La consulta
Autor: Kika Lopez
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Una enfermera llamó mencionando un nombre y una dama gruesa caminó hacia ella. Ambas desaparecieron tras la puerta que bloqueaba la visión de un pasadizo misterioso. Me estremecí. Salí del mar de las losetas por un momento, cambié de posición, me revolví en la butaca y las volví a mirar. Todas las figuras habían desaparecido. No pude encontrarlas en las volutas del diseño. Se me aceleró la ansiedad que siempre me da cuando voy al médico. Me brinca un labio, lo calmo con un toque de dedo.
Para evitar ataques de histeria controlada, me asomo a una ventana que da a la calle. Crecía al borde de la acera un árbol-montaña tan alto como un peñón, movía los dedos de hojas con la brisa. Solo le faltaba un hilo de agua despeñándose y unos cuantos pájaros en las ramas recargadas de verde.
Alguien llamó mi nombre. Se me enfriaron los pies. Acudí sin ganas.
“Firme este papel de pago”.
“¿Mi seguro médico no cubre el costo de la consulta?”
“Sí, pero tiene que firmar que va a pagar de todas maneras”.
“¿Cuánto es?”
“No lo sé”.
“Está bien”, dije presa de inquietud, no por el pago sino porque ya tocaba mi turno.
“Pase para acá”. Entro por el mismo pasillo lóbrego lleno de amenazas y peligros presentidos.
Me pesan en una balanza alta. (Me quito los zapatos por si acaso estoy muy gorda)
”Yo vengo por los ojos”, dije.
“No importa, hay que pesarla de todas maneras.
“Bueno, ¿cuánto peso?”
“Bastante. No se preocupe”
Me sientan en una esquina para tomarme la presión arterial.
“Lo mío es la presión del ojo solamente”, repetí.
“Cálmese, hay que medirla”.
“¡Rayos!”, pienso, pero callo.
Me llevan a otro cuartico lleno de instrumentos espeluznantes. Se van y yo quedo rodeada del terror que me producen estas cosas. Al rato, llega una técnica para colocarme en la cara un antifaz de un solo ojo.
“Lea las letras de la pared”.
Las leo, las cambia, leo, las cambia otra vez y otra vez, hasta que se vuelven hormiguitas: “&%$•/()&%$•”=)(/%&”. Mueve una palanca del antifaz que cambia el hueco de ver para otro ojo. Repite la misma rutina atormentante. Estoy mareada.
“Muy bien, ahora incline la cabeza”.
La inclino, hecha gotas debajo de mis párpados y luego me pega una goma adentro del ojo. No siento nada. “13 y 13”, dice como si yo supiera lo que eso significa. Guardo silencio por no quedar como ignorante. Tengo ganas de vomitar.
Continúa el proceso. Más gotas que dilatan las pupilas. Veo una gran claridad y no distingo bien. Paso a un cuarto en penumbras, trato de leer una revista: ou nryus shid ji guen dopd. No puedo, desisto… espero…desespero…tengo hambre…me pican los ojos… tengo sed… quiero ir al baño…me duermo….
Un matrimonio llega y me sacan del sopor con su conversación familiar. Me entero de que al velorio no fue nadie, que la viuda no lloraba, que los niños de Yunisberta van a una escuela privada muy cara y que ellos no saben cómo el padre la puede costear, que Yeyo se compró un camión nuevo de uso… que si la suegra, que si la novia, que si la boda… En eso me llaman. Paso a otra habitación aun más tenebrosa que la anterior. Me sientan en la silla eléctrica, no, es solo aterradora. Me cuelgan los pies demasiado cerca de una maquinita de dentista… ¡Ay, Dios!
“Ahora viene la doctora”.
Tengo ganas de irme corriendo, el corazón me palpita angustiado. Miro las paredes con alarmantes dibujos del interior del ojo. ¿El ojo tiene humor vítreo? ¡Qué horror!
“Que va, me voy de aquí”. Me levanto. Llega la doctora en ese momento. Me pongo mas fría que un iglú, decido desmayarme de miedo, pero la docta sonríe y me saluda muy amigablemente.
“Hola, ¿cómo está?”
“Ah… muy bien doctora, ¿y usted?”
“Muy bien, muchas gracias. Que bonita blusa tienes puesta.”
“Gracias, usted también tiene una blusa preciosa”.
En realidad no es posible ver mucho debajo de su bata blanca. Creo que ella se da cuenta de mi embuste, pero se hace la distraída porque también ella mintió acerca de mi ropa. Me coloca la cabeza dentro de un extraño aparato. Yo no sé por qué pienso que me van a sacar una muela. Todo es espantoso, estoy sudando. Estrujo un pañuelo desechable para disimular el temblor de mis manos.
“Vamos a ver. Ponga la frente en este lugar y la barbilla aquí. Mire hacia mí”.
Ella enfoca una luz intensa en mis pupilas dilatadas y me alumbra el cerebro por dentro y por fuera. Hecha un vistazo con otro aparatico que parece una lupa. Yo veo solamente la punta de su nariz. Huele bien la doctora. Como he quedado ciega debo orientarme por el olfato.
“Ya puede bajarse. Todo bien. Vuelva en 6 meses”.
Creo que eso fue lo que dijo porque al oír “puede bajarse”, me tiré de la silla y caí de bruces en el suelo. No era cierto. Tan solo fue que se trabó mi sandalia en la silla. Me tambalee y, debido al mareo, no pude enderezarme del todo. Quise ponerme de pie, me agarré de la falda de la doctora y se la ripié. Ella no dijo ni media palabra. Yo solo atiné a despedirme con la voz enardecida: “Sí, espéreme en 6 meses, ¡ja!”
Escapé rápidamente, dejando detrás de mí el azoro de los presentes.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Laura
Comentario: excelente narracion,muy divertida y muy realista
Fecha: 2016-12-08 03:51:37
Nombre: Manuel Santos
Comentario: Extraordinário conto e tão pormenorizado que qualquer pessoa que tenha consultado um oftalmologista, ou até dentista, se pode rever no conteúdo do texto. Naturalmente que não é o meu caso ...
Fecha: 2016-06-03 12:25:35
Nombre: Susana Vega
Comentario: Me encantó la redacción. me gustarÃa leer mas :)
Fecha: 2015-12-08 15:38:41
Nombre: jose aguirre
Comentario: Muy bien narrado, es exactamente el ambiente desagradable de una consulta médica.
Gracias...