Odio. Cuentos cortos de terror


Odio

Autor: Héctor

(4.28/5)
(257 puntos / 60 votos)


Cuento publicado el 24 de Agosto de 2016




Nunca he sentido ese estado de borrachera del corazón al que llaman amor, mis sentimientos desde que nací fue de un profundo odio hacia la humanidad, quizás, hacia mi madre un poco de ternura, no podría explicar cómo entendía el término ternura, es muy confuso, me sugería una niebla algodonosa que producía placer por su flacidez, la recuerdo acariciándome en la noche, la evocación me trae la aspereza de sus manos, yo, desapasionado esperando se alejara para sumergirme en mis pensamientos, los únicos que me daban placer, siempre jugando al villano realizando malévolas proezas; sus resultados me producían grandes satisfacciones, hasta quedar dormido, el sueño jugaba a mi favor, también las escenas eran de terror. Durante el día me motivaba con revistas, novelas y películas de miedo, mi preferido; Nosferatu el vampiro, ese ser depreciable por sus dudas al cometer el crimen, su calvicie con una pelusa desagradable, la expresión de bobo sorprendido en sus bellos actos, la inocencia en su rostro al cometer el crimen, aumentaba la maldad de sus sentimientos por la contradicción de los mismos.

Mis amigos eran compatible con mi maldad, siempre esperando la oportunidad para hacer daño, solo nos parecíamos en parte, ellos eran de acción, yo de introspección, era un gusto escucharlos, sus logros y los futuros, allí bebía la sabiduría de sus relatos, en casa pensaba sobre ellos dándole más énfasis a la acción. Luego en el reencuentro corregía sus errores, se los perfeccionaba con mayor depravación, les encantaban ser corregidos, me apodaron el maestro ciruela del espanto.
Me hice adulto, siempre con la misma carga, era consciente que continuando con esta actitud mi destino más próximo: el loquero.
Los primeros síntomas fueron psicosomáticos, soriasis, asma, alta presión sanguínea, mis dos últimas adquisiciones un tic nervioso en el dedo meñique, cuando comenzaba no podía dominarlo, y una risita silenciosa, nerviosa, ridícula, usaba mi mano sana para ocultar el rostro por la burla que producía al ser descubierta, los rostros de sarcasmo aumentaban la velocidad del movimiento de mi estúpido dedo que no paraba de tamborilear junto a la risita gallinácea, era un verdadero suplicio.
Mis pensamientos rodeados de enemigos esperando un descuido para atacarme, siempre a la defensiva, mirando de reojo, observando a la gente, un gesto casual del otro me producía malestar, seguro dirigido a mi persona, esperaba lo peor, sus caras no eran amables. Leí en alguna parte que el desconocido toma carácter de enemigo, cuanta verdad, recorte el comentario, lo llevaba siempre en la billetera, lo leía, lo memoricé, era mi salmo n°3, de la nueva biblia que tenía pensado escribir, el número 3 lo elegí por ser mi preferido, de niño lo adopté como cábala, caminaba por una vereda embaldosada y saltaba de tres en tres las losas, si tenía que hacer algo lo repetía tres veces, me daba tranquilidad y agotamiento.

Cuando observaba alguna persona, lo hacía intentando descubrir maldades en su rostro, las comparaba con las mía, nunca me superaron, no les gustaba ser examinados, unos hacían puff, se retiraban o rehuían mi mirada, otros se enojaban y ponían cara fea, por suerte nunca tuve graves problemas, salvo alguna que otra puteada.
Mi odio hacia la humanidad aumentaba día a día, no soportaba a la gente, en una oportunidad estaba sentado en un café, en otra mesa una anciana me miraba fijamente, ahora yo era el molesto, cruzamos miradas de odio, me puso nervioso la vieja idiota, me levanté y me dirigía a ella, levantó la vista, me observó fijamente, leí sus pensamientos que decían –Imbécil, a mi no me ganarás, soy más poderosa que tú.
Fue su culpa, nunca me hubiera desafiado, le pegué un bofetón que le hice saltar la dentadura postiza, la inmundicia cayó al suelo, la destrocé con fuertes golpes de mi borceguí, arrepentida lloraba, acerqué mi rostro al de ella, diciéndole, -¡Y ahora… quién es más fuerte, contesta vieja cretina!
Sentí un terrible golpe en la cabeza, desperté en un móvil policial, me encontraba esposado, al mirar por la ventanilla, numerosos curiosos con gestos simiescos de furia me gritaban, no entendía, todos lo hacían al mismo tiempo, la profecía se hacía realidad: “Desconocido, enemigo”.
Me dieron cinco años de condena por golpear a la vieja. Salí con más aversión al género humano, especialmente a los ancianos.
Había llegado la hora del desquite.




//alex


¿Te ha gustado este cuento? Deja tu comentario más abajo
(Nota: Para poder dejar tu comentario debes estar registrado.Todavía no lo estás? Hazlo en un minuto aquí)

 

Nombre:

email:

Contraseña de usuario:

Comentario:

 

Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2016-10-26 13:56:22
Nombre: Lau
Comentario: Bueno