Cada vez que hacia calor, que llovía, que las bocinas de los autos se hacían insoportables cerraba las ventanas del apartamento.
Los olores de comida, de humo, de combustible y voces de señoras chillonas se me hacían insoportables, por ello cerraba puertas y ventanas.
Cuando los locales comerciales llenaban sus espacios de público solicitando de los servicios que ellos dispensan y ocurren los reclamos de la clientela (muy frecuentemente), me veía obligado a cerrar las ventanas del apartamento.
Cada vez que hacia calor, que llovía, que las bocinas de los autos se hacían insoportables cerraba las ventanas del apartamento.
Los olores de comida, de humo, de combustible y voces de señoras chillonas se me hacían insoportables, por ello cerraba puertas y ventanas.
Cuando los locales comerciales llenaban sus espacios de público solicitando de los servicios que ellos dispensan y ocurren los reclamos de la clientela (muy frecuentemente), me veía obligado a cerrar las ventanas del apartamento.
Por eso, ya nadie veía las ventanas de mi apartamento abiertas.
Pasó a ser algo cotidiano y extraordinario del propietario (yo) de dicho inmueble.
Debido a ello, cuando ocurrió mi caída en la cocina y las ventanas y puertas de mi apartamento estaban cerradas, nadie sospecho de mi accidente, de mi caída, mis gritos quedaron encerrados en la prisión de mi hogar.
Luego de transcurrido varios días, y debido al olor fétido del cadáver, alguien dio aviso a los bomberos, ellos al penetrar al hogar a su vez llamaron a la policía y estos a su vez al forense.
Al final ya nada me molesta, ningún ruido socava mis sentidos ya de por si mudos e inactivos, encerrado, mi cuerpo sin vida tras el vidrio del ataúd descansa en paz.
//alex
El encierro
Autor: José Colmenares
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Cuento publicado el 30 de Diciembre de 2016
Los olores de comida, de humo, de combustible y voces de señoras chillonas se me hacían insoportables, por ello cerraba puertas y ventanas.
Cuando los locales comerciales llenaban sus espacios de público solicitando de los servicios que ellos dispensan y ocurren los reclamos de la clientela (muy frecuentemente), me veía obligado a cerrar las ventanas del apartamento.
Los olores de comida, de humo, de combustible y voces de señoras chillonas se me hacían insoportables, por ello cerraba puertas y ventanas.
Cuando los locales comerciales llenaban sus espacios de público solicitando de los servicios que ellos dispensan y ocurren los reclamos de la clientela (muy frecuentemente), me veía obligado a cerrar las ventanas del apartamento.
Por eso, ya nadie veía las ventanas de mi apartamento abiertas.
Pasó a ser algo cotidiano y extraordinario del propietario (yo) de dicho inmueble.
Debido a ello, cuando ocurrió mi caída en la cocina y las ventanas y puertas de mi apartamento estaban cerradas, nadie sospecho de mi accidente, de mi caída, mis gritos quedaron encerrados en la prisión de mi hogar.
Luego de transcurrido varios días, y debido al olor fétido del cadáver, alguien dio aviso a los bomberos, ellos al penetrar al hogar a su vez llamaron a la policía y estos a su vez al forense.
Al final ya nada me molesta, ningún ruido socava mis sentidos ya de por si mudos e inactivos, encerrado, mi cuerpo sin vida tras el vidrio del ataúd descansa en paz.
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