Un cuento diabólico
Alguien cree que algo es imposible, veamos muy detenidamente la historia de la compra de almas en pena, que desean un cambio en sus vidas.
Tenía una rosca de nervios que me hacían sentir un ser desesperado, aproveche a salir a cumplir con la deuda que había contraído con el mal, cuando Mefistófeles, el demonio del folklore alemán, capturo mi alma en cambio de una vida decorosa por el termino de 7 años.
Mefistófeles es comúnmente considerado como un subordinado de Satanás, siendo el encargado de aprisionar almas que buscan condiciones de vida imposibles de lograr.
Mefistófeles es presentado muchas veces como una figura tragicómica, atrapado entre su victoria al lograr que las grandes masas dejen de considerar a Dios en el centro de todas las cosas, y su derrota al perder relevancia él también por el mismo motivo.
En el aspecto gráfico, Mefistófeles ha sido mostrado como la representación más refinada del mal, siendo caracterizado con ropas fastuosas dignas de la nobleza y con una mente fría, racional y con un alto nivel de lógica, misma que utilizaría para atrapar mentalmente a las personas y hacer que siguiesen sus designios.
Esa noche mi mujer Marcela iría a cenar con sus amigas, como lo hacía desde hace años los días viernes.
Me dije a mi mismo, esta noche finalizan los 7 años que hice el convenio con Mefistófeles y necesitaba recuperar mi alma, luego de haber disfrutado del dinero fácil y las bellas mujeres.
Me encontraba en la ruta 40 a pocos kilómetros de la ciudad de Lujan de Cuyo, en medio de un vendaval que originaba el famoso viento Zonda, que produce altas temperaturas y vertiginosos vientos del norte.
El vehículo se bamboleaba al compás del viento y mi cuerpo era un trozo de carne y nervios generadores de la más terrible angustia.
Desesperado busque el paquete de cigarrillos que llevaba en mi camisa, más note que estaba vacío.
Mi desesperación iba en aumento y buscaba por los cuatro puntos cardinales encontrar un lugar donde expendieran los malditos cigarrillos.
Pero a esa hora avanzada de la noche y en medio de la carretera mis posibilidades eran pocas y mi ansiedad mucha.
Se acercaban mis sesenta y tres pirulos dentro de algunos días y el regalo de cumpleaños que me regalaría, era cumplir y finalizar la vieja deuda.
Siete años pasaron volando, y seguramente que Mefistófeles también me devolvería el alma y quedáramos a mano con el convenio, ya que durante el tiempo transcurrido había cumplido en parte con el Diablo.
Traté de no pensar en todo aquello, y concentrarme en la carretera y en la búsqueda de una estación de servicio, donde comprar los cigarrillos.
-Que ganas de fumar, por Dios!
De repente y como por arte de magia, vislumbre un cartel de una estación de servicios de color azul y blanca. No tuve dudas era la YPF que estaba a menos de un kilómetro del acceso a la ruta a Chile.
Sin darme cuenta había avanzado varios kilómetros hacia el sur, en el afán de encontrar un atado de cigarros.
Me detuve frente a un surtidor y solicite que me llenasen el tanque, de mientras me dirigí al mini Market, en busca de los ansiados Marlboro.
Pensé para mis adentros, que la suerte aun no me había cambiado.
La tienda estaba desierta y la empleada dormitaba en su banquillo, a esa hora era inusual que alguien consumiera algún producto del negocio.
-De pronto me sentí de nuevo seguro de mí mismo y hasta me puse a canturrear una vieja canción, cosa que no había hecho en mucho tiempo, y mientras buscaba mis cigarrillos Marlboro me interné entre los estantes atiborrados de productos, cuando de pronto casi choco con una señora y el carrito que transportaba un bebito.
De dónde habrán salido, pensé.
Mientras me detenía a observar la escena que se ofrecía a mis ojos, observe que la madre le hablaba tiernamente a su pequeño hijito mientras le arreglaba la frazadita para que no tome frio.
Mi buen humor desapareció y sentí que una punzada entraba en mi pecho.
Como una ráfaga vino a mí, el sinsabor de la mujer que me parió, y me dejó abandonado a mi suerte.
La caridad de los hogares sustitutos, la frialdad del orfanato, con sus rudos celadores, que nos impedían buscar nuestros sentimientos, en el amor de una familia bien constituida.
Todos aquellos años creciendo en la soledad de amor y el desamparo.
Por eso cuando encontré a Mefistoles, no dudé en hacer un trato con él, a cambio de que mi mala suerte cambiara.
Desde entonces, cuando entregue mi alma, el dinero florecía en mis manos.
El amor de todas las mujeres fue mío y yo las manejaba a mi antojo hasta que cansado de ellas las empujaba hacía el abismo.
Qué placer sentía al verlas destruidas, era como vengar en cada una de ellas, a la que siendo un bebe, me había abandonado a las manos de Dios.
Miré de nuevo al pasillo, pero la mujer con su bebito ya había desaparecido.
Molesto, pagué mis cigarrillos y salí. Me senté frente al volante y volví a sentirme nervioso y algo asustado.
Y esa sensación me desconcertaba, pues no recordaba haber temido nunca antes a nadie, que me ofreciese un amor verdadero.
-Seguro me estoy volviendo viejo! Pensé inconscientemente.
Pero no podía dejar de preocuparme por Mefistófeles, y la deuda que vendría a cobrar; la cita era en la entrada hacia Chacras de Coria, donde hay un descampado cerca de una villa miseria.
Ya casi estaba llegando a mi destino, cuando de pronto un tumulto de gente y vehículos amontonados, me hizo frenar bruscamente.
Me bajé del auto, y pregunté qué pasaba a un oficial de policía, que estaba evitando la aglomeración de curiosos en el lugar.
-Un accidente, me contestó el policía!
Me acerqué aún más, para observar que había sucedido.
Entre todos los entrometidos que circundaban el accidente, vi que estaba tirado un cuerpo sin vida.
Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, era el cuerpo destrozado de mi mujer Marcela, sobre el frio pavimento.
La sangre se me heló en las venas, y me abalancé al cuerpo inanimado y frío de mi querida Marcela, la única que me comprendió en los últimos años.
Me aferre a su cara, y comencé a besarla con toda mi alma, aunque pude comprobar que aún no la había recuperado.
En eso eleve mi cabeza al cielo, como pidiendo clemencia al soberano Dios y observe a pocos pasos, a un joven de barba intensa, que con la mano me mostraba que lamentaba mucho el hecho ocurrido.
-Lo siento mucho, pero en la vida, tarde o temprano todo debe pagarse, me suscito a la distancia.
-Pensabas acaso, que me conformaría con tu alma podrida…
-Creíste también que la entrega de esa porquería, era la rescisión total del contrato?
Yo lo miraba atónito, y sin poder emitir un sonido, mis cuerdas vocales estaban heladas, y mis labios morados, ya no me respondían.
-Yo quería lo mejor de ti, y como veras, ya lo obtuve, por lo que vuelvo más que tranquilo a sublevar alguna otra alma en pena, que desee conquistar el mundo con el menor esfuerzo.
-Bye, Bye!, y hasta cualquier momento!
Mi mirada se había fijado en la imagen de Mefistófeles, que se alejaba del lugar, haciéndome el ser más infeliz de este maldito mundo.
//alex
Cuento publicado el 02 de Julio de 2015
Alguien cree que algo es imposible, veamos muy detenidamente la historia de la compra de almas en pena, que desean un cambio en sus vidas.
Tenía una rosca de nervios que me hacían sentir un ser desesperado, aproveche a salir a cumplir con la deuda que había contraído con el mal, cuando Mefistófeles, el demonio del folklore alemán, capturo mi alma en cambio de una vida decorosa por el termino de 7 años.
Mefistófeles es comúnmente considerado como un subordinado de Satanás, siendo el encargado de aprisionar almas que buscan condiciones de vida imposibles de lograr.
Mefistófeles es presentado muchas veces como una figura tragicómica, atrapado entre su victoria al lograr que las grandes masas dejen de considerar a Dios en el centro de todas las cosas, y su derrota al perder relevancia él también por el mismo motivo.
En el aspecto gráfico, Mefistófeles ha sido mostrado como la representación más refinada del mal, siendo caracterizado con ropas fastuosas dignas de la nobleza y con una mente fría, racional y con un alto nivel de lógica, misma que utilizaría para atrapar mentalmente a las personas y hacer que siguiesen sus designios.
Esa noche mi mujer Marcela iría a cenar con sus amigas, como lo hacía desde hace años los días viernes.
Me dije a mi mismo, esta noche finalizan los 7 años que hice el convenio con Mefistófeles y necesitaba recuperar mi alma, luego de haber disfrutado del dinero fácil y las bellas mujeres.
Me encontraba en la ruta 40 a pocos kilómetros de la ciudad de Lujan de Cuyo, en medio de un vendaval que originaba el famoso viento Zonda, que produce altas temperaturas y vertiginosos vientos del norte.
El vehículo se bamboleaba al compás del viento y mi cuerpo era un trozo de carne y nervios generadores de la más terrible angustia.
Desesperado busque el paquete de cigarrillos que llevaba en mi camisa, más note que estaba vacío.
Mi desesperación iba en aumento y buscaba por los cuatro puntos cardinales encontrar un lugar donde expendieran los malditos cigarrillos.
Pero a esa hora avanzada de la noche y en medio de la carretera mis posibilidades eran pocas y mi ansiedad mucha.
Se acercaban mis sesenta y tres pirulos dentro de algunos días y el regalo de cumpleaños que me regalaría, era cumplir y finalizar la vieja deuda.
Siete años pasaron volando, y seguramente que Mefistófeles también me devolvería el alma y quedáramos a mano con el convenio, ya que durante el tiempo transcurrido había cumplido en parte con el Diablo.
Traté de no pensar en todo aquello, y concentrarme en la carretera y en la búsqueda de una estación de servicio, donde comprar los cigarrillos.
-Que ganas de fumar, por Dios!
De repente y como por arte de magia, vislumbre un cartel de una estación de servicios de color azul y blanca. No tuve dudas era la YPF que estaba a menos de un kilómetro del acceso a la ruta a Chile.
Sin darme cuenta había avanzado varios kilómetros hacia el sur, en el afán de encontrar un atado de cigarros.
Me detuve frente a un surtidor y solicite que me llenasen el tanque, de mientras me dirigí al mini Market, en busca de los ansiados Marlboro.
Pensé para mis adentros, que la suerte aun no me había cambiado.
La tienda estaba desierta y la empleada dormitaba en su banquillo, a esa hora era inusual que alguien consumiera algún producto del negocio.
-De pronto me sentí de nuevo seguro de mí mismo y hasta me puse a canturrear una vieja canción, cosa que no había hecho en mucho tiempo, y mientras buscaba mis cigarrillos Marlboro me interné entre los estantes atiborrados de productos, cuando de pronto casi choco con una señora y el carrito que transportaba un bebito.
De dónde habrán salido, pensé.
Mientras me detenía a observar la escena que se ofrecía a mis ojos, observe que la madre le hablaba tiernamente a su pequeño hijito mientras le arreglaba la frazadita para que no tome frio.
Mi buen humor desapareció y sentí que una punzada entraba en mi pecho.
Como una ráfaga vino a mí, el sinsabor de la mujer que me parió, y me dejó abandonado a mi suerte.
La caridad de los hogares sustitutos, la frialdad del orfanato, con sus rudos celadores, que nos impedían buscar nuestros sentimientos, en el amor de una familia bien constituida.
Todos aquellos años creciendo en la soledad de amor y el desamparo.
Por eso cuando encontré a Mefistoles, no dudé en hacer un trato con él, a cambio de que mi mala suerte cambiara.
Desde entonces, cuando entregue mi alma, el dinero florecía en mis manos.
El amor de todas las mujeres fue mío y yo las manejaba a mi antojo hasta que cansado de ellas las empujaba hacía el abismo.
Qué placer sentía al verlas destruidas, era como vengar en cada una de ellas, a la que siendo un bebe, me había abandonado a las manos de Dios.
Miré de nuevo al pasillo, pero la mujer con su bebito ya había desaparecido.
Molesto, pagué mis cigarrillos y salí. Me senté frente al volante y volví a sentirme nervioso y algo asustado.
Y esa sensación me desconcertaba, pues no recordaba haber temido nunca antes a nadie, que me ofreciese un amor verdadero.
-Seguro me estoy volviendo viejo! Pensé inconscientemente.
Pero no podía dejar de preocuparme por Mefistófeles, y la deuda que vendría a cobrar; la cita era en la entrada hacia Chacras de Coria, donde hay un descampado cerca de una villa miseria.
Ya casi estaba llegando a mi destino, cuando de pronto un tumulto de gente y vehículos amontonados, me hizo frenar bruscamente.
Me bajé del auto, y pregunté qué pasaba a un oficial de policía, que estaba evitando la aglomeración de curiosos en el lugar.
-Un accidente, me contestó el policía!
Me acerqué aún más, para observar que había sucedido.
Entre todos los entrometidos que circundaban el accidente, vi que estaba tirado un cuerpo sin vida.
Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, era el cuerpo destrozado de mi mujer Marcela, sobre el frio pavimento.
La sangre se me heló en las venas, y me abalancé al cuerpo inanimado y frío de mi querida Marcela, la única que me comprendió en los últimos años.
Me aferre a su cara, y comencé a besarla con toda mi alma, aunque pude comprobar que aún no la había recuperado.
En eso eleve mi cabeza al cielo, como pidiendo clemencia al soberano Dios y observe a pocos pasos, a un joven de barba intensa, que con la mano me mostraba que lamentaba mucho el hecho ocurrido.
-Lo siento mucho, pero en la vida, tarde o temprano todo debe pagarse, me suscito a la distancia.
-Pensabas acaso, que me conformaría con tu alma podrida…
-Creíste también que la entrega de esa porquería, era la rescisión total del contrato?
Yo lo miraba atónito, y sin poder emitir un sonido, mis cuerdas vocales estaban heladas, y mis labios morados, ya no me respondían.
-Yo quería lo mejor de ti, y como veras, ya lo obtuve, por lo que vuelvo más que tranquilo a sublevar alguna otra alma en pena, que desee conquistar el mundo con el menor esfuerzo.
-Bye, Bye!, y hasta cualquier momento!
Mi mirada se había fijado en la imagen de Mefistófeles, que se alejaba del lugar, haciéndome el ser más infeliz de este maldito mundo.
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