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La búsqueda

Autor: Gabriel Degi

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Cuento publicado el 07 de Junio de 2010


Ya no podía seguir haciendo oídos sordos a los comentarios de la gente, aunque la mayoria de ello carecían de importancia. Sería tonto continuar aparentando no querer oír cuando en verdad no podía oír.
Decidió entonces emprender la búsqueda de sus preciadas orejas, perdidas seguramente en una de esas noches de desajuste y ebriedad.
Ya no podía seguir haciendo oídos sordos a los comentarios de la gente, aunque la mayoria de ello carecían de importancia. Sería tonto continuar aparentando no querer oír cuando en verdad no podía oír.
Decidió entonces emprender la búsqueda de sus preciadas orejas, perdidas seguramente en una de esas noches de desajuste y ebriedad.
En la ardua empresa por caminos entreverados, por parajes lúgubres, que la luz del día los tornaba novedosos, halló en su afán de recuperar lo perdido, una carnosa boca que profería palabras varias y atropelladas.
La tomó. La usó.
Ahora todo era distinto. Ya no necesitaba oír ni hacer oídos sordos, pues esa boca que había adquirido se encargaba de no dar tiempo para que otro pudiese replicar, comentar, y aún menos preguntar. A través de ella lo decía todo.
Una noche fue invitado a una reunión y comenzó a monologar frente a un eventual interlocutor.
-Pocos disfrutamos, mi querido amigo, del beneficio de hablar lo suficiente para decir lo necesario. Creo que no me entiende verdad, comprendo. No es para todos.
El interlocutor lo dejaba hablar mirándolo condescendientemente,
-Qué puede decírsele a una persona como yo que todo lo dice. Ya no hay novedades para mí. –proseguía satisfecho
En un momento el hombre que oía asintió con la cabeza, quitó la mirada de él y se retiró con paso ligero, como obedeciendo algo apremiante. Cuando estaba lejos, una araña que pendía del centro del salón, se precipitó sobre la espalda del locuaz invitado.
Agonizaba. Echó una débil mirada a la distancia, e identifico borroso, como yéndosele de las manos, a aquel hombre que se alejaba firme, elegante, y portando en sus costados las que en un tiempo fueron sus orejas.

//alex


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