli. Desde el día que Simeón tomó la semilla bajo su poder, todos han sufrido gracias a el.

En el pueblo no existe el día, no hay Sol, no hay luz, no hay probabilidad alguna de ser feliz.
Adentrado al pueblo, hay un hombre llamado Songoni, un valiente caballero generoso, amable y humilde. Era el guerrero más fuerte de la provincia, e incluso, más que el rey Simeón.
Songoni odiaba por completo al rey, lo repudia.
Aún así era solamente un pequeño e inocente guerrero, valiente, generoso, amable y humilde, ¿qué podía hacer?... luchar, era su especialidad.
Un día Songoni, armado de valor y valentía, decidió adentrarse en lo profundo de la montaña para conseguir la semilla de la luz, y con ello, liberar a su pueblo.
Armado solamente con un pequeño escudo, una filosa espada y un par de litros de agua, comenzó el viaje que marcaría una nueva historia en Mascarrengoni.
Las primeras horas marchaban normales, pero al llegar al llamado río de la vergüenza, comenzó la batalla…
Un pequeño gatito apareció frente a sus ojos. Era tan bello, tan…tierno.
— ¡Ay!, que lindo gatito — dijo con una voz dulce acercándose a el.
El gato dio unos pasos hacia atrás, parecía un poco espantado.
— No, no, no, no te asustes, no te haré daño.
El gato lo miró, no se movía. Songoni tampoco se movía. De pronto el gato hizo un leve movimiento en el hocico y sonrió. Sus dientes eran filosos y amarillos.
Un miedo profundo heló la sangre de Songoni al ver al gato sonriendo.

Apresurado dio la media vuelta…
— Songoni, no te vayas — le dijo el gato con una voz aparentemente dulce, que aún así, congelada el cuerpo.
Este solo se detuvo, estaba hipnotizado, ¿cómo un gato podía hablar?, era ilógico.
— Da la vuelta Songoni.
Lentamente volteó; el gato aún estaba ahí parado.
Se acercó moviendo la cola de lado a lado, parecía feliz.
— Hola Songoni, ¿cómo has estado?
— ¿Quién eres tú? — preguntó tartamudeando.
— ¿Quién soy yo? Uuu, pues diremos que soy… alguien.
— ¿Alguien?
— Sí, alguien. Alguien que te quiere destruir. Se a qué vienes, sé que es lo que quieres, no la tendrás.
— ¿Ah, sí? Pues no te tengo miedo.
— En serio, ¿no me tienes miedo?
Con un gran temor respondió.
— No — estaba verdaderamente aterrado, no quitaba la mirada del diabólico gato.
— Yo soy alguien bello, ¿sabías?
— ¿bello? — preguntó hipócritamente.
— Sí, bello.
Y al decir esto, el bello y diabólico gato se convirtió en una hermosa damicella.
— ¿María? — preguntó asombrado al ver a la madre de Simeón frente a sus ojos.
— Sí, ¿y sabes algo?, eres muy valiente y muy… guapo — y diciendo esto, se acercó a Songoni y abrazándolo, lo besó lentamente.
Songoni no pudo resistir a ese beso, a esos dulces labios.
Y mientras María lo besaba, con un pequeño cuchillo de plata trató de apuñalarlo por la espalda, pero… una pequeña hada detuvo la mano de la hermosa damicella.
— ¿Qué rayos? — dijo María espantando a la pequeña hadita, la cual revoloteaba para distraerla.
— Corre Songoni, vete. Salva al pueblo, ve por la semilla de la luz.
Songoni corrió apresurado entre espinas y ramas hasta lograr llegar a la cima, frente a la flor púrpura. Songoni se asombró al verla, era maravillosa. La contempló un rato y después con gran fuerza trató de abrir sus pétalos.
¡Bum! Apareció el dios de la luz.
Songoni dio un salto hacia atrás, asombrado.
Era un hombre calvo, que de la cintura hacia abajo tenía cuerpo de serpiente. El final de su cola tenía forma de llave, era extraño.
— Hola, me llamo… — e interrumpiéndolo dijo.
— Sí, Songoni, el liberador de Mascarrengoni.
— Eso intento hacer, liberar a mi pueblo.
— Muy bien, pero para ello necesitas entrar en la flor.
— Muy bien, entonces entraré — dijo decidido.
— ¡Espera!, tengo que advertirte que la planta es carnívora, te comerá. Si quieres liberar al pueblo, tendrás que sacrificarte.
Songoni dudó, estaba inseguro.
— Está bien, lo haré.
Y al decir esto la planta se abrió y Songoni se adentró en ella. Un líquido baboso cubría a la planta, que embarraba a Songoni por doquier.
Al estar dentro, la planta se cerró.
Nada pasó.
La plata de pronto comenzó a abrirse y de ella salió una esfera que se elevó hasta ya no verse.
De pronto un resplandor se hizo notar en el cielo, naciendo así el Sol y desapareciendo las tinieblas, liberando al fin a los mascarrengonitas.


//alex


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Fecha: 2011-01-14 09:37:56
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