El Otro

Comenzó una mañana en la que me despertó mi alarma, es de esas estridentes que tienen campanas a los extremos. Lo peor es que aquel era mi día libre, y por más que traté no pude volver a dormir. Resignado salí de la cama, iba medio dormido cuando camino a la cocina vi una extensa fila de hormiguitas entrando a mi despensa y saliendo con pequeños trozos de queque en sus mandíbulas.
Fui de inmediato a buscar el insecticida, pero, como tantas veces, era incapaz de apretar el tubo. Mi mano temblaba como si en ella hubiera una pistola en lugar de un simple aerosol.
“Vamos, puedo hacerlo” Me dije una y otra vez.
Sin embargo mi obsesión venció a mi dedo, y guardé el insecticida. La fila de hormigas seguía su marcha; más tarde tendría que volver a pagarle a un exterminador.
No es que tenga un gran respeto por la vida, más bien es el hecho de que me repugna la muerte, me hace imaginarme cómo sería el vacío, la posibilidad de que no encuentre nada al otro lado y ni siquiera pueda lamentarme de ello. En fin, me estoy desviando.
Cuando iba saliendo, algo crujió bajo mis pies; tembloroso me revisé la suela del zapato. Sentí como se me iba la sangre del rostro al ver una pequeña cucaracha revolviéndose en el suelo. Caí como plomo al piso.
Cuando desperté, todo a mí alrededor permanecía igual, la puerta por la que iba a salir, la cama deshecha, todo excepto la fila de hormigas que había desaparecido y un fuerte olor a insecticida en su lugar.
Ese fue el primer incidente excepcional que tuve; aunque no es hasta ahora que le doy importancia. Luego de salir a respirar un poco de aire fresco, casi lo borré de mi memoria. Casi.


Unos cuantos meses después me sucedió algo similar. Iba yo caminando por la calle, un escalofrío recorrió mi espalda de arriba abajo, esa sensación de que algo va a salir mal. Al voltear encontré la mirada de un sujeto de unos veintitantos, fría y decidida; ya se imaginarán lo que sucedió después. Sentí el frío metal al cuello y antes de que pudiera suplicar ya me había desmayado. Recobré la conciencia en mi apartamento, tenía todas mis posesiones y estaba aparentemente ileso. Días después me enteré de la desaparición de mi asaltante por las noticias.

Los incidentes comenzaron a repetirse con más y más frecuencia, cada vez que surgía un problema perdía la conciencia de mí mismo, y de alguna forma éste se solucionaba. Incluso llegué a disfrutarlo, al comienzo eran cosas sencillas, como el caso de las hormigas, pero cuando desapareció mi vecina, luego de pedirme que bajara la música o un hombre que sencillamente tropezó conmigo, entonces empecé a preocuparme.
Una extraña vocecita comenzó resonar en mi cabeza. En mis desmayos era aquel alter ego quien guiaba mis acciones, y yo solo miraba como espectador. Al volver en mí todo parecía haber sido solo un sueño, pero las huellas dejadas por el Otro eran muy reales.

-Ya veo- comentó el psicólogo anotando sin cesar en su libretita- ¿Cuándo dice que fue el último incidente?
-El último incidente está ocurriendo ahora mismo- digo mientras mis ojos se van enfriando hasta ver el mundo teñido de negro-. Comenzó desde el momento en que usted fijó su vista nerviosamente en el teléfono, preguntándose si llamar o no a la policía.