Moscas
Autor: David Rosero Enríquez
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Por unos segundos, me vino un escalofrío al recordar lo vivido días atrás por un amigo al que rescaté de una horrible pesadilla.
Cuando Gilberto llegaba al pequeño cuarto de alquiler que había conseguido en el barrio América hacía pocos meses, siempre se encontró con un ambiente pesado. Al entrar en la casa, sus largos, oscuros y fríos corredores despedían un extraño olor a encierro. Le llamaba la atención que en el trayecto hacia su cuarto, siempre revoloteaban a su alrededor, varias moscas grandes, negras, bastante torpes y pesadas, que se congregaban a los lados de las cuarteadas y húmedas paredes. Un día cruzó la puerta del pequeño cuarto de estudiante, dejó las pocas compras sobre la improvisada mesa que hacía las veces de escritorio y sacando el tarro de insecticida comenzó a vaciarlo con toda su furia apuntando a todo lo que a su paso revoloteaba.
Muchas moscas caían ante los chorros disparados desde el pulverizador, sin embargo, no parecían tener fin. El lugar por el que penetraban se hizo evidente cuando descubrió junto a la entrada del pequeño cuarto un orificio en el que se arremolinaba una masa de muchas de ellas; el agujero se comunicaba con una esquina de la habitación que daba a un pequeño patio lleno de escombros, separado tan solo por una roída mampara. Desesperado, disparó varios chorros de veneno dentro de aquella entrada.
¡Error! Fue el comienzo del fin.
Decenas de ellas, comenzaron a lanzarse al exterior de su madriguera chocando con cuadros, lámparas y cristales de las ventanas que daban al pequeño patio; ni siquiera el pedazo de madera que servía de tapa al hueco por donde salían evitaba que formaran un nubarrón dentro de la casa. Misteriosamente, la puerta se cerró con violencia, Gilberto entre gritos, tenía que dar manotazos al aire para impedir sus ataques desesperados. Me contó que, incluso, alcanzó a oír una risa satírica que se alejaba presurosamente por las escaleras de la vieja casa.
Los zumbidos enloquecedores crecían en la habitación, las moscas se arremolinaban enloquecidas con cada segundo que pasaba y el líquido del recipiente se extinguía. En ocasiones, éstas se estrellaban en su cara, se enredaban en su pelo mientras que cientos giraban en el piso agonizantes.
Ahora, con el recipiente ya vacío, ensayaba golpes al aire tratando de llegarle al menos a alguna de ellas, pero la extraña batalla parecía no tener fin.
Lleno de angustia se lanzó con movimientos bruscos hasta la pequeña puerta revestida de remiendos de maderas y clavos retorcidos. Era como si la nube de horrorosas moscas pegadas a su cuerpo hubiera moldeado una masa humana que ahora, casi impotente, buscaba una salida; sus manos llenas de moscas llegaron hasta el picaporte sin poder conseguir abrir la puerta, pues, la llave atascada en la cerradura, con el maniobrar angustiado, se ablandó hasta romperse.
El piso de madera que, con esmero, había limpiado y lustrado esa mañana para recibir a una visita, tan solo reflejaba el horror de una figura desesperada que retrocedía hasta la esquina del pequeño cuartucho donde sentía que las paredes se juntaban haciendo más angustiosa su salida mientras todo parecía indicar que hasta su respiración en algún momento acabaría.
Así como apretaba el pedazo de metal de la llave rota con su índice y pulgar derecho, así hubiese querido aplastar una a una a todas sus enemigas que incluso invadieron la luz del cuarto y ahora su interior, mas, con sus ojos cerrados y las manos abiertas, se cubrió la cara, se dejó caer de rodillas mientras que con sus dedos apretando sus oídos trataba de apagar los taladrantes zumbidos que parecían crecer cada vez más y más.
Casi derrotado, arrodillado e impotente, miró con angustia como salían unas extrañas criaturas por las rendijas del entablado del solitario y viejo cuarto de alquiler; casi por instinto, corrió hacia la cocina, abrió las perillas haciendo que el gas saliera copiosamente de las hornillas. Como pudo, se las quitaba de su rostro y manos hasta que con desesperación pudo prender una gran bocanada de fuego que al elevarse por los aires chamuscó a muchas de ellas. Ahora, sudoroso y asustado, permanecía cerca de su cocineta de gas buscando refugio junto al fuego que con ansia trataba de mantener vivo. Comenzó a alimentar el fuego con todo lo que tenía a su alcance mientras veía como se extinguía: su ropa, libros y hasta el poco dinero guardado en uno de ellos para completar uno de los alquileres atrasados.
De pronto, la sombra siniestra que furiosamente se agitaba comienza a quedarse quieta, callada. Ese ruido ensordecedor da paso al silencio, mientras las extrañas criaturas comienzan a retroceder misteriosamente y a desaparecer entre las ranuras del viejo entablado a medida que las múltiples moscas sobrevivientes de esta extraña batalla pelean entre ellas por escurrirse buscando la oscuridad por entre los espacios del piso de la casa. Ahora, solo se escuchan algunos golpes cada vez más fuertes en la vieja puerta. Sin poder gritar, presa del pánico, corre desesperado hacia la puerta y con todo lo que le queda de fuerzas golpea con sus puños cerrados mientras siente que sus sentidos lo abandonan al momento que cae de bruces sobre el piso.
Abrí la puerta por fuera y al entrar, pude observar entre la humareda que se despedía densa desde adentro, el cuerpo semidesnudo de Gilberto que permanecía tirado sobre una extraña alfombra hecha de miles y miles de moscas que yacían inertes sobre el piso. Ventajosamente, sin dificultad, pude sacarlo y trasladarlo a un centro de reposo donde aún se recupera.
Al salir de esa casa, a lo lejos, en una ventana del segundo piso, pude observar a una mujer anciana de aspecto apergaminado, de traje oscuro y burlona sonrisa, que acariciaba un mugriento cartel colgado en uno de los vidrios de la ventana; decía: “Alquilo cuarto para estudiante”. La policía identificó en el cartel elementos de materia viva y, en el pequeño patio junto al cuarto de Gilberto, enterradas algunas partes de cuerpos , probablemente, de algunos inquilinos a quienes la demencial anciana habría sepultado algún tiempo atrás.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Lau.C
Comentario: genial
Fecha: 2015-09-05 23:01:06
Nombre: Juan Pablo
Comentario: Excelente cuento, felicitaciones
Fecha: 2011-02-11 11:07:52
Nombre: trosky padilla
Comentario: Un cuento tan real, como hace muchos años atras cuando liquidabas las moscas con la punta de metal de aquellos paraguas antiguas y solias matarlos de un sol golpe, te felicito tu fuiste, eres y seras el mejor. David sigue siempre asi, tu mente nunca descansa.