La Casa de Don Andrés. Otros cuentos


La Casa de Don Andrés

Autor: Juan Fernandez

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Cuento publicado el 28 de Febrero de 2007


En las tardes de los viernes solíamos reunirnos los jóvenes del vecindario en la esquina de Broadway y la calle 135, allí existe una ciudad vertical, el 3333, un edificio de enormes dimensiones y una gama de personas completamente fascinantes. En esa esquina gastábamos la vida, y se corrían en las alcantarillas de la gran ciudad nuestros mejores años, esos que ya no vuelven.


Los afro americanos nos llamaban “plátanos” y nosotros, ignorantes al fin, nos molestábamos por eso, lo considerábamos denigrante, pero esa era la edad de la ignorancia, y la de ser dueños del mundo, nadie pensaba en el orgullo de ser dominicano.

Fue una de esas tardes, creyéndonos más dueños del mundo que nunca, que seguimos a Felipe en uno de sus estúpidos retos. No era la primera vez que hacía este reto, era su obsesión.

- “Ninguno de ustedes tiene los timbales bien puestos,” nos dijo como tratando de herirnos el orgullo. “Son muchachitos, aún no han echado el pelo”

Felipe era el mayor del grupo, se las echaba de valiente, y en realidad había logrado convencernos de que lo que era en varias ocasiones; sus retos siempre eran ejecutados al final por él mismo; nadie era tan valiente como Felipe.

Eran más de las 6:30 pm cuando escuchamos las palabras que esperábamos;

- “Yo me atrevo.” El nuevo valiente era Benjamín, el hijo pequeño de Doña Julia, la abuelita más bella del vecindario, 36 años y abuela, se veía aún mejor que la hija. Benjamín tenía 16, era sólo unos meses mayor que yo. Ese verano del 1979 iba a ser inolvidable para él y para el resto de los “Plátanos”

Benjamín desconocía el riesgo que era cumplir este reto, ya tres de nosotros lo habíamos intentado, era posible, realmente no era tan difícil, sólo la primera parte del reto acabó con mi intento: “Los Perros”.

El reto consistía en tres etapas, yo lo había analizado en detalles desde el día antes de mi intento; la primera parte consistía en confundir a los perros pastor alemán que tenía el viejo Don Andrés y que en estos meses de calor estaban siempre corriendo en el frente de la única casa del vecindario; la siguiente era la más fácil, entrar a la casa, Don Andrés nunca cerraba su puerta, decía que su puerta nunca se podía cerrar para que sus hijos pudieran entrar cuando quisieran. Pero esto no era posible, pues Don Andrés había matado a su mujer y sus hijos en un arranque de celos hacía ya más de 20 años. Así nos lo contó Doña Petra una tarde mientras curaba las heridas de las mordidas de los perros en mi pantorrilla izquierda. Veintiséis puntos y dos inyecciones; una contra la rabia y una antitetánica.

Pero Benjamín creía poder lograrlo, el aún no conocía los detalles del tercer reto, era el más difícil, y el de más riesgo: subir al tercer piso, el ático, verificar si allí se encontraban los restos embalsamados de los dos hijos de Don Andrés, traernos una muestra de las vísceras que tenía el viejo en frascos de cristal llenos de formol, con los que hablaba a solas en las noches. Felipe en su intento había llegado al tercer piso y allí lo atrapó el miedo, aunque el nos contó que Don Andrés lo encontró, pero que pudo ver los frascos.

Nadie quería hablar con Benjamín, sabíamos que era hombre muerto. Si no eran los perros, iban a ser las trampas de Don Andrés en su primera o segunda planta: y en la tercera si lo físico no lo mataba, lo psicológico lo iba a destruir.

- “Tú no sabes en el problema que te estás metiendo, el año pasado Felipe no lo pudo lograr y todavía lo respetamos igual, tú no tienes nada que probar, no lo hagas”

- “Tú crees que porque no lo lograste, nadie lo puede hacer, yo voy a entrar, subir a ese ático y te voy a traer el corazón del hijo pequeño de Don Andrés” dijo Benjamín mientras elevaba el pecho como para sentirse más hombre. “Mañana voy a ser Don Benjamín para ustedes”

- “Benj, no lo hagas”

A las 6:00 pm del sábado, 23 de Junio del 1979, más de 20 muchachos entre la edad de catorce y diecinueve años nos dimos cita frente a la casa de Don Andrés para de una vez por todas o saber la verdad del misterio de Don Andrés y sus largas horas en el ático o ver uno más fracasar y burlarnos de él.

Este sábado era un día especial, Don Andrés estaba en casa. Los sábados no eran días de casa para Don Andrés, pero este era un sábado diferente, Felipe lo sabía: era el cumpleaños de la muerte de sus hijos.

En Nueva York a esta hora de la tarde es como la mitad del día, el sol está a puro vivir, los días son eternos y cálidos, los perros son como gárgolas en este ambiente, sólo se saben que están vivos por sus lenguas colgantes y sus respiros acelerados. Los dos de Don Andrés eran grises y negros, con el típico porte de los caninos K9 de la policía. Sus miradas eran profundas y sus dientes ya habían probado la sangre humana, la mía.

Benjamín estaba rígido, petrificado, su respirar no se sentía, parecía como si no sintiera nada, era el nivel más alto de concentración que habíamos visto, sólo veía fijamente a los perros y ellos lo veían a él. Sus ojos negros, tan intensos, sus ojos verdes tan serenos. Su tez morena, café con leche, como le decían las muchachas en el colegio, hoy estaba más tensa que nunca y sus ojos verdes parecían dos luces de fuego. Su cabeza tenía un leve ángulo caído, pero su mirada y su ceño fruncido no dejaban lugar a dudas que estaba preparado. Le iba a tratar de convencer de que no tenía nada que probar, cuando, como si se hubiese activado una alarma, tomó el primer paso.

El silencio se podía cortar, y sus pasos, firmes se escuchaban como si sus zapatos fueran de plomo. La gárgola de la izquierda paró las orejas; tres segundos después el otro perro se puso de pie, ambos bajaron lentamente los pequeños escalones que llevaba al portal de entrada. Benjamín no redujo el paso, era como si estuviese drogado, la saliva les corría por los dientes, ahora completamente visibles, los tres llegaron a la puerta al mismo tiempo. Les juro que todo esto pasó en cámara lenta. Despacio, Benjamín hizo lo inesperado, abrió la puerta de entrada, todos corríamos para buscar refugio, los perros lo iban a matar y después a nosotros, pero ellos no podían moverse, creo que estaban más confundidos que nosotros, sus dientes expuestos brillaban bajo el sol, pero no se movían, vimos como Benjamín tocó sus espaldas mientras pasaba, como si mandados por su amo se sentaron en el escalón y volvieron a ser gárgolas, rígidas, vigilantes.


Cuando Benjamín tomó el siguiente paso, se volvió para verme, me congeló el alma; su mirada era inerte, fría, en sus labios pude ver una leve sonrisa, su ceja derecha se elevó unos milímetros como para decirme…”Te lo dije”.

Los siguientes pasos fueron leyenda en el vecindario, por años los que estuvimos allí narrábamos como Benjamín dominó los perros y como las nubes, el aire, y el ruido de la ciudad cesaron por unos minutos, y de repente todo lo que había cesado despertó y el ruido alcanzó la realidad, y los perros se sacudieron del trance, ¡Benjamín! gritamos, él ni se percató de que los perros no estaban ya esperando, corrieron hacia él…uno tropezando con el otro; sus uñas sonaban en el cemento como cuchillos en metal, cuando uno de ellos saltó como para morderle el cuello. Benjamín giró tres veces, una para evitar el ataque, otra para abrir la puerta y la última para entrar exactamente en el momento que lo perros lo alcanzaban.

Todos vociferábamos de alegría y finalmente tomábamos nuestro primer respiro en más de un minuto, Benjamín era ya una leyenda. Se acercó a la ventana del lado izquierdo para dejarnos saber que estaba vivo, cuando se retiró de la ventana vimos su sombra entrar a la sala y detrás de él la sombra de un hombre, grande y gordo, como Don Andrés.

Empezamos todos a caminar al paso de las sombras; los perros seguían la misma pista, uno veía las sombras, el otro a nosotros. Alguien apagó las luces y todos nos detuvimos buscando entre las ventanas, como tratando de descifrar de donde nos iba a llegar la siguiente imagen.

De repente un ruido infernal, algo había golpeado una de las paredes, escuchábamos pasos acelerados, como corriendo sobre el piso de madera, fue cuando uno dijo…”Allí, allí, en el segundo piso”

Una luz se encendió en la última ventana del segundo piso, escuchamos más golpes contra la pared y vimos como la sombra delgada de Benjamín desaparecía frente a la enorme figura de Don Andrés. Felipe se acercó a la reja, pero las gárgolas eran súper eficientes. No ladraban como de costumbre, sólo mostraban sus dientes.

De repente, se escuchó un grito de un hombre, como de dolor, seguido de otro grito que sabíamos era de Benjamín. La luz de las escaleras al segundo piso que conducían al tercero se encendió rápidamente, se veía pendular creando una penumbra en movimiento, cuando llegaba al extremo izquierdo se veía la sombra grande, cuando llegaba al derecho la sombra delgada. Benjamín subía la escalera de espaldas y Don Andrés subía despacio hacia él, el corazón se me estaba saliendo de pecho. Cuando el péndulo paró, se pararon las sombras. De repente, sin ningún aviso previo, Benjamín salió corriendo hacia el tercer piso; vimos cuando encendió la luz del cuarto y cerró puerta, parecía como si intentaba poner algo pesado contra ella, Don Andrés llegó y golpeaba contra la puerta y gritaba que no tocara nada, que se iba a arrepentir.

Escuchamos varios ruidos como de vidrio roto, y de repente la única ventana del ático se empezó a abrir y de ella salió la cabeza de Benjamín, gritó algo que no entendimos, pues todos gritábamos como si estuviéramos en un juego de estrellas, y nuestro héroe salió a saludarnos, pero cuando empezó a salir vimos como Don Andrés lo agarró por el tobillo izquierdo. Benjamín le pateó y así se deslizó por las tejas de pequeño tramo de techo cayendo dos pisos al vacío.

Pudimos ver como Don Andrés casi pierde la vida tratando de agarrarlo, no sabíamos si para salvarlo o para matarlo. Cayó sobre unas bolsas de basura que guardaba Don Andrés de reciclaje; rodó de espaldas sobre la tierra seca del patio. Inactivo por unos segundos, no se movía, y nosotros gritábamos que se parara que los perros venían. Antes de pararse levantó su mano derecha y en ella había un frasco de cristal y dentro se podía ver algo morado claro como carne podrida, en un líquido translúcido, con vetas verdes oscuras y sangre; un corazón.

Ese fue el último día que vimos a Benjamín salir a la calle. Hasta Felipe hablaba de la leyenda de Benjamín; los amigos empezaron a contarla y cada cual agregaba un poco más. Ya nadie conocía la verdadera historia, era como una leyenda urbana. Pero yo estuve allí y prometí contarlo algún día.

Benjamín cambió por completo después de ese día, creo que le pasa a todos los que cumplen hazañas increíbles. Se le veía caminar con unos jóvenes de otro lugar, muy serios y rígidos, algunos eran mucho mayores que él, hombres que parecían militares.

El día que murió Don Andrés, unos catorce años después de aquel día, yo supe la historia verdadera, lo que pasó después de aquella tarde del 79.

En su entierro había veintiún detectives de la ciudad de Nueva York, eran considerados el grupo élite, el orgullo desde más de cuarenta años. Les llamaban “los valientes de Andrés”. Benjamín era uno de ellos.

El Teniente Benjamín Betances se paró frente a la muchedumbre; las madres de todos estaban en el público, todas sabían la historia, todas lloraban, pero sus frentes las llevaban en alto, orgullosas. Se removió sus guantes blancos, se ajustó su uniforme pulcro y procedió a destapar una carta sellada que llevaba en sus manos. Y con lágrimas en sus ojos la leyó:


Junio 24, 1979

Este día tenía que llegar. No porque yo lo dispuse, pero porque Dios lo quiso así.

Sé que todos ustedes están tan orgullosos como yo de estar aquí, aunque mi cuerpo lo enterrarán en unos minutos, y mi espíritu despertará en un mejor lugar y eso me llena de paz. Hoy tienen todas ustedes, las madres, razón para estar felices. Ustedes creyeron en mí, especialmente Doña Petra. Gracias por propagar la mentira cruel de mi pasado.

Todos saben que perdí a mis dos hijos en un robo a mano armada en un intercambio de disparos entre delincuentes y detectives y que su madre se quitó la vida unas horas después y murió en mis brazos. Quise morir con ellos, pero Dios tenía otros planes y creo que he cumplido como El me lo pidió. La bala que disparé directamente en mi cabeza y con la cual viví toda mi vida, hasta hoy, sólo me dejó inconsciente por unas horas. En esas horas vi a mis hijos crecer y, si Dios lo dispone, hoy estaré finalmente con ellos y mi amada Ursula en la gloria.

Ese día juré que mis hijos no habían muerto en vano, y que este mismo vecindario que los vio morir les iba a honrar en lo que hubiese sido su sueño, ser policías como su padre. En los últimos cuarenta años, ustedes y yo, juntos hemos criado la crema de nuestra comunidad, mis hijos, mis valientes.

Ustedes me han ayudado a llevar una carga que ningún hombre puede llevar, la de enterrar a sus hijos. Gracias, ustedes fueron y serán siempre el orgullo de su herencia, de sus madres, de su comunidad y del mundo.

A Benjamín Betances lo acabo de enlistar. Es mi último reclutado, ya el cuerpo no me da para más, realmente me ha dejado sin fuerzas y muy adolorido, patea como un caballo.

Pónganse de pie mis valientes, quiero que el mundo pueda verles, pues un día el mundo me quitó mis hijos, hoy yo le entrego al mundo veintiún hombres de honor y respeto.

Les amo.

Andrés Lantigua Pérez
Capitán Retirado
Policía de Nueva York


Yo fui a saludar a mi amigo y a decirle que yo también estaba orgulloso de él. Su figura esbelta se fue convirtiendo ante mí en la del niño de aquel día. Sus ojos aún preservaban la misma intensidad de aquella tarde y yo sentía en el aire la certeza de saber que estaba en presencia de algo que no entendía muy bien: la tenacidad de hacer lo correcto y el amor incondicional de un ser supremo.

//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2008-06-15 10:10:19
Nombre: alejandra ayala
Comentario: es muy interesante el relado


Fecha: 2008-06-10 16:09:18
Nombre: yermina
Comentario: me deja sin palabras, este escrito, si q deja historia don andrès, finalmente es una de las razònes de la vida, dejar huella, a pesar de pasar por grandes pruebas de resistencia al dolor, verdad?, enhorabuena por sus publicaciones, saludos.


Fecha: 2008-06-01 11:49:27
Nombre: Pedro
Comentario: Tiene un sabor demasiado yanqui para mi gusto pero es muy bueno a pesar de todo.Bravo por la inocencia del narrador y su forma de narrar


Fecha: 2007-04-12 18:51:54
Nombre: Jeanne Ortiz
Comentario: Well done. Are you going to publish it?

Jeanne



Fecha: 2007-03-22 21:10:25
Nombre: maribel
Comentario: lo felicito tiene muy buena imaginacion y carisma para narrar tan interesanta cuento espero que siga escribiendo y que publique pronto .



Fecha: 2007-03-21 09:46:43
Nombre: fredy
Comentario: me parece muy interesante ,mantiene en suspenso .pero al final aclara muy bien ,gracias por tenerme presente.