Inestabilidad, más desagravio, es igual a complacencia.
Anoche me llamó el presidente de los Estados Unidos. Tuvimos una conversación muy corta, (amena, por cierto), pero corta, irremediablemente corta. Para ser sincero, no tuvimos una conversación, en realidad, ni siquiera me llamó el presidente.
Inestabilidad, más desagravio, es igual a complacencia.
Anoche me llamó el presidente de los Estados Unidos. Tuvimos una conversación muy corta, (amena, por cierto), pero corta, irremediablemente corta. Para ser sincero, no tuvimos una conversación, en realidad, ni siquiera me llamó el presidente.
Mientras hablaba falsamente con nadie, es decir, con el presidente; me llegó a la cabeza una interrumpible pregunta casi a lo zagas: “¿De qué color son los calcetines del papa? Inmediatamente mi parte absurda afirmó: “Son blancos”. Era lógico, su sotana era blanca, de modo que, la respuesta no me resultó tan descabellada después de todo. Por otro lado, mi parte cuerda, prima hermana de la absurda, debatía en si participar de la inquietud o simplemente precisarse de no hacerlo. Tras un laxo considerable, tomando en cuenta su tiempo, pronunció efusivamente: “No. Son negros”.
Al final, concluí que eran grises. Era obvio, porque dos cuerpos que comparten extrema diferencia, alineados en una misma proporción, llegan a hacer, en sumo, la mezcla exacta de su raíz, es decir, su intacta transparencia.
Buenas noches, señor presidente...
//alex
Cuento publicado el 26 de Septiembre de 2010
Anoche me llamó el presidente de los Estados Unidos. Tuvimos una conversación muy corta, (amena, por cierto), pero corta, irremediablemente corta. Para ser sincero, no tuvimos una conversación, en realidad, ni siquiera me llamó el presidente.
Anoche me llamó el presidente de los Estados Unidos. Tuvimos una conversación muy corta, (amena, por cierto), pero corta, irremediablemente corta. Para ser sincero, no tuvimos una conversación, en realidad, ni siquiera me llamó el presidente.
Mientras hablaba falsamente con nadie, es decir, con el presidente; me llegó a la cabeza una interrumpible pregunta casi a lo zagas: “¿De qué color son los calcetines del papa? Inmediatamente mi parte absurda afirmó: “Son blancos”. Era lógico, su sotana era blanca, de modo que, la respuesta no me resultó tan descabellada después de todo. Por otro lado, mi parte cuerda, prima hermana de la absurda, debatía en si participar de la inquietud o simplemente precisarse de no hacerlo. Tras un laxo considerable, tomando en cuenta su tiempo, pronunció efusivamente: “No. Son negros”.
Al final, concluí que eran grises. Era obvio, porque dos cuerpos que comparten extrema diferencia, alineados en una misma proporción, llegan a hacer, en sumo, la mezcla exacta de su raíz, es decir, su intacta transparencia.
Buenas noches, señor presidente...
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