Las tres de la mañana es una buena hora para ir a dormir, sin embargo como era costumbre en él, seguía frente a su ordenador buscando ese algo indefinido. Su oído se había agudizado, ya sabemos que a esa hora el hermoso letargo de la noche se hace carne en nosotros y las percepciones mundanas se funden con lo onírico como si se tratara de la misma cosa.
Las tres de la mañana es una buena hora para ir a dormir, sin embargo como era costumbre en él, seguía frente a su ordenador buscando ese algo indefinido. Su oído se había agudizado, ya sabemos que a esa hora el hermoso letargo de la noche se hace carne en nosotros y las percepciones mundanas se funden con lo onírico como si se tratara de la misma cosa.
Afuera la lluvia aparecía como un misterio invisible, la lluvia poseía (para él) una Música sutil, algo parecido a la alegría. Una ronda de duendes era la noche, con el Corcél del viento gimiendo en las ventanas.
Besó sus lejanos labios; ella no estaba allí, más el néctar de esa boca a menudo y por costumbre viajaban a la copa de sangrante vino. Un instante después sorbió de ella como de un cálido cáliz y se apresuró a salir a la calle otoñal desprovisto de abrigo.
La escena de la calle era un tanto diferente de su ensueño, las luces de neón eran un péndulo hamacado por la furia del aire encabritado y la lluvia comenzaba a helar sus huesos. Caminó sin prisa pero decidido a encontrarla en la primera esquina, sentía una corazonada etílica cual tormenta que le desgarraba.
De pronto se sintió solo, triste y miserable. No hay peor amante que el que persigue a una sombra: una voz oculta se lo susurró al oído.
Luego de haber caminado toda la noche sin rumbo decidió regresar a su morada, allí le esperaba el lecho inmutable, sintió el corazón y los nervios bloqueados y entró en el sueño. La soñó a su antojo, con esa sonrisa única que le conocía, con sus cálidas manos de terciopelo.
Pasó un tiempo, un tiempo indescriptible, y al despertar, una mofa de Sol entrando por la ventana le recordó cuanto la amaba.
Recordó la lluvia y la alegría, un torrente de lágrimas le invadió y retornó a su ilusorio sueño.
He de decirles que ella ya no estaba.
//alex
Despertar
Autor: Chelo
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Cuento publicado el 29 de Junio de 2019
Afuera la lluvia aparecía como un misterio invisible, la lluvia poseía (para él) una Música sutil, algo parecido a la alegría. Una ronda de duendes era la noche, con el Corcél del viento gimiendo en las ventanas.
Besó sus lejanos labios; ella no estaba allí, más el néctar de esa boca a menudo y por costumbre viajaban a la copa de sangrante vino. Un instante después sorbió de ella como de un cálido cáliz y se apresuró a salir a la calle otoñal desprovisto de abrigo.
La escena de la calle era un tanto diferente de su ensueño, las luces de neón eran un péndulo hamacado por la furia del aire encabritado y la lluvia comenzaba a helar sus huesos. Caminó sin prisa pero decidido a encontrarla en la primera esquina, sentía una corazonada etílica cual tormenta que le desgarraba.
De pronto se sintió solo, triste y miserable. No hay peor amante que el que persigue a una sombra: una voz oculta se lo susurró al oído.
Luego de haber caminado toda la noche sin rumbo decidió regresar a su morada, allí le esperaba el lecho inmutable, sintió el corazón y los nervios bloqueados y entró en el sueño. La soñó a su antojo, con esa sonrisa única que le conocía, con sus cálidas manos de terciopelo.
Pasó un tiempo, un tiempo indescriptible, y al despertar, una mofa de Sol entrando por la ventana le recordó cuanto la amaba.
Recordó la lluvia y la alegría, un torrente de lágrimas le invadió y retornó a su ilusorio sueño.
He de decirles que ella ya no estaba.
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