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Encadenada

Autor: Matías Gárate

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Cuento publicado el 28 de Abril de 2010


La despertaron con sus fuertes pisadas, apenas si tuvo tiempo de reaccionar y escabullirse.
-Ven aquí pequeña rata- exclamó uno de los soldados.
Trepó por el tronco del árbol, pero otro soldado ya la esperaba; la sujetó por el brazo y apretó fuertemente con su mano enguantada. La niña gritó de dolor, pero no dieron importancia a sus lamentos.

Antes de que pudiera reaccionar habían cerrado los grilletes que marcaban el fin de su libertad.
Avadelle vio desfilar una vez más las últimas horas que habían cambiado su vida para siempre.

Las flechas zumbaban tras ellas. El tronante galope del caballo perdía fuerza, no durarían mucho más. La luz de las antorchas y el tintinear de las armaduras se oían cada vez más cerca. Sus perseguidores ganaban terreno.
La niña se aferró con fuerza a la cintura de su madre, buscando algún consuelo en aquella imagen protectora. Todo el esfuerzo que habían hecho para ocultarse de los soldados había sido en vano. ¿Por qué no pueden dejarnos en paz? ¿Qué hemos hecho?, se preguntó Avadelle, que no entendía la injusticia del mundo.
Las ramas de los árboles desfilaban a su alrededor mientras los gritos de muerte se oían cada vez con más intensidad.
El caballo se detuvo de súbito. Avadelle casi cae de bruces al piso, si no hubiera estado sujeta seguro que se rompía algo.
-¿Qué ocurre, madre?- preguntó Avadelle.

Su madre no respondió, con agilidad bajó del caballo y la ayudó a desmontar. La tomó en brazos y comenzó a correr por la espesura. El viento helado de la noche se colaba por los pliegues de su ropa causándole escalofríos, con cada paso podía ver cómo su aliento se iba quedando atrás. Esperó que los soldados no pudieran seguir su rastro.
Se detuvieron en medio de la nada, su madre la depositó suavemente entre las raíces de un árbol y se quitó la capucha. Incluso a la sencilla luz de luz de la luna podía distinguir su belleza, sus ojos avellana y su cabello castaño. Sus suaves manos acariciaron la mejilla de Avadelle. Sollozaba. La abrazó con fuerza y en apenas un hilo de voz le susurró:
-Cuídate mucho, hija mía. Mi lucha no tiene por qué ser la tuya.
La mujer se incorporó recuperando la altivez que la distinguía del resto y analizó el entorno, Avadelle pensó que ni la dama más noble o el caballero más valiente podrían igualar la sensación que le producía su madre en aquel momento.
-Sin importar lo que oigas, no salgas de estas raíces. Cuando se hayan ido los soldados ve a la aldea más cercana y busca alguna familia que te cuide. Recuerda todo lo que te he enseñado. Vive libre y feliz.
Avadelle tuvo un mal presentimiento, aquello no podía ser una despedida, no podía.
-Pero te veré allá, ¿no es cierto, mamá?
Su madre se inclinó y le dio un beso en la frente. Se cubrió con la capucha y salió corriendo en dirección al sendero. Era el adiós definitivo.
Las antorchas siguieron de largo pasando a solo escasos metros de Avadelle. No la vieron, no la querían a ella. Más flechas salieron en dirección a la silueta de su madre mientras la mujer desaparecía por el bosque. La niña apartó la vista y se acurrucó entre las raíces y la vegetación, llorando bajo la silenciosa luna otoñal.

//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2010-04-28 10:11:29
Nombre: Carmen
Comentario: ¡Qué triste relato! El sacrificio de la madre quedó sin recompensa. Un irónico guiño del destino.