Dia de playa
Autor: Kika Lopez
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– ¿No se cansan las olas de ser tan alborotosas?
–Oh… sí, cuando el aire está muy quieto, el mar se pone plano como un plato.
–Y el aire, ¿se acaba?
–No, el aire nunca se acaba.
Lo oí escarbando en la arena, jugando a mi lado.
–Se llenó de agua. ¡Hice un pozo! –dijo.
–Qué bueno. –le contesté y ya no supe mas, quedé dormido.
Me despertó el instinto, un golpe de sangre, una súbita inquietud.
Me incorporé y no estaba mi lado. Miré a todas partes con la mano en la frente para evitar la resolana. No, no estaba por allí. Miré al agua. Dentro del feroz resplandor del sol, creí ver su pelito negro que se hundía y salía a flote nuevamente en el balanceo de la resaca. Nadé hacia él como un desesperado, mi niño se me ahogaba pero antes de llegar me doy cuenta de que tan solo era un marcador, un flotante de corcho desprendido de una trampa de langosta o algo similar. Me sumergí para buscarlo en el fondo… sin resultado.
Regresé llamando su nombre a gritos. El salvavidas se acercó presuroso.
– ¿Qué le pasa?
–He perdido a mi hijo, se puede haber ahogado. No lo hallo.
– ¿Es un chico con un short rojo?
–Sí, dígame, ¿lo ha visto?
–Se fue a la venduta de los perros calientes.
–Ah… bendito sea el cielo.
Corrí hasta allí. Tampoco estaba. Ansiosamente pregunto:
– ¿Alguien vio a un chico con un pantaloncito rojo?
–Sí, fue a las dunas con su padre.
– ¡Su padre soy yo! ¿Quién es ese hombre?
–No sé. Era un tipo grande y peludo con cara de pocos amigos. Él le decía “hijo”, lo besaba, le compró un helado y yo creí que era su padre.
– Oh… Dios… llamen a la Policía. Yo voy tras ellos. –Les dije, lleno de terror.
Me interné por las altas yerbas que cubrían los arenales, apartando los matojos y gritando su nombre “Juanito, Juanito, ¿dónde estás? contéstame hijo”.
Me detuve como si un rayo hubiese caído frente a mis pies. Vi su cuerpecito en el suelo junto a una palmera. Corrí hacia él, a la misma vez buscando al culpable del ultraje. Lo encontré allí mismo, detrás del tronco, sentado con la cabeza sumida entre las piernas. Me acerqué furioso y lo patee con rabia.
– ¿Qué has hecho, maldito? ¡Te voy a matar degenerado!– Y seguí pegándole y pegándole.
Él levantó la cabeza con la cara cubierta de lágrimas. Balbuceaba: “es tan parecido a mi Raulito, creí que era mi propio hijo que había regresado después del accidente. Yo lo maté sin querer… chocamos… yo había bebido… murió por mi culpa”, decía entre sollozos incontenibles.
Tomé a mi hijo entre los brazos y cuando salía con él del yerbazal, llegaba la Policía.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Lau
Comentario: me gustó el cuento, Aunque A mi parecer al final le faltan más detalles. realmente no sé si encontró al niño vivo o muerto
Fecha: 2016-03-24 05:41:33
Nombre: paola
Comentario: Y DÃNDE ESTÃ LA HISTORIA DE TERROR???